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La resolución de la Consejería de Familia de la Junta le llega a Maite en el alambre. Físico, porque acaba de salir de su enésimo ingreso hospitalario por un nuevo cuadro de infecciones, y económico, con pagos pendientes por todos los flancos, que mantienen a ... esta familia humilde con el agua al cuello desde el pasado mes de julio. Hasta en la farmacia de su barrio (Parque Alameda), que durante el último semestre les ha fiado en la extensa factura de medicamentos que requiere la madre, les habían advertido de que estaban llegando al tope.
La Gerencia de Servicios Sociales del Ejecutivo autonómico ha revisado su decisión y ha acordado conceder a Teresa Cantalapiedra, una mujer trasplantada tres veces de riñón –1991, 1998 y 2016– y con múltiples problemas de salud añadidos, la pensión no contributiva que cobraba desde 1990, cuando se le reconoció una discapacidad del 81%. Según le comunicaron a su yerno, el 25 de marzo le ingresarán 430 euros (hasta ahora eran 358), con carácter retroactivo desde noviembre de 2017. Al montante económico se suma una prestación fundamental para ella: la gratuidad total de la batería de recetas que necesita, unos preparados con un coste muy alto.
Sus hijos lanzaron un SOS a través de la prensa y la respuesta de la Administración ha sido rápida. Es lo que tiene poner rostro a las estadísticas de la necesidad. «Nos hacía mucha falta», respira aliviada Maite, con dos de sus tres hijos en paro. Esta mujer de 58 años se sabe al dedillo los débitos, porque las deudas pesan. Cada día un poco más. «De comunidad, 295 euros; 144 de medicinas; 116 de luz, y con la letra de la casa –330 euros al mes– nos han concedido una moratoria, vamos pagando cuando podemos», enumera.
La retirada de este ingreso se produjo tras una revisión de su estado de salud, que rebajó su grado de invalidez al 52%. La Gerencia explicó el pasado mes de enero que al solicitar ella un análisis de su estado para mejorar sus percepciones se perdió el carácter definitivo de la prestación. En un primer momento, su grado se incrementó hasta el 84%, pero tras el último trasplante, en 2016, se consideró que se había registrado una mejoría considerable de su estado de salud. Bajó el porcentaje de discapacidad y adiós a la pensión.
La buena noticia cayó en la familia como una bendición, a pesar de que en marzo de 2019 llegará un nuevo examen para confirmar si la ayuda se mantiene. No importa. De momento, es tabla de salvación, porque los Cantalapiedra, en especial Teresa, la protagonista de esta historia, se han acostumbrado a vivir al día. Casi treinta años de penalidades, de quirófano en quirófano, de ingreso en ingreso, les han curtido. Ella es una superviviente nata y los que le rodean se han contagiado de esa actitud. Fuentes de la Consejería de Familia avanzaron que, además de recuperar la pensión no contributiva, el departamento que gestiona Alicia García tiene intención de analizar más a fondo el caso por si hubiera otras posibilidades de respaldo a esta mujer, quien también fue operada de un ictus hemorrágico en 2012, es diabética y sufre de crisis epilépticas continuas, según recoge su interminable historial clínico.
Los hijos de Maite ya están en ello. A través del Centro de Acción Social del barrio tramitan una prestación de emergencia para poder abordar la deuda que arrastran y también les han ofrecido un servicio de asistencia a domicilio de tres horas a la semana con medio ‘catering’, lo que supondría que de lunes a viernes recibiría la comida en su casa. Pero ahora lo más urgente es el dinero. Saldar lo que se debe. Aunque sea «poquito a poco», como llevan haciéndolo durante mucho tiempo.
«En la farmacia se han portado muy bien, pero ya me da vergüenza tener que ir y no poder pagarles, prefiero no tomar las medicinas», dice Teresa Cantalapiedra, una luchadora, que a pesar de todos los palos que la vida le ha dado es capaz de mantener una sonrisa. «En el hospital no se creen que haya aguantado todo lo que ha pasado y siga en pie», dice orgullosa su hija Seira. El 14 de marzo volverá a Valdecilla, en Santander, para la revisión de su último trasplante. Maite se lo toma con filosofía. Así lleva 28 años. Y espera que le queden muchos más.
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