José Vicente Fadrique, nuevo propietario del piso en el que mataron a un hombre en la calle Marqués de Santillana hace dos años. José C. Castillo

Valladolid

Convivir con la escena de un asesinato: «Es desagradable, pero la vida sigue»

Vecinos de inmuebles en los que se han cometido crímenes relatan cómo se sienten después de un día que nunca olvidarán

Álvaro Muñoz

Valladolid

Sábado, 24 de agosto 2024, 19:29

Tienen la fecha marcada en rojo. No se les olvidará tan fácilmente por mucho que se diga que el tiempo lo cura todo. Hubo un día en el que la vida en comunidad cambió para siempre y ahora les toca convivir con la escena de ... un asesinato y los recuerdos de ese trágico día. El recorrido por los bloques en los que se cometieron homicidios, todos ellos en el barrio de La Rondilla, tienen la peculiaridad de que en todos ellos esa fatídica jornada acumula ya dos años de historia. Desde entonces, los moradores tienen que pasar todos los días por delante de la puerta y del piso en el que falleció, a manos de una tercera persona, uno de sus vecinos.

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Las conversaciones en el ascensor aún recuerdan lo sucedido y comentan cómo vivieron ellos el hecho luctuoso. Dos años después nada se olvida. Desde entonces, la vida ha modificado esa escena del crimen y en algunos casos ese piso ya está listo para entrar a vivir. Es el caso de la actual vivienda de José Vicente Fadrique en Marqués de Santillana. Este invidente aprovechó que tenía unos ahorros para comprarse recientemente el 1º E del número 2 de la calle Marqués de Santillana. Allí, el 13 de agosto de 2022 apareció el cadáver, con signos de violencia, de Juan Carlos Palomino después de decretarse un incendio en la casa.

Vista exterior del primer piso, pasto de las llamas, tras el asesinato de Juan Carlos Palomino en su casa de la calle Marqués de Santillana. Carlos Espeso

Durante ese día, y los siguientes, el inmueble fue invadido por los servicios forenses y agentes de la Policía Nacional para esclarecer los hechos. Una escena del crimen contaminada por las consecuencias del fuego, que dejaron las estancias totalmente calcinadas. Desde el exterior, los efectos eran visibles con paredes ennegrecidas y persianas y ventanas dañadas por las altas calorías que albergaron las paredes.

Fadrique, que reside en un bajo del mismo edificio, tuvo que salir a la carrera en esa tarde de agosto de hace dos años. Salió junto a su mujer (también ciega) y con la ayuda de su madre. «Ni me dio tiempo a coger el bastón para guiarme», recuerda el vecino. A partir de ese momento escuchó muchos gritos, sirenas de policías y bomberos a la espera de conocer el fatal desenlace del asesinato de su vecino de la planta superior.

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Olor a quemado

Terminó la investigación policial semanas después y a Fadrique se le apareció la oportunidad de adquirir la vivienda. La familia de la víctima quería vender el inmueble y el nuevo propietario se embarcó en una nueva inversión. «Ha estado oliendo a quemado hasta hace muy poco», recalca desde el umbral de una casa totalmente reformada. «Tengo muy presente todo lo sucedido porque ahora es mi casa», añade sobre la escena del crimen.

Cambió puertas, ventanas... y restauró todos los servicios para que ahora vuelva a ser un espacio habitable donde impere la normalidad y donde desde el próximo mes de septiembre entrarán a vivir varios jóvenes universitarios. «El anuncio para el alquiler nos duró diez minutos. Había muchas personas interesadas. Vinieron a verlo los chavales y sus padres y decidieron quedárselo», apunta el propietario, que desconoce si los nuevos moradores saben lo que pasó hace dos años entre esas paredes.

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A pesar de todo, Fadrique no repara en que ahora tiene en propiedad una escena del crimen. «Es desagradable, pero la vida sigue. Si te pones a pensar que en tu bloque de vecinos ha pasado eso, pues dices 'me voy de aquí', pero vas a ir a otro y va a pasar lo mismo o algo parecido... es que pueden pasar tantas cosas que si te pones a pensar te vas al campo y te quedas allí», añade.

Habla de cierta normalidad entre vecinos, aunque cada vez que se elevan las miradas ven unas ventanas por las que hace dos años salía una gran cantidad de humo. «Con el tiempo se va pasando todo», concluye sobre el asesinato que conmocionó al inmueble y al vecindario de La Rondilla.

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Andrés Trascasa accede al número 10 de la calle Siglo de Oro, donde hace dos años un joven mató a su madre. José C. Castillo

Esa tarde de verano, Aaziz El-Yazid accedió presuntamente a la vivienda de Juan Carlos Palomino para ocasionarle heridas con arma blanca y prender fuego al domicilio. Acto seguido, se fue a su piso, en el número 32 de la calle Linares, y acabó presuntamente con la vida de su pareja, Eva María Asensio, de una manera similar. En el incendio, sin signos de violencia, también falleció la madre de Eva María. Esa misma tarde, el sospechoso fue detenido en la calle Góngora y días más tarde se ahorcaba en su celda del centro penitenciario de Villanubla.

«Tengo muy presente todo lo sucedido porque ahora es mi casa»

José Vicente Fadrique

Propietario de un inmueble donde tuvo lugar un crimen

Precisamente, la situación en la calle Linares es totalmente distinta a Marqués de Santillana. La vida sigue, pero de otra forma. «Creemos que ahora está viviendo la hija de la fallecida con su yerno», rememora la vecina Ana Gutiérrez. Es ella la que ya empieza a hablar de normalidad en el inmueble, por mucho que tenga que pasar por la puerta de una escena del crimen cada vez que baja por las escaleras. «La cosa sigue igual», recalca Gutiérrez mientras enfatiza que sí se acuerda mucho de la madre e hija fallecidas. «Esos días estaba fuera de Valladolid, así que no viví en primera persona los hechos. Evidentemente nos acordamos de ellas», concluye Ana Gutiérrez dos años después de los hechos.

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El recorrido por una nueva vida en escenas de asesinatos concluye en el número 10 de la calle Siglo de Oro. Allí, a finales de junio de 2022, un joven de 16 años mató a su madre, Eva María Sánchez, en el domicilio en el que residían. Una nueva escena del crimen que en este caso no ha vuelto a recobrar el día a día, según relatan los vecinos. «El piso está vacío desde entonces. No creo que lo vendan tan fácilmente», apunta Andrés Trascasa mientras accede al interior del portal y recalca que a pesar del tiempo pasado aún recuerdan esta tarde de junio.

Porque al igual que en otros puntos, la calle vivió con incredulidad esos días después de que se conociera que los motivos del parricidio vinieron por la intensa relación emocional que el hijo mantenía con una amiga de Barcelona. Finalmente, el jovén se conformó con una pena de ocho años de internamiento y cinco de libertad vigilada.

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