

Secciones
Servicios
Destacamos
Salma echará este verano de menos aquella bolsa de patatas fritas con coca cola, los helados de chocolate, las verbenas en Santibáñez, los baños eternos ... en la piscina junto a Glana y Yamila. Mulay no podrá disfrutar de esa prometida semana sin lluvias en la playa de Santander. Mohamed tendrá que conformarse esta vez con el recuerdo de aquel viaje que hizo a las tripas de un estadio de fútbol.
Porque este agosto, sus esperadas vacaciones vallisoletanas se han visto truncadas por la crisis del coronavirus. Son cuarenta niños saharauis, de entre 10 y 12 años, que estos meses de julio y agosto iban a abandonar por unas semanas sus hogares en el desierto, en los campamentos de refugiados de Tinduf, para pasar los meses más sofocantes del año junto a familias de acogida de Valladolid. Como ellos, como Salma, Mohamed o Mulay, cientos de niños saharauis han visto cómo la covid-19 ha obligado a anular el programa Vacaciones en paz, que mantiene viva su llama con actividades educativas y lúdicas en el Sahara.
«No queríamos perder el contacto y nuestro compromiso», asegura Blanca López, vicepresidenta de la asociación de amigos del pueblo saharaui, hogar de acogida desde hace 15 años (con ocho niños atendidos). Por eso, junto con el resto de sedes provinciales del colectivo, han lanzado una iniciativa «alternativa» que, en las escuelas de las cinco 'wilayas' (asentamientos), ofrece actividades culturales, deportivas, sanitarias y de concienciación ambiental con la limpieza del entorno, «ya que allí la recogida de residuos es escasa y es importante inculcar a los niños las necesidades de no arrojar basuras de forma descontrolada».
Para ello, se sirven de voluntarios locales que ejercen como monitores. «En el Sahara hay muchos profesionales cualificados, también universitarios, que, sin embargo, sufren luego unas elevadas tasas de desempleo juvenil», asegura López.
Las familias vallisoletanas colaboran en la financiación de este programa con aportaciones económicas, que se suman a las ayudas comprometidas por la Diputación, los ayuntamientos de Valladolid y Medina del Campo, y la Junta de Castilla y León.
Las instituciones financian con partidas estas acciones y también la adquisición de alimentos para las familias más vulnerables (los niños participantes reciben todos los días el desayuno). «La crisis ha cerrado las fronteras y la ayuda internacional tarda en llegar», asegura Mohamed Labat, delegado saharaui en Castilla y León. «Hasta la Media Luna Roja tiene problemas de suministro», indica López.
La asociación vallisoletana mantiene vivo un acuerdo con un transportista saharaui que todos los meses lleva hasta el desierto los alimentos, productos de higiene o educativos que las familias de Valladolid envían a sus niños de acogida. «Desde febrero no podemos mandar esas cosas porque no le dejan pasar. Y otras caravanas solidarias también están teniendo dificultades», cuenta López.
Ella, como casi todos los hogares de acogida, estrecha las distancias gracias a las videollamadas y las conversaciones por Whatsapp. El año pasado, Blanca recibió en su casa de Santibáñez a tres niñas saharauis de familias distintas (Salma, Yamila y Glana), pero su compromiso comenzó con Hisa, una joven que hoy tiene 22 años. «Todavía mantenemos el contacto . Es la menor de seis hermanos. Su padre murió cuando era muy pequeña y ahora tiene que cuidar a su madre, que está muy enferma», asegura.
Ángel Gil se adhirió al programa hace dos años, después de ver un reportaje por televisión, y recibió a Mulay en casa (un séptimo piso, en el centro). «Cogía el teléfono y se ponía a grabar desde las alturas... o el frigorífico lleno», recuerda Ángel. «Cuando llegó, Mulay no sabía nada de español. Estaba un poco atemorizado. Pero muy pronto se desatan las simpatías. Hoy, dos años después, habla español con cierta soltura, lo escribe bien. Este verano era el último que podría venir. Pero ojalá que, por esta circunstancia, se amplíe la edad y pueda regresar. Tiene pendiente un viaje a la playa. Estos años fuimos un par de veces a la de Santander, pero nos llovió. Los dos días. Le prometí que visitaríamos el mar con buen tiempo», ríe Ángel, quien ha viajado en dos ocasiones al campamento de Aaiún (en Semana Santa y diciembre) para conocer a la familia de Mulay.
También Beatriz Barca y José María Román, pareja, vecinos de Parquesol, han visitado en el Sahara, en Ausserd, a la casa de Mohamed, el primer niño que tuvieron de acogida. «Fue una experiencia increíble. Otro mundo. Ves fotos de allí, buscas en Internet, pero no te haces una idea real hasta que no lo visitas y conoces la realidad en la que viven, la situación de los refugiados saharauis». «Yo conocía la causa desde hace años, en la Universidad, y pensé que sería interesante participar en esta iniciativa. Es bonita. Y dura. Son niños, no conocen bien el idioma, venir a España supone un cambio muy grande en su vida diaria. Pero, al final, es una experiencia muy agradecida», asegura Beatriz.
El verano pasado compartieron su tiempo con Fatma, una niña «muy risueña, muy expresiva», que este estío ha tenido que sustituir su viaje a Valladolid por las clases lúdicas en el desierto. «Los niños no son tan conscientes de lo que suponen las desigualdades. Ellos viven el verano entre juegos, en libertad, acostumbrados al calor y la arena. Son felices. Solo cuando crezcan se darán cuenta de la situación de su pueblo», cuentan, con la esperanza de que el próximo año se recupere la normalidad y los niños saharauis vuelvan a disfrutar de unas vacaciones castellanas.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La mejor hamburguesa de España está en León
Leonoticias
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.