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«¿Es aquí?», pregunta Teodoro, 70 años, voz nerviosa, temblorosa mano derecha, un papel entre los dedos en el que se le invita a la comida de Navidad que por segundo año ha organizado el Consejo de la Juventud. Sopas de ajo. Tortilla. Empanada y ... carne. Polvorones de postre. Un brindis en compañía para empezar la sobremesa. Mantel compartido para no atravesar estas fechas en soledad. «La Navidad es dura cuando no tienes con quién celebrarla», explica Teodoro, «muy agradecido» por este tipo de iniciativas... o por la solidaridad anónima de tantos vallisoletanos.
«Todas las semanas voy al Puente Colgante a recibir los bocadillos que nos dan los de la asociación Asalvo. Y de allí me conoce una señora, eso me dijo, que se me acercó en Nochebuena por la calle y me regaló medio kilo de langostinos», explica Teodoro, que los cenó en la habitación del piso compartido en el que vive en La Victoria.
«Yo he trabajado toda mi vida, en el campo, de obrero. Y cuando me jubilé, vi lo mucho que me habían engañado. Mis jefes no habían cotizado por mí. Ahora vivo con solo 300 euros al mes y 240 son para pagar la habitación», asegura, mientras ocupa un puesto en la mesa navideña del Consejo de la Juventud.
El colectivo, que reúne a 49 agrupaciones con cerca de cinco mil jóvenes asociados, sirvió este miércoles 25 de diciembre, desde las 13:00 horas, una comida de Navidad para las personas sin recursos, sin familia, sin hogar. Como Teodoro. Como Silvia, que llegó de Arévalo, después de trabajar en la hostelería y de «romper» con su ex. Ahora duerme en el albergue, se alimenta en comedores sociales, pasa el resto del día en la calle. En compañía de Joaquín, vallisoletano de Huerta del Rey. «Echamos currículos, pero no sale nada», dicen.
«A todos nos gusta celebrar la Navidad, que este día haya una comida un poco especial, distinta, con más gente de lo habitual», explica Pablo Marinero, 23 años, integrante del Consejo de la Juventud. La plataforma juvenil estrenó junta directiva hace un par de años y, entre los objetivos que se fijaron, figuraba la necesidad de fortalecer las acciones solidarias.
«Yo soy voluntario de Asalvo. Hace unos días organizamos una cena especial en la parroquia de La Milagrosa. Dos veces a la semana repartimos bocadillos entre las personas sin hogar. Y vimos que se podía hacer algo especial en Navidad», asegura Jorge Gómez Villanueva, 26 años, presidente del Consejo de la Juventud. El local de la asociación, en un primer piso de la calle San Blas, se llenó de mesas, de cubiertos, de una cocina solidaria en la que se sirvió la comida.
La plataforma de voluntariado Acción Scout preparó sopas de ajo. Cárnicas Zaratán donó lomos rellenos y salchichas que luego cocinaron los voluntarios. La distribuidora Extealde facilitó vino, cava y agua. Dulces Galicia contribuyó con polvorones El toro. Varias empresas más colaboraron con diversas aportaciones. Y una veintena de voluntarios se encargaron de preparar la comida y servir las mesas.
Entre ellos, Carolina, Lydia y Beatriz, convencidas de la importancia de este tipo de iniciativas, «no solo en Navidad, sino el resto del año». «La elección de este día, del 25 de diciembre, es para ofrecer a las personas sin hogar una comida que se salga un poco de la que se recibe en el comedor social durante el resto del año, que sea algo distinta», explican.
Para ello, junto al menú hubo también ambientación musical, ofrecida por la agrupación de música de cámara Trío A Tempo. Inés Vargas (violonchelo), Néstor Prieto (clarinete) y Luis Ruiz (oboe) amenizaron la comida con un repertorio de villancicos y de valses, polcas y marchas de Strauss, «tan típicas de los conciertos de Año Nuevo». Luis, quien también es voluntario de Asalvo, destacó que el acompañamiento musical ayuda a crear un ambiente distinto, más humano y cercano, en esta cena de Navidad.
«Está todo muy bueno, muy bueno», dice Salim en un incipiente español. Lleva un mes en Valladolid, después de pasar tres en Canarias y, junto a su plato de sopa, al lado de la cuchara, tiene una inyección de insulina.«Soy diabético. Y tengo asma». Cuenta, con la ayuda de Nevil, compatriota que ya lleva cuatro años junto al Pisuerga, que el acompañamiento que recibe de Cáritas es fundamental para su tratamiento. No es fácil tener diabetes cuando se está en la calle. Allí en Marruecos trabajó en restaurantes. «Limpiaba platos». «Ojalá aquí trabajo», dice, pero sabe que no es fácil. Nevil lleva varios meses sin un empleo, después de haber pasado por la cocina de varios negocios de hostelería. Este 25 de diciembre no fueron ellos los encargados de preparar y recoger la comida, sino que un grupo de voluntarios les acompañó para celebrar (con más alimentos, con menos soledad) la comida de Navidad.
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