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Ahmed, en la calle Don Sancho. ALBERTO MINGUEZA

«Si crees que hay un futuro mejor para ti, nunca piensas: 'Estoy cansado de intentarlo'»

Ahmed salió de Sudán con 14 años. Llegó a España en el buque 'Aquarius' para «buscar un futuro» que, cumplidos los 20, comenzaba a fraguarse con un empleo en Valladolid. La covid ha venido para trastocar sus sueños

Víctor Vela

Valladolid

Domingo, 31 de enero 2021, 08:37

Tampoco en los sueños de Ahmed había sitio para el coronavirus. «Cuando sales de tu país y piensas en llegar a Europa, sabes que no todo va a salir bien. Te preparas para lo bueno y para lo malo. Imaginas que habrá momentos duros, ... situaciones difíciles... pero esto del coronavirus no lo sabía nadie, nadie lo esperaba».

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La covid ha sido una zancadilla a traición, una barrera más cuando todas las anteriores (salir de Sudán con 14 años, dejar a la familia atrás, caer en las redes de la mafia, atravesar el Mediterráneo en patera) parecían ya superadas.

La pandemia ha sido (es, está siendo) una trampa escondida, un estorbo indeseado –como, para todos, un traspié– en el largo camino de Ahmed hacia la felicidad.

La mascarilla ocultó su sonrisa justo cuando más podía presumir de ella: sus amigos en Valladolid, su equipo de fútbol, su piso compartido en Vadillos, su trabajo en la hostelería, su afición descubierta por 'La que se avecina' y Julio Iglesias. Esa vida que empezaba a asentarse y que ahora se desdibuja con la incertidumbre de un ERTE, la tristeza del toque de queda, los recuerdos no tan lejanos de las quedadas con los colegas, las fiestas en Las Moreras, los viajes para   conocer España («qué bonitas Burgos y Ávila, tengo ganas de visitar Salamanca y León»).

Ahmed Abou (Sudán, 2000) se convirtió en uno de los protagonistas anónimos de las fotos, de aquellos titulares que coparon los medios de comunicación en junio de 2018. El puerto de Valencia recibió entonces, el día 17, después de diez jornadas a la deriva en alta mar –a la espera de que un Gobierno los acogiera– a 629 personas que habían sido rescatadas por el buque Aquarius de las amenazantes zarpas del Mediterráneo. Entre ellas había 68 menores. Entre ellos, 46 que viajaban solos. Entre ellos, Ahmed.

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«En mi país no había futuro. Yo sabía que si me quedaba, no podría hacer nada. Estaba la guerra, no había trabajo. No había libertades». Desde muy pequeño, Ahmed echó una mano –trabajó en el campo– para llevar dinero a casa. «Mi padre murió, mi madre trabajaba en un comedor del Gobierno, y éramos siete hermanos. Yo quería salir, lo tenía claro, salir de mi país, buscar un futuro. No por mí solo. Por ayudar a mi familia».

Con 14 años, Ahmed le dijo a Fatima, su madre, que había pensado en emigrar. «No es raro, allí hay gente que sale muy joven, con 13 años. Cuando le conté a mi madre, ella ya sabía que había llegado el momento. Ahorró dinero y me ayudó a pagar el viaje a Egipto».

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Allí trabajó durante un año en una fábrica de alfombras. Seis meses más en una peluquería. Tiempo suficiente para conseguir la cantidad que le pedían para pagarse un pasaje en patera rumbo a Europa. Para ello tuvo que pasar a Libia, donde las mafias controlan los corredores por el Mediterráneo y hacen negocio con las aspiraciones de miles de personas.

Lentitud para resolver las solicitudes del 'Aquarius'

