Salvador Álvarez llegó al mundo poco después de que este superase la pandemia de la Gripe Española, de que finalizase la Primera Guerra Mundial o de que Estados Unidos aprobase el sufragio femenino solo dos días después de que naciera este vecino de la zona centro de Valladolid. «Ha visto de todo», confiesa su hija Elena. «Hasta el coronavirus, del que apenas sabía nada hasta que salió por su pie del hospital tras dejarlo atrás», añade aún con esa ilusión al ver la recuperación «sorprendente» de su padre. «Así la han catalogado los médicos y sanitarios», subraya, mientras su padre se acerca a la puerta del domicilio de su hija, donde pasará los primeros días post coronavirus.
Salvador (Ferral de Bernesga, 16 de agosto de 1920) se queja de no poder ayudar a su hija, quien tiene que hacerle la comida estos días. «Me he curado con casi 100 años, pero me siento como una piltrafa, porque no puedo hacer nada», comienza.
A su obsesión diaria por no convertirse «en una carga» para la familia contribuye que este leonés, extrabajador de la base aérea de Villanubla, vive solo en su domicilio de la calle Recoletas, en el centro de Valladolid. Salvador, pese a los cuidados «con mimo» de su hija, y de que previsiblemente en unos días se trasladará a pasar una temporada en la casa de su otra hija Julia, en Fuensaldaña, echa de menos su hogar. «Él se vale solo para todo. Tiene una persona que va tres días a la semana a limpiar y a ayudarle, pero todo lo hace él», explica Elena, quien destaca la salida de su padre del Hospital Río Hortega el pasado viernes, cuando todos los sanitarios de la planta de cardiología en la que estuvo doce días ingresado le despidieron entre aplausos. «¿Pero entonces ya estoy curado?», les espetó a las enfermeras entre aplausos, antes de marcharse solo con la ayuda de un bastón y una agilidad física impropia de una persona convaleciente «del bicho» y de la edad de Salvador.
Agilidad física, pero también mental, como la que le llevó a valorar la crisis del coronavirus cuando se marchaba a la casa de su hija en ambulancia. «Yo miraba por la ventana y veía toda las terrazas cerradas, las plazas vacías... Sí, yo estoy bien, pero, ¿qué va a suceder con toda la gente que no trabaja, con todo cerrado?».
Desconectado, «más o menos», desde que ingresó hace casi tres semanas, después de que los síntomas del virus se manifestasen y quisiese la casualidad que ese mismo día llamase su médico de cabecera, que no dudó en ingresarle. Desde entonces –«y sí lo he pasado mal», admite e interrumpe–, añora su vida anterior, aunque confía en recuperarla, como le explicaba por teléfono todos los días a su otra hija Pilar.
Recuerda «el paseo por el Campo Grande o ir a comprar al supermercado». Su otra costumbre, menos políticamente correcta, también centra sus pensamientos. «Fumarme mi medio purito», confiesa, en una práctica que, de momento, tendrá que esperar. El alta médica solo incluye «un pequeño aislamiento y precaución durante los 14 días desde la salida del hospital», incide. «Estoy curado, pero me siento como una piltrafa», repite, aunque su hija mitiga la frustración con ejemplos de otros que la han superado, como Javier Solana. «Le digo que también tuvo coronavirus y lo superó, y entonces cambia el gesto y se da cuenta de que no es el único en esta situación», señala Elena.
El secreto de la longevidad «de mi juventud», bromea, también radica en que nunca ha padecido ninguna enfermedad grave. «Hace unos seis años me operaron de piedras en la vejiga pero lo superé sin problemas», recuerda. Poco después falleció su esposa, quien sufrió durante años alzhéimer, y a cuyos cuidados se entregó durante casi tres lustros de su vida.
Posible contagio
Salvador se encoge de hombros cuando se le pregunta por el contagio. «No tengo ni idea dónde lo pude coger», expresa, mientras aprovecha que la conversación vuelve a la Covid-19 para darle las gracias a todos los sanitarios, de los que aún recuerda los aplausos de su despedida. «Solo tengo palabras de cariño. Me han cuidado con mimo», afirma, con el gesto de asentimiento de su hija Elena, que agradece cómo desde el hospital se le mantenía informada «continuamente de su evolución». «Hay que valorar y agradecer la sanidad pública que tenemos», añade Salvador: «Subraya esto, por favor».
El regreso a casa de su hija le ha servido para ponerse al día. «Leo el periódico, escucho algo de radio y en la televisión veo El Intermedio». También ha dedicado tiempo a cuidar su imagen, e intenta estar «afeitado» y presentable durante toda la jornada.
Superviviente y casi centenario, Salvador concluye su charla haciendo alusión al aprendizaje de su experiencia en la lucha contra «el bicho». «A las personas que estén en esa batalla, solo les digo que aguanten, que merece la pena», resume en un mensaje de esperanza que no entiende de edades y que concluye con una larga sonrisa. «Hasta mañana, que ya llega».
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