

Secciones
Servicios
Destacamos
«No he tenido buena suerte», dice Ana Lidia (República Dominicana, 1988) cuando repasa su historia laboral durante los últimos meses. Le sobran dedos, muchos ... dedos –en realidad, todos los dedos de la mano– para contar los empleos que ha tenido desde que, justo unos días antes del inicio de la pandemia, deshizo su maleta en Valladolid. Antes sí, antes trabajó en la limpieza, en un bar, en el cuidado de niños, en una peluquería. «Experiencia no me falta». Pero la covid llegó para trastocar todos sus planes, para poner en cuarentena su futuro laboral. Y como el suyo, el de muchas mujeres procedentes de otros países.
Las crisis provocada por la covid ha abierto miles de heridas en las economías familiares. La provincia tiene hoy 37.132 personas inscritas en el paro (según los últimos datos disponibles, a 31 de enero). Son 7.383 personas más que un año antes, en enero de 2020, cuando el coronavirus se miraba desde Europa como una exótica enfermedad en China. El 24,8% más de parados que hace un año. El porcentaje sube al 49,34%entre la población extranjera. Y dentro de este colectivo, ellas son las más perjudicadas. Más en concreto, las mujeres extracomunitarias.
La Encuesta de Población Activa (EPA) del último trimestre de 2020 sitúa la tasa de paro en el 12,77% para las mujeres españolas. En el 18,82% para las nacidas en otros países de la UE. En el 35,46% entre las que han llegado de otros continentes (cuando la tasa entre los hombres extracomunitarios es del 27,18%). La estadística se aproxima a una realidad que duele más cuando al porcentaje se le pone nombres.
Como el de Ana Lidia. Llegó a Madrid desde la República Dominicana en mayo de 2017. Dejó en su país, con su madre, a sus dos hijos, de 11 y de 7 años, y una deuda que todavía intenta saldar. «Yo salí con el propósito de trabajar y de devolver lo que debía. El dinero que se consigue aquí, allí rinde más: el doble, el triple, el 'cuadrutriple'».
Durante su etapa madrileña, Ana Lidia trabajó primero en la limpieza de hogares («un mes y quince días»), gracias a una tía suya halló después empleo en un restaurante. Larguísimo turno de tarde y de noche. Desde las cinco hasta el cierre, «a las dos de la madrugada o más». Por las mañanas, cuidaba niños, echaba una mano a una amiga con peluquería («lavando cabezas, poniendo tratamientos...»). Hasta que el coronavirus destrozó sus aspiraciones.
«La verdad, antes de todo esto, yo tenía ganas de cambiar, porque el ambiente en el restaurante no era muy bueno». Habló con su hermano (él sigue en Santo Domingo) para que le pusiera en contacto con un amigo suyo, vallisoletano que viajó al Caribe hace años. Ana Lidia le llamó. Le preguntó si había posibilidades de empleo cerca del Pisuerga. Entre ambos se cruzaron llamadas, se turnaron para viajes entre Madrid y Valladolid. «Y bueno, ahora somos novios». Los ojos de Ana Lidia evidencian una sonrisa que la mascarilla oculta.
A principios de marzo de 2020, cuando el confinamiento empezaba a cerrar puertas y negocios, ella perdió el trabajo. Él le invitó a Valladolid. «Si vamos a estar confinados, mejor pasarlo juntos que en soledad». Y así fue como Ana Lidia se estableció en Valladolid. «Aquí no he tenido suerte, nada de suerte con el trabajo. He regado currículos por todas partes, pero no sale nada». Sí que consiguió un pequeño empleo, de 15 días, sin contrato, este verano en Madrid. Fue. Cumplió. Volvió. Pero, aparte de eso: nada.