En marzo del año pasado, justo dos días antes de que el Gobierno decretara el estado de alarma por la covid, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) alertaba de la lentitud en la tramitación de las solicitudes de asilo para las 374 personas (de las 629 que llegaron en el 'Aquarius')que finalmente solicitaron en España protección internacional. Según fuentes de Interior, de los 629 inmigrantes que desembarcaron en Valencia en junio de 2018, 78 decidieron tramitar su solicitud de asilo en Francia. Finalmente se trasladó al país vecino un amplio grupo, la mayoría de Sudán. De las 551 personas restantes, 374 formalizaron su solicitud de protección internacional en nuestro país. De ellas, nueve peticiones han sido archivadas y a 49 se les ha denegado. Únicamente se han concedido nueve reconocimientos del estatuto de refugiado. La mayoría sigue a la espera dos años y medio después, informa Juan Antonio Maharrí. Las personas que continúan en Valencia crearon la Asociación de Supervivientes del Aquarius, que lamentan sentirse «olvidados» y «abandonados» por el Gobierno. «Nosotros pedíamos que se valorara que huyeron de Libia ante experiencias de violencia», indica Jaume Durà, responsable jurídico de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). «Todos describían palizas, amenazas o violaciones y eso les hacía merecedores de una protección con carácter general, pero el Gobierno no lo ha planteado así». Según CEAR, resulta incoherente. «Si España ofreció puerto seguro [fue una de las primeras decisiones tomadas por Pedro Sánchez al frente del Ejecutivo] estaba dando a entender que iba a poder proteger a estas personas», sentencia Durà. De ellas, siete llegarno a Valladolid.

Fueron cuatro los intentos fallidos. En uno de ellos, la patera en la que viajaba, con otros 120 compañeros de infortunio, fue interceptada («en la frontera entre Italia y Libia») por una embarcación de las mafias. «Nos encontraron y nos devolvieron a Libia. A mí me metieron en una prisión durante meses. Me obligaron a trabajar para ellos». Después, encontró empleo en la limpieza de un colegio. Un adolescente forzado a conseguir dinero con el que pagar la cantidad que le exigían para montar en alguno de sus botes. Era su quinta vez en alta mar. «Lo tenía que intentar hasta conseguirlo. Si has salido de tu casa, si piensas que hay un futuro mejor para ti, nunca dices estoy cansado de intentarlo». Aunque la desgracia se cruce en el camino.

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«Al principio, el viaje fue bueno, pero luego no. Muy duro. Perdí a un amigo que venía conmigo en la patera. No sé cómo murió. Llevábamos más de veinte horas en el mar. Las maderas estaban rotas, entraba mucha agua y ya no podíamos estar sentados. Pensábamos que no íbamos a vivir. Murió mi amigo y otra persona, un nigeriano que no hablaba, que estaba muy triste, se veía en su cara. En esos momentos, piensas muchas cosas, que te puedes morir. Pero a mí no me importaba. Me daba igual. Al final, es la vida. Así es la vida. En algún momento tienes que morir. Pero, gracias a Dios, nos dio una nueva oportunidad de vida».

Esa oportunidad llegó de madrugada, en forma de helicóptero, después de siete horas de agonía con la patera en descomposición. «Nos dijeron que tranquilos, que todo iba a salir bien, que iban a venir a por nosotros. Ya era de noche. Cuando sales de Libia, se va el sol rápido». A la media hora de aquel aviso, el buque Aquarius los rescató de alta mar. Finalmente, pudieron desembarcar en Valencia. «Yo siempre pensé que me quedaría en el país al que llegara. Otros compañeros no, querían irse, decían que en otros sitios había más ayudas, sería más fácil. Yo pensé: 'He llegado a España, me quedo aquí'.

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Ahmed, en uno de los murales que ilustran la entrada de Accem. ALBERTO MINGUEZA

Pasó una temporada en Valencia, de ahí a Alicante hasta que el programa de protección habilitado para los pasajeros del Aquarius le destinó (junto a otras seis personas) a Valladolid, donde inició un programa de dos años asociado a su solicitud de protección internacional. Lo primero, aprender un idioma que ahora habla casi a la perfección. No le bastaban las clases, no tenía suficiente con conocer las palabras básicas de la compra o del hogar. Quería más. Y rápido. Por eso, cuenta, salía a la calle, se sentaba en un banco, y buscaba conversación. Con el primero que pasara. Con cualquiera que se acercara y le quisiera acompañar. «Yo decía: 'Hola qué tal', que era lo único que sabía, y entonces empezábamos a hablar. Y así fui mejorando poco a poco».

Después de seis meses, obtuvo el permiso para trabajar. Hizo un curso formativo de camarero en Cáritas. Y eso le abrió las puertas a una profesión que ha descubierto y le encanta. «Soy de barra», dice. Cumplió las prácticas en el restaurante La Pícara, en Miguel Íscar, donde después encadenó un contrato para Navidad. «Me ayudaron muchísimo, acabé genial con ellos, son muy majos». Luego, le hicieron contrato en La Pasión Café, en la calle Ruiz Hernández. Sufre ahora los estragos del sector, asfixiado por las restricciones de aforos, el cierre del interior de los locales. «Estoy en ERTE», cuenta con resignación y un arsenal de currículos en la recámara, por si hubiera que recurrir a ellos. «Espero que no, porque me gusta la hostelería».

