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Adiós ciudad, hola pueblo. En cuanto decayó el estado de alarma se mudaron a su segunda residencia en Pesquera de Duero. En la localidad ribereña ... Antonio Pontes (informático, 58 años) y Rubi de los Ríos (ama de casa, 57) han pasado el verano y allí continúan. Desde el 7 de septiembre han guardado aislamiento durante 14 días al resultar ambos positivos por coronavirus, aunque ya desde el 30 de agosto no hacían vida en la calle. «En el pueblo tenemos jardín, vistas al campo, no ves la fachada de la mole de pisos de enfrente, como en la ciudad, así que se hace más llevadero estar metido en casa», señala Antonio, actualmente abonado al teletrabajo desde el pueblo en el que la Junta de Castilla y León ha decretado el confinamiento. En dos ocasiones ambos han dado positivo en los análisis, y el viernes 18 Antonio recibió el alta sin ser sometido a ninguna prueba. Por precaución prefiere teletrabajar desde casa.
Pese a que tenían todo el día por delante, durante el período de aislamiento el despertador ha seguido sonando a las 06:45, si bien con mayor relajamiento a la hora de levantarse para «desayunar, leer, ver noticias en Internet, la tele... aunque acabas harto de todo eso, he leído alguna revista de historia... lo que más pesado se me hacía de la jornada era la última hora de la tarde. Se me han hecho muy largas las tardes; no haces actividad física ni tienes cansancio suficiente para irte a la cama a las diez, así que al final te acuestas a las 12:30 o la una de la madrugada». Su huerto ha sido otra vía de escape, «tanto como las chapucillas» en las que se enfrascaba cuando el covid le daba tregua. «Hubo días que nos encontrábamos muy cansados, con dolor muscular, de cabeza, garganta y vista cargada... no podíamos con el alma».
La lentitud del reloj es otra de las sensaciones que no olvidarán. «Cuando estás mal, todo se alarga, tomas un paracetamol y piensas que ha pasado poco tiempo desde el último, las horas se estiran», explica Rubi, especialmente temerosa con el virus al padecer una enfermedad crónica. «Cogí mucho miedo», confiesa quien ha hecho de la lectura, las series, la costura y la elaboración de bolsos sus principales aliados contra el aburrimiento. «Desde el primer momento me marqué unas rutinas, es esencial para no caer en la desidia; ahora me apetecería salir a pasear y perderme con los perros por el campo».
'El silbido del arquero', de Irene Vallejo o 'El encaje roto', de Emilia Pardo Bazán, han amenizado sus horas lectoras mientras, junto a su marido, espera que le practiquen la prueba que confirme que ha dado esquinazo al virus.
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