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Quienes sobreviven lo hacen gracias al turismo nacional, fundamentalmente a los viajeros residentes en su misma provincia o comunidad autónoma. Pero otros, demasiados, no corren la misma suerte. Porque el coste de la pandemia en Valladolid es «muy elevado» en sectores como el turismo rural, ... que se siente «peor que nunca». Lo dice el presidente de la Asociación de Empresarios de Turismo Rural de Valladolid, Luis Ángel Chico, quien considera que desde que la covid trastocara la rutina, en torno a sesenta alojamientos han echado el candado en el medio rural vallisoletano. Es decir, que en apenas año y medio la provincia cuenta con un tercio menos –había unas 180, según sus estimaciones– de posibilidades para alojarse en establecimientos rurales. La mayoría para siempre.
Unos, empujados por la falta de relevo generacional y aprovechando los meses en los que, o bien por las restricciones o porque el país estaba encerrado en casa para protegerse de la covid, no pudieron trabajar. Es el caso, por ejemplo, de La Vieja Olma de Roturas. «Directamente ya no existe, la cerramos y la vendimos», explica el que fuera su propietario, Isidoro Prieto, que también indica que lo hicieron «con toda la pena del mundo». No querían hacerlo, pero dice que él y su esposa eran ya «muy mayores para gestionarlo». A ellos, la crisis sanitaria les pilló en fuera de juego –laboralmente hablando–, pero reconoce que en caso de haberla seguido gestionando, por principios no hubieran recibido clientela. «Somos un pueblo muy chiquitito, con gente muy mayor... Y aquí, por la salud de nuestros vecinos y la nuestra propia, tampoco podíamos estar recibiendo gente de diferentes sitios», sostiene.
Ese es, sin duda, el gran virus que asedia al sector en la provincia. «Valladolid es una zona envejecida, y esto no es ajeno al turismo rural. La principal criba que hemos tenido ha sido por los cierres generacionales, que lo hacen porque los hijos no quieren cogerlo o simplemente porque quien lo lleva es mayor y decide que el negocio ya ha dado todo lo que tenía que dar», comenta Chico, que insiste en que «ahora mismo funcionando somos muy poquitos». «Afortunada o desgraciadamente los que ahora estamos trabajando vamos a seguir adelante», continúa.
Pero también ha habido numerosos propietarios a los que no les ha quedado más remedio que buscar otra salida laboral, tirar la toalla en torno al 'nido' que crearon. Los gastos han sido muchos y muy altos. Los ingresos, prácticamente nulos hasta entrado el verano por las restricciones de aforo y la normativa impuestas. «Mantener una casa rural es muy costoso. Que nadie olvide que hemos seguido pagando gastos: la luz que está altísima, el gasoil, muchos el alquiler, el agua... Y durante mucho tiempo hemos estado prácticamente vacíos», recuerda Luis Chico.
Le ocurrió a Maísa Quill, que regentaba La Casona de Pozaldez. Intentó mantenerse a flote, luchar por el que era su «sueño», el eje en torno al cual giraba su proyecto de vida. Lo que siempre había deseado. Pero en septiembre de 2020 tuvo que tomar «la decisión más difícil»: o pagar gastos o vivir. Optó por no ahogarse y cerró la posada. «Me quedé con ella en renta hace tres años, pero con la pandemia ya no podía más y tuve que dejarlo, se la entregué a los dueños y me busqué la vida», apostilla esta dominicana llegada hace diecisiete años a territorio vallisoletano.
Aguantó, tensó la cuerda hasta que no pudo más. Cuando estaba a punto de romperse. «No dormía ni comía de la incertidumbre. Pasaban los meses, seguía sin ingresar un euro y yo tenía que seguir pagando tanto la renta de la posada como mi hipoteca», reconoce Maísa, quien también desvela que, a todo ello, debía sumar el montante mensual que enviaba a su familia, que vive en su país natal. «Mi madre está allí enferma, no tienen nada y tenía que pasarles dinero. Entre todas las cosas no me quedaba nada de los ahorros y con mucha pena tuve que dejarlo», insiste.