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Y el fútbol. Seguidor desde niño del Manchester United, buscó desde su llegada a Valladolid un equipo con el que entrenar. «Es mi sueño, jugar al fútbol». Encontró su oportunidad en Arroyo, como lateral («en las dos bandas, a veces defensa central») en un equipo en el que ha hecho grandes amigos. «Mi compañero de piso también vino en el 'Aquarius'. Acaba de hacer una entrevista para Renault. Pero luego todos mis amigos son españoles, del equipo de fútbol. O italianos, que estudian aquí. Soy una persona muy abierta, me gusta hablar con cualquiera. Y no es difícil hacer amigos. La gente de Valladolid me ha recibido muy bien. Me gusta la ciudad. Los edificios, la naturaleza. He viajado a varias partes de España y la mejor gente, para mí, la de Valladolid», cuenta Ahmed, con la desgana de casi un año de pandemia. Sobre todo, el confinamiento de la primavera, sin poder salir de casa. «Fue muy aburrido».

Lo aprovechó para hablar por teléfono con su familia («me gustaría que mi madre estuviera conmigo, pero es difícil, somos muchos hermanos y los tiene que cuidar»)y ver películas y series, para mejorar su español con la tele. «Mi preferida, 'La que se avecina'. Con Amador Rivas y Antonio Recio, los mejores». ¿Y de música? «Julio Iglesias. En la antigüedad está lo bueno, sus letras se meten en el cerebro», asegura, antes de mirar con esperanza al futuro.«Lo único que me gustaría ahora es que todo esto pase, que la vida vuelva a la normalidad y vivir como antes. Poder trabajar. En el bar. A lo mejor tener el mío propio, aunque es complicado, hace falta mucho dinero y está difícil». Pero, confía, ojalá, que la covid sea pronto historia, un obstáculo superado, un tropiezo temporal en su camino a la felicidad.

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Arraigo laboral

Las entidades que trabajan en el acompañamiento de las personas que han solicitado protección internacional en España reclaman mayor celeridad en la resolución de expedientes y una revisión de la Ley de Extranjería para contemplar casos de «arraigo laboral» que favorezcan la integración y eviten los contratos irregulares y la economía sumergida.

La pandemia –con el cierre de fronteras– ha reducido la llegada a España de personas que solicitan asilo o protección interancional, «aunque los problemas de violencia que sufren en sus países se mantienen o incluso son más graves», asegura Daniel Duque, responsable de Accem en Castilla y León.

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Por eso, es previsible que, cuando se abran las fronteras, ese flujo de personas, sobre todo de Centroamérica y Venezuela, vuelva a crecer.

«Respecto a los que ya están aquí, durante el confinamiento se paralizaron todos los plazos y ahora, al haber menos expedientes nuevos, se están resolviendo de una manera más ágil, aunque todavía hay mucho retraso», explica. Así, puede ocurrir que a los dos años tengan que abandonar el programa sin que se haya resuelto su situación y se vean abocados a una realidad entorpecida por el coronavirus, donde la integración (cuando apenas hay familia o redes de apoyo)se hace más difícil.

También encontrar empleo, aunque, como recuerdan en Accem, hay sectores donde sí que se ha dado la contratación estos meses, como en atención a la dependencia y cuidado de mayores (muchas personas extranjeras han cubierto las bajas de personal en las residencias durante la pandemia) o en el trabajo agrario. Otro nicho importante era la hostelería, con los problemas que ahora arrastra.

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Para estos casos, Accem pide mayor implicacion de la Junta y los ayuntamientos, con programas de formación y de acompañamiento para estas personas que ya han completado el camino de protección. «Si se les deniega la petición, se considera que están en situación irregular y deberían abandonar el país, una paradoja cuando las fronteras están cerradas», cuenta Duque.

Puede darse el caso que esa persona, hasta que se resuelva su expediente, haya encontrado trabajo. Con contrato. «Pero con su nueva situación, debería dejarlo, porque en esa situación irregular sobrevenida, el empleador podría tener un problema». Por eso, para evitar que esas personas caigan en la economía sumergida, las entidades sociales han reclamado la posibilidad de un «arraigo laboral» que, sin esperar a los años fijados por ley, permita regularizar la situación de personas a las que se les ha denegado la protección internacional pero que ya han encontrado trabajo reglado.

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