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berta pontes
Martes, 3 de noviembre 2020, 07:07
Trabajar en una residencia de ancianos durante el primer pico de la pandemia provocada por la covid-19 tuvo la peor de las consecuencias para ... Natalia Montero Gutiérrez, de 23 años y enfermera en el Hospital Clínico de Valladolid. Ella, como tantos otros profesionales de la salud, se contagió de coronavirus. l contacto directo con infectados fue el causante de su infección, y fue «tan estrecho porque les teníamos que hacer las curas y pruebas sin utilizar mascarilla porque no había material de protección por entonces», denuncia.
Pero esta joven enfermera lo tuvo claro cuando los casos comenzaron a aumentar significativamente en nuestra comunidad autónoma. Ella llegaba a casa después de trabajar en el geriátrico, se desprendía de su ropa y la echaba a lavar sin mezclarla con la de sus convivientes. Tras el proceso de desinfección personal se encerraba en su habitación hasta que tenía que salir para volver a trabajar. «Uno de los baños de la casa lo usaba solamente yo para que no se contagiasen si yo lo cogía, porque sabía que acabaría ocurriendo debido a mi trabajo», apunta. Así, consiguió evitar tener contacto con su familia y no les ponía en peligro día tras día. Gracias a su comportamiento, cuando comenzó a sentir malestar corporal no tuvo que preocuparse de nada más que de continuar aislada.
Especiales coronavirus
No le realizaron la prueba diagnóstico PCR porque al presentar diversos síntomas y al haber tenido contacto «más que estrecho» prescindieron de ello y la dieron por infectada de coronavirus.
«Lo primero que pensé cuando supe que tenía el virus fue que me podía morir, que aunque fuera joven podía pasarme lo peor. Incluso pregunté a un familiar médico si me podía pasar algo o si me iban a quedar muchas secuelas», asegura Natalia.
Sus síntomas comenzaron siendo leves: algo de dolor muscular, mucho cansancio y tos, pero a los pocos días llegó la dificultad para respirar y la pérdida de gusto y olfato. «Tuve que permanecer encerrada en mi habitación y sin ver a mi familia 25 días -explica- incluso cenábamos conectados por skype cuando solo nos separaba una pared; era una situación que nunca pensé que me tocaría vivir».
Pero las dolencias físicas fueron pasando a un segundo plano a medida que iban pasando los días para dar paso a la preocupación y la incertidumbre. «Yo vi cómo el coronavirus mataba a gente en la residencia de ancianos mientras estaba trabajando y pensar que yo también lo tenía me hizo tener miedo; mi cabeza comenzó a dar demasiadas vueltas sobre lo que me podía ocurrir y eso me consumía por dentro, tenía bastante ansiedad» asegura. Pero Natalia lo tuvo claro y atajó el problema de raíz pidiendo ayuda psicológica. «La necesitaba. Mi psicóloga me ayudó en los momentos de impotencia y cuando mi cabeza daba demasiadas vueltas sobre lo que me podría pasar», declara.
La continua avalancha de información sobre el coronavirus y de noticias negativas sobre contagiados y colapso de hospitales hicieron la cuarentena de Natalia aún más dura, a lo que se unió la imposibilidad de ver o abrazar a su familia a pesar de estar en la misma casa. «Me dejaban la comida en el pasillo y no nos veíamos; fue duro pero todo mereció la pena porque ninguno se infectó». Los días pasaban y su salud iba mejorando poco a poco. «Los dolores desaparecieron y la tos también. Cuando recuperé el gusto y el olfato me hicieron una PCR y salió negativo; además tenía anticuerpos, lo que me permitió poder ver de nuevo a mi familia», manifiesta la joven.
Las secuelas que el virus ha dejado en su cuerpo son casi inexistentes ahora, aunque hay veces que los calambres musculares que sufrió mientras era positivo en covid vuelven. «He estado varios meses haciéndome análisis porque la coagulación sanguínea y el Dimero D (regula la coagulación sanguínea)se me habían disparado, pero ahora ya se me ha estabilizado». El cansancio general sigue latente pero en menor medida.
Ahora, lo que Natalia Montero desea transmitir es que se tome conciencia social «pero sobre todo a nivel individual». Las cifras de contagios siguen subiendo y parecen no tener techo. «Esto no es una broma ni una gripe fuerte, no se sabe cómo va a afectar al organismo de cada uno y es muy importante tomar todas las precauciones para no infectarse». Y destaca que «en los hospitales no se vive entre bailes ni aplausos, hemos visto a compañeras derrumbarse».
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