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Blanca Villar, enfermera del Clínico de Valladolid. S. F
La enfermera vallisoletana que dio positivo seis veces por covid

La enfermera vallisoletana que dio positivo seis veces por covid

Testimonio ·

Blanca Villar reconoce que en su caso sufrió más por la parte psicológica que por la física

Sofía Fernández

Lunes, 1 de marzo 2021

Tienes que tener la mente muy fuerte y muy despejada, porque en mi caso más que a nivel físico ha sido duro a nivel psicológico», explica tajante Blanca Villar, enfermera vallisoletana de 23 años que se contagió mientras trabajaba con pacientes covid en el Hospital Clínico Universitario de Valladolid. Contrajo el virus al comienzo de la pandemia y tuvo que pasar mes y medio confinada porque encadenó resultados positivos hasta en seis ocasiones. «Al principio, cuando te dicen que eres positivo, lo llevas como puedes. Te toca y lo tienes que asumir, aunque antes había muy poca información y el miedo siempre está ahí, pero a medida que pasaban las semanas era como no ver nunca el final. El peor momento llegaba cada lunes cuando me hacían la PCR y me daban el resultado. En ese instante me venía abajo, porque era otro golpe más. Soy una persona muy familiar y mis padres se marcharon al pueblo porque, trabajando en el hospital, con la escasez de equipos EPI y la situación de caos que hubo al principio era lo mejor que podíamos hacer por precaución. Mi hermana vino de Barcelona y gracias a que estuve con ella he podido pasar este bache», relata la joven sanitaria recordando todo el tiempo convivió con la covid, «desde el 9 de abril hasta el 25 de mayo», recuerda.

Tras cubrir una baja en el Centro de Salud de Pilarica, el 27 de marzo empezó a trabajar en el Clínico –el mismo día que abrieron la séptima planta para pacientes covid–. «Por aquel entonces todo era nuevo y muy confuso, fue una locura. Por supuesto que sentí miedo, pero tienes que hacer tu trabajo de la mejor forma posible y cuidar de los pacientes que estaban bastante mal. La gran mayoría era gente mayor, pero había personas ingresadas de 50, de 30 e incluso de 20 años. Faltaban respiradores y EPI, y es cierto que durante las dos semanas que trabajé allí no se me murió nadie, pero sé que después mis compañeras entraban en la habitación y en cuestión de horas morían los pacientes», explica con crudeza Blanca Villar.

Sospecha que pudo contagiarse en un acto inconsciente al colocarse las gafas. «Era mi tercer día y estaba en una habitación con tres pacientes, yo estoy acostumbrada a trabajar con lentillas, pero no nos dejaban porque decían que se pegaba mucho el virus. Recuerdo que se empezó a empañar todo, mis gafas, las que llevaba encima y entre el calor, el nerviosismo y el agobio –porque cuando te quitas el EPI estás literalmente chorreando– en un acto inconsciente, me toqué la cara», explica la joven.

Unos días después se despertó sin olfato, aunque por aquel entonces ese no era un síntoma tan claro como ahora. «Estaba limpiando y me di cuenta que no era capaz ni de oler el amoniaco. Llamé al trabajo y les expliqué mi situación porque entraba de noche. No tenía fiebre y no me encontraba mal. Fui a trabajar y me mantuve apartada del resto de mis compañeras por precaución, al día siguiente me dijeron que era positivo. Me sentí muy mal porque me contrataron para ayudar y me sentía como una carga». Entre sus secuelas, la joven enfermera perdió también el sentido del gusto, algunos días le costaba respirar y padeció una gran presión en los oídos, además de constantes derrames oculares durante las semanas en las que tuvo covid. «Pensé que era por la ansiedad de la situación, pero hasta que no di negativo no se me pasó». De hecho, continúa con un drenaje en el oído derecho, porque pasados unos meses, en octubre, empezó a dejar de oír. «Tenía una otitis de la infección provocada por el virus, me han tenido que drenar el oído y me lo quitarán en marzo, que me toca revisión. Es cierto que te encuentras más cansada de lo normal y tras el virus me dieron muchísimas anginas, hasta en cinco ocasiones en seis meses, pero ya estoy recuperada a nivel físico».

Durante su confinamiento explica que la clave es marcarse unas rutinas diarias. «Aunque parezcan tonterías del día a día, es importante marcarse pequeños objetivos. Hacer algo de deporte, limpiar, ordenar, cocinar... Hay que mantener la mente ocupada el mayor tiempo posible, de nada sirve estar en el sofá llorando. Lo curioso es que mi hermana no lo ha pasado y tras realizarnos a ambas el estudio serológico, me explicaron que aún tenía fragmentos del virus, por eso daba positivo una y otra vez, aunque el riesgo de contagiar era muy bajo. Mi miedo era volver a desarrollar síntomas, pero afortunadamente no fue así. A día de hoy, tras casi un año, sigo teniendo anticuerpos».

Nunca olvidará el 25 de mayo, cuando escuchó al fin la palabra que tanto tiempo llevaba esperando. Negativo. «Recuerdo perfectamente ese día, coincidía con la desescalada, me arreglé y salí con mi hermana a la calle a tomarnos una caña». Tras el periplo, volvió al trabajo, esta vez en planta 'limpia', donde continúa velando por sus pacientes cada día.

Hace 15 días recibió la primera dosis de Pfizer al ser considerada como personal de segunda línea, y como sanitaria se siente desmoralizada al ver cómo algunas personas no terminan de cumplir con las normas. «En el confinamiento estábamos todos muy unidos, aunque la vida sigue y es normal que la gente ya esté cansada de esta situación hay que tener cuidado y sentido común, no miedo, porque todos nos acabaremos contagiando. Hay que aprender a convivir con este virus que ha venido para quedarse. Puedes estar vacunado, pero sigues transmitiendo, o sea que no hay que creerse inmune una vez que te la han puesto».

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