Borrar
Chus y Javier posan frente a la fachada de su confitería en la calle Real de Burgos. Alberto Mingueza

Valladolid

Confitería Chus cerrará si un comprador no lo remedia: «Somos el último mohicano»

La pastelería de la calle Real de Burgos abrió sus puertas hace más de medio siglo y busca un traspaso por la jubilación de sus propietarios ante la falta de relevo en la familia

Jenifer Santarén

Valladolid

Miércoles, 17 de abril 2024, 00:16

«Aunque tenía más hijos, le pareció a su padre que era un nombre más comercial», explica Javier del Caño sobre el origen del nombre del negocio que lleva el nombre de su mujer y que ambos regentan desde 1989. Fue entonces cuando tomaron las riendas de la Confitería Chus, que abrió sus puertas en el número 9 en la calle Real de Burgos en 1977. Allí fue donde trasladaron sus suegros, los padres de María Jesús, un pequeño negocio de pasteles y helados que habían abierto 27 años antes en otro local de la misma calle. Después de más de medio siglo endulzando la vida de los vecinos de la zona del Clínico, en el barrio Hospital, el establecimiento echará el cierre en junio por la jubilación de sus propietarios. A menos que un comprador de última hora lo impida.

«Era un obrador muy pequeñito en planta de calle, solamente punto de venta. En el año 1997 compramos el sótano de este edificio y empezamos ya a elaborar nosotros, hasta hoy», cuenta Javier, que conversa sobre los comienzos de su negocio mientras Chus atiende a un reguero constante de clientes, que entran con las manos vacías y salen con un par de barras de pan, croissants y algún otro postre, ya próxima la hora de la comida.

Desde sus inicios lo único que no ha cambiado es la fachada. Ahora dispone de dos talleres, uno para pastelería y otro para bollería en la planta de subsuelo. Donde hoy trabajan las harinas, Javier y Chus criaron a su hija Laura: «Pusimos una pequeña bañera porque no teníamos tiempo de ir a casa. Aquí hacía los deberes y aquí siguen sus juguetes». La joven, que ahora tiene 34 años, trabaja en una multinacional y no tiene intenciones de dejarla para colgarse el mandil de la confitería donde pasó su infancia.

«Son oficios que están al borde de la extinción»

Javier del Caño

Propietario de la confitería

«Estamos muy bien, ella y nosotros, porque si no nos jubilaríamos nunca. Lo del relevo generacional está bien, pero el problema es que no les vas a dejar solos», reconoce el pastelero, quien, a pesar de que el cierre le provoca un «sentimiento agridulce», a sus 63 años tiene ganas de dedicarse a otros menesteres. «Me gustaría retomar la pintura. Me he hecho un tallercito de carpintería para poder hacer mis muebles». A su mujer, María Jesús, Chus, que hoy tiene 65 años, le costará más desprenderse de la pastelería de sus padres, en la que lleva trabajando desde los 18. «Ella tiene un vínculo emocional muy arraigado con el público. Son muchos años tratando con la gente del barrio».

Ambos se han pasado la vida entre las cuatro paredes de la pastelería. Ella detrás de los mostradores, entre bombones, abisinios, ochos de chocolate, y otros muchos dulces artesanales. Él al frente del obrador, elaborando las degustaciones que se han convertido en sus señas de identidad, muy demandadas también fuera de las fronteras vallisoletanas. «Hacemos un surtido de polvorones de 6 clases que se lo llevan de fuera como algo típico de aquí de Valladolid», presume el maestro pastelero. Vecinos del barrio y turistas se quedarán sin tan variado surtido, al que hay que sumar el pan que también sirven a diario, si no consiguen materializar un traspaso que lleva anunciado cerca de un año en la Confederación Vallisoletana de Empresarios (CVE).

«Son oficios que están al borde de la extinción, somos el último mohicano», lamenta el artesano, que recuerda la reciente clausura de la céntrica Cubero y de la Confitería Agustín, en Parquesol, dos pastelerías que han sido historia de Valladolid. Los suyos son negocios que requieren una gran dedicación y exigencia. «Que los dejes sin una tarta te lo perdonan, pero sin pan no», bromea Javier, que, junto a su mujer, ha trabajado durante 47 años todos los días sin descanso. La confitería y también panadería no cierra ningún día de la semana y aunque sus puertas están abiertas al público a partir de las 9:30 horas de la mañana -y hasta las 20:30 de la tarde-, su faena al frente del obrador comienza a las 05:30 de la madrugada.

«Son trabajos muy esclavos, que son rentables, pero se van perdiendo porque hoy en día encontrar a gente que quiera seguir con ellos es muy difícil. Hemos enseñado a nuestros hijos que el tiempo es vital, por consiguiente encerrarte en un negocio no es vivir», reflexiona el hostelero y expresidente de la Asociación Provincial de Confiteros. Para ellos bajar la verja de su negocio supone «un poco de liberación», aunque lamenta que se pueda perder su legado pastelero: «Son varias generaciones las que han pasado por aquí y de repente las dejas sin servicio, sin productos a los que ya están muy acostumbrados, por lo que cerrar un establecimiento de tantos años es duro».

Negocio inmobiliario

Pese a las ganas de empezar una nueva etapa y ante la expectativa de encontrar un posible heredero sin lazos sanguíneos, en enero decidieron posponer hasta este junio la clausura permanente: «Yo estaba como en el servicio militar, descontando los días que me quedaban. Pero surgió alguien interesado que no tenía liquidez en ese momento y decidimos esperarlo». Para regocijo de los vecinos, que les «daban la enhorabuena por seguir adelante», llegó una oferta desde el otro lado del charco, pero esta no prosperó por las dificultades de la persona interesada para conseguir financiación. Hace apenas unos días, ya casi en el tiempo de descuento, ha surgido otro nuevo comprador.

«Parece que sí, que una persona de Argentina quiere quedarse con esto», anuncia Javier, que si todo va bien se verá obligado a posponer la pintura y la carpintería para enseñar sus míticas recetas y el manejo del negocio a los nuevos propietarios. De lo contrario, el futuro de la Confitería Chus podría pasar por el negocio inmobiliario: «Si no sale nadie me estoy cuestionando hacer trasteros en el sótano donde tenemos el obrador, que hoy en día están muy demandados. La parte de arriba sería vivienda. Es la alternativa que tenemos para los locales a pie de calle, a menos que estén en la Milla de Oro, donde las franquicias van rotando». Solo el tiempo dirá si el ladrillo será el sucesor de los ochos de chocolate.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elnortedecastilla Confitería Chus cerrará si un comprador no lo remedia: «Somos el último mohicano»