«Sí que llaman, pero con ofertas deshonestas, con propuestas que ni siquiera quiero oír». Como aquella mujer que le contactó, supuestamente, para que cuidara a su hija. Le dijo que le pagaría 1.100 euros. Le preguntó que si no le importaba estar de interna. Le interrogó después que si tenía familia, que si tenía novio, que qué otras cosas estaba dispuesta a hacer, que si sabía dar masajes, que si le ponía jugar. «¿Cómo? No, no. Se equivoca de persona», dice que dijo Ana Lidia antes de colgar airada. Otras veces, detrás de ofertas de trabajo que parecían honestas, le ofrecían 250 euros por videollamadas eróticas. «No he tenido buenas experiencias, no».
En una ocasión, recuerda, acudió a una entrevista de trabajo en una tienda de bisutería. «Sí, sí, te tendremos en cuenta, pero no creo que por tu color... Si nos interesa, te llamaremos, me dijeron. Esto fue hace seis meses. En el anuncio ponía incorporación inmediata, así que no creo que ya me llamen», cuenta Ana Lidia, quien hace hace unos meses comenzó en Red Íncola un programa de formación para el cuidado de personas dependientes.
Mireya Martín, orientadora laboral en la ONG, es una de sus profesoras. «Desgraciadamente, situaciones como las que relata Ana Lidia todavía se dan. Incluso en los principales portales de empleo», explica Mireya, quien certifica cómo la pandemia ha impactado de lleno en el mercado laboral de las mujeres extranjeras. Muchos de sus trabajos están vinculados con actividades presenciales. donde el teletrabajo es imposible. Está la hostelería (con tantos ERTE), el servicio doméstico... Ahora se abierto una vía en el cuidado de personas dependientes, que muchas familias ven en estos tiempos como alternativa a las residencias. Por eso, se incide en esos módulos de formación.
«Hay clases de atención higiénico sanitaria, de alimentación saludable, de acompañamiento, limpieza y desinfección, cocina, plancha», explica Elena Valderrama, docente en Red Íncola, quien recuerda que la formación se dirige ahora hacia este nicho de empleo, mejor retribuido y con mejores prestaciones que el servicio doméstico. La entidad ofrece además clases de español, asesoramiento para la homologación de los títulos de sus países de origen o talleres de búsqueda activa de empleo para que esa brecha con el mercado laboral no sea tan abultada. Todos los días, a la entrada de su sede en la calle Olmo, cuelgan un cartel con las ofertas disponibles.
Samira (Marruecos, 1990) es una de las alumnas que acude a estas clases. Vive en Delicias con sus dos hijos (7 y 4 años) y con menos de 600 euros al mes, los que cobra por la renta garantizada. De ellos, en torno a la mitad (300 euros) se los come el alquiler. Su objetivo es encontrar empleo. Hizo un curso de limpieza. Después de muchos currículos entregados, consiguió una entrevista. La empresa encargada le dijo que, si quería conseguir el trabajo, debía quitarse el pañuelo de la cabeza. Samira se negó. Dijo que no iba a renunciar al pañuelo. No superó la entrevista. En un español que mejora cada semana, cuenta que le gustaría estudiar un curso de pastelería. Su sueño es entrar en un obrador. Demostrar en el horno la maña que tiene con el dulce. «Sobre todo, las tartas», reconoce, habituada como está a la fabricación de los pasteles árabes, cuya receta aprendió en Marruecos de su madre. ¿Volver allí?«No creo. No, de momento. A lo mejor con el tiempo. Pero aquí hay mejor educación para mis hijos.Y la educación es lo primero para llegar alto y trabajar. Yo se lo digo a mis hijos: 'Hay que estudiar, no hay que dejar la escuela'», apunta Samira.
Tanto ella como Ana Lidia confían en que la situación económica mejore a medida que la covid se supera. «A mí me gusta mirar siempre el lado positivo. Yo no cruzo los dedos. Sé que después de tantas cosas malas vendrá algo bueno, seguro que mejor. Y eso será un puesto de trabajo. Lo voy a conseguir. Seguro», remacha Ana Lidia, antes de volver a clase y seguir su formación.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones para ti
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.