Asimismo, admite que hasta marzo de 2020 su posada funcionaba «a la perfección». A pleno rendimiento. Raro era el fin de semana que no recibía huéspedes. «Llenaba casi todas las semanas, podía vivir de ello porque la verdad es que por esta zona no había un alojamiento tan grande, de tanta capacidad, pero llegó el 'bicho' y me trastocó todo», lamenta Maísa.
Desde entonces tiene una nueva vida. «Al día siguiente» de clausurar para siempre la estancia encontró trabajo en el Ayuntamiento del pueblo. «Estoy muy feliz, tengo estabilidad, que es lo importante», afirma mientras se compadece de los que un día fueron sus compañeros de profesión. «Hay gente que tiene que estar pasándolo muy mal, solo puedo mandarles ánimos».
El turismo rural en Valladolid afronta ahora su futuro más incierto. No saben qué será de ellos ni de sus negocios, pero Chico ensalza la «calidad y calidez» del sector en la provincia. El verano, por el momento, está siendo «muy flojo con respecto a años normales». «Estamos teniendo un poquito menos que el año pasado y mucho menos que otros anteriores, cuando podíamos estar hablando de una ocupación del 85%, y ahora no creo que lleguemos al 60% en las que no tienen piscina», apunta el representante del turismo rural, al tiempo que sostiene que aquellas que sí tienen opción de baño «o que cuentan con embalses, ríos u otras posibilidades» cerca rozan el 100%. «Es un reclamo».
Por otra parte, Chico informa de un «problema» que ha brotado en las últimas fechas: el vandalismo. A él mismo, por ejemplo, le hicieron «la gracia» de vaciarle los extintores. «La gente tiene que darse cuenta de que una casa rural es muy costosa de mantener, es un negocio del que vivimos y no podemos estar así», se lamenta.
Viven su futuro más próximo con incertidumbre e inquietud. Intuyen que no serán los últimos, que inevitablemente habrá más cierres, pero mientras «no queda otra que seguir remando».
Hace aproximadamente dos años, Antonio Prada colgó por primera vez el cartel de 'Se vende' en la casa rural que regenta en Villavicencio de los Caballeros. Dice que lo hizo porque «llegados a una edad, tienes nietos y los quieres ver y estar con ellos. Como no hay un reemplazo familiar para ocuparse de la casa, optas con todo el dolor en el corazón por cerrar la casa y buscar a alguien que se haga cargo de ello», cuenta, al tiempo que admite que ha buscado «sin éxito» que alguien se ocupara del negocio. Pero es inviable. No resulta «rentable».
Asimismo, asegura que cuando «apostaron» por poner en marcha el establecimiento, lo hicieron con la firme convicción de que sería «viable». Pero la situación geográfica del municipio vallisoletano les dio de bruces. «Es un pueblo maravilloso, se vive muy bien y recomendaría de cabeza a alguien venirse aquí a vivir, pero las casas rurales funcionan mejor si están en un lugar que tenga cierta atención o promoción, ya sea porque el pueblo tiene datos históricos... La gente no acude solo a un sitio por la comodidad del sitio o la tranquilidad, sino también por el entorno, y en mi opinión Tierra de Campos es menos atractivo que un paraje de montaña», señala Antonio Prada. A todo ello añade la pandemia. Aunque insiste:lo suyo «nada tiene que ver con el coronavirus ni con que el negocio pueda o no tener futuro; es por un tema familiar, queremos estar con nuestros nietos».
«La situación actual está siendo horrorosa, no me extraña que se cierren o vendan casas. El año pasado todavía se podía defender uno, pero este año no sé qué pasa que está siendo bastante complicado y está todo más parado», asevera. Mientras intentan darlo salida, la casa está activa. Continúa recibiendo huéspedes, aunque orientado el alquiler sobre todo a grupos familiares.
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