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Los que miran, como si fuera la realidad, se colocan detrás de la línea, como manda el director de escena, Alberto Guerra. Son cientos de escolares y algunos de sus familiares, o curiosos que pasan por la Plaza Mayor en una tarde veraniega, o turistas atraídos por la megafonía y la marabunta. Una línea blanca delimita un enorme cuadrado alrededor del Conde Ansúrez, situado justo en el centro. En el interior del cuadrilátero –son escolares, nunca está de más un concepto de mates– se incrustan unos cien chavales que esperan a que la música se ponga en marcha.
«Los refugiados», anuncia Guerra. Una coreografía preparada por la artista vallisoletana Lola Eiffel en un proyecto en el que tuvieron mucho que ver Pro Música y Pro Danza. «Es el segundo año que se celebra el Día Internacional de la Danza en Valladolid», anuncia el maestro de ceremonias. «Con este proyecto educativo y de concienciación social ante las guerras» y, por extensión, todo lo que conllevan.
Cuando empiezan a sonar las primeras notas se desata un alarido. Un chillido común, que imita el terror que sufren quienes se ven atrapados en un bombardeo, un combate, una batalla ajena.Civiles que de pronto echan a correr. Y, acorde a la realidad, lo hacen embarullados en una confusión de idas y venidas que ejemplifica el caos.
Más tarde se agrupan todos en torno al Conde Ansúrez, antes de salir de su cobijo con prudencia, a pasitos. Quince colegios de todo Castilla yLeón –Cuéllar y Benavente fueron algunos de los invitados a esta jornada– concentrados en mostrar al público y a las cámaras de los espectadores cómo viven quienes no tienen ni siquiera adónde ir, como recuerdan los estudiantes que colaboran en la presentación.
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De pronto, de nuevo el caos. Las carreras, los gritos, el desbarajuste que invade una Plaza Mayor convertida en zona de conflicto. Y algunos caen al suelo mientras otros disparan, «¡bum!», retumban los altavoces. Los que quedan en pie se retiran cojeando, malheridos, antes de caer derrumbados en una tarima fuera del cuadrado del enorme escenario. Dentro solo quedan cuerpos tirados sobre las baldosas de la Plaza Mayor.
Llegan los aplausos y todos los reciben puestos en pie. Los cinco minutos de representación han servido, o eso esperan al menos los docentes que han impulsado el proyecto, para que los alumnos tomen conciencia de un problema global y lo muestren en medio de una ciudad que lo mantiene a una distancia aséptica.
Tras la actuación escolar, la danza y el baile tomaron el relevo en el mismo escenario y en otros espacios urbanos como Fuente Dorada, Portugalete, La Antigua o Plaza de la Universidad, con numerosos grupos coordinados por Prodanza y en una sucesión que debía prolongarse, según el programa, hasta las diez de la noche.
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