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Genera menos conflictividad social que hace años y no aparece entre las principales preocupaciones de la sociedad en las encuestas, pero la droga sigue derrumbando personas y entornos familiares. La reflexión parte de Antonio Marcos, director del centro de atención a drogodependientes de Cruz Roja. ... A la sede ubicada en la Huerta del Rey acuden unos 350 toxicómanos que reciben tratamiento y ayuda psicológica de nueve profesionales y veinte voluntarios.
Consejos y recomendaciones
El confinamiento no lo pone fácil, pero por teléfono o presencialmente se sigue ofreciendo atención a las toxicomanías. «Hemos eliminado las consultas presenciales que no son absolutamente imprescindibles y seguimos admitiendo nuevos pacientes, once desde que empezó la pandemia, y seguiremos atendiendo a los que llamen a la puerta».
El trabajo ambulatorio se realiza a partir de las peticiones de ayuda que llegan al centro y son atendidas por médicos, psicólogos y trabajadores sociales. «El trastorno adictivo genera al usuario problemas en todos los ámbitos, familiar, laboral... se necesita apoyo farmacológico y trabajo psicológico para lograr la desintoxicación y después la deshabituación», explica Marcos.
El 60% de los pacientes bajo el cuidado de Cruz Roja son adictos a la heroína, un 20% al cannabis, un 10% a la cocaína y la misma proporción tienen problemas con el alcohol.
A los enganchados a la heroína se les suele someter a programas de sustitución con metadona o buprenorfina, «dos modos de que dejen de consumir de una manera fácil, pues lo hacen llevados por el síndrome de abstinencia y además para 'colocarse', así que con esta medicación abordamos la primera parte, pero no nos convertimos en su 'camello' porque se la administramos con la idea de que el efecto 'colocar' no exista». Otro de los tratamientos se basa en la sustitución del opiáceo por fármacos que disminuyen la sensación de abstinencia. Durante estas seis semanas de confinamiento Cruz Roja ha adaptado su forma de trabajo para seguir dando soporte a una población toxicómana que se mantiene estable, aunque cada año se suele renovar con un centenar de nuevos pacientes. «Ahora se está reduciendo el consumo porque sin gente en la calle y con más vigilancia es más difícil hacerse con droga», sostiene el portavoz de la institución asistencial.
También en Aclad, con sede además de en Valladolid en Palencia, León y Burgos, han reorganizado su atención. Las actividades que a diario se realizaban en el centro de día de Pilarica con 51 pacientes se han sustituido por sesiones terapéuticas 'on line'. «Entre Skype y wasap los pacientes se mantienen conectados a grupos en los que tratamos de reducir el estrés y la ansiedad que está provocando el aislamiento», cuenta Nacho Guerra, educador social sobre este colectivo que lleva un tiempo de abstinencia.
Otra de las batallas se libra en el centro de atención ambulatoria de Aclad, con 303 pacientes, muchos de ellos en consumo activo y a los que se ha reducido la atención presencial adaptándola al seguimiento telefónico. «Con el confinamiento se ha puesto cierto límite respecto al consumo, y aunque no podemos ser ilusos, ahora está muy limitado, lo cual es beneficioso para los usuarios», refiere Isabel Hernández, psicóloga y responsable del centro. «Y un aspecto positivo que vemos es el agradecimiento que nos hacen llegar los pacientes en las llamadas, todas las conversaciones con ellos terminan pidiéndonos que nos cuidemos, eso indica cómo valoran nuestro apoyo».
No obstante, Isabel Hernández alerta de que la crisis está dejando a muchos de ellos «sin nada, se han quedado en paro o con un Erte; los Ceas están desbordados. Bastantes de estas personas suman a la adicción un trastorno mental y el confinamiento agrava su situación».
Bajo la consideración de la drogodependencia como una enfermedad crónica no exenta de recaídas, recuerda Hernández que no basta solo con un ciclo de tratamiento a corto plazo. «En la anterior crisis nos llegaron muchas personas que llevaban diez años sin consumir y el drama de quedarse en paro y perder su nivel le vida les hizo recaer».
En los años 90 Antonio Marcos vivió en primera línea la época más tremebunda en materia de droga, cuando el poblado de La Esperanza en Pajarillos era conocido como el 'supermercado' de la droga del noroeste peninsular. «Fueron años terribles–recuerda–. En este centro llegamos a atender entonces a mil toxicómanos; el desmantelamiento del poblado y los tratamientos han hecho que todo aquello hayadisminuido y las condiciones sean ahora mejores. Imágenes como la de aquella gente tan destrozada ahora son más difíciles de ver, aunque la droga sigue provocando dramas silenciosos».
Aún así, lamenta Marcos que hoy no existe más concienciación que entonces frente a las drogodependencias. «Los chavales jóvenes siguen teniendo poca idea de peligro, sobre todo con el cannabis y la cocaína».
¿Puede ello deberse a que tiene hoy el fenómeno de la droga menos visibilidad que hace unos años? «Desde luego. Entonces la droga era, tras el paro, la segunda preocupación de la gente y ahora estará más allá de la décima posición. Aunque no ha desaparecido, su consumo ha disminuido en gran manera y las herramientas farmacológicas y terapéuticas han mejorado, pero esta percepción no debe llevarnos a relajar la gravedad del problema».
Alerta Antonio Marcos de que el efecto de las toxicomanías se va a mantener en el tiempo: «Es difícil que la gente deje de tener apetencia por sustancias psicotrópicas que modifican su estado de ánimo, no es previsible –advierte– que se produzca una reducción importante en nuestra lista de pacientes porque en la sociedad sigue atrayendo ese tipo de drogas».
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