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Fueron los primeros en bajar la persiana, algunos incluso en febrero. Anticiparon a los vallisoletanos que la crisis sanitaria que se avecinaba era «importante» –«nuestras familias en China nos lo decían», coinciden– y muchos cerraron días antes de que se decretara el estado de alarma ... pese a que la ley se lo permitía. Ahora, los comercios chinos de la capital vallisoletana han iniciado su particular desescalada. A su ritmo. «Sin prisa» por volver y teniendo «muchísimo cuidado». «Puede entrar, pero antes tiene que usar el gel. Los demás esperen a que salga la gente y guarden la distancia». Mei Che no se despega de la puerta de Orientales, su tienda, para controlar el aforo del interior del establecimiento. Lo hace con un español que maneja «lo justo, lo que aprendo con los clientes» y sin perder el buen humor. «La gente está respetando mucho, tiene cuidado y nos da tranquilidad, aunque notamos que tiene miedo de salir a la calle; vienen muchos menos clientes que antes», desvela Che, al tiempo que señala orgullosa hacia la mampara artesanal en la que estuvieron trabajando «todo el tiempo que estuvimos parados». «Es bonita, ¿a que sí?», cuestiona. «Pues la hemos hecho nosotros cno mucho ingenio», continúa.
Sabían que lo que «venía era muy fuerte» y se decantaron por «ser responsables». En su caso, optaron por no echar el cerrojo antes de tiempo porque «hacíamos lo que el Gobierno decía» –hicieron lo propio el 16 de marzo–, pero desde hacía «varias semanas» ya extremaban precauciones. Las mascarillas y los guantes se convirtieron desde principios del citado mes en complementos imprescindibles. «La gente nos miraba raro cuando teníamos la mascarilla puesta y se reía, pero nosotros preferimos estar bien protegidos y poder mantener la tienda abierta», comenta.
La comunidad china en Valladolid, salvo excepciones, ha llevado a cabo su particular confinamiento y proceso de desescalada. En todo momento han tomado como referente lo que ocurría en su país natal a la hora de tomar decisiones o actuar de una u otra manera. Así lo explica la portavoz del Centro Cultural Chino en la ciudad, Lin Wei, quien subraya que «al principio nos sentimos señalados y la gente nos echaba la culpa por el virus, pero ahora hay más enfado con el Gobierno que con nosotros». «Tenemos información directa con China porque nuestras familias viven allí y sabíamos que lo que pasaba allí podía suceder aquí, lo que nos hizo actuar con tanto cuidado y quizás por eso en los negocios de la comunidad ya se usaban mascarillas o cerraron antes de tiempo», apunta.
Asimismo, Wei estima que esa prudencia entre los comerciantes chinos se prolongará varias semanas más. «Hasta que no veamos que se ha ido del todo no creo que se relajen, aunque la mayoría de tiendas han abierto ya. De todas formas, nosotros no tenemos miedo de la situación. Sabemos que es una cosa que tiene que pasar y tenemos que llevarlo con mucho cuidado, como hasta ahora», argumenta la representante del colectivo.
Chon Liang, gerente de Gran Valladolid, en la plaza de Cruz Verde, fue de los primeros que decidió echar el cerrojo. También ha sido de los últimos en girar la llave. Lo hizo el 14 de febrero, un mes antes de que en el país comenzara la cuarentena, por «responsabilidad con la gente». «Estábamos más concienciados con el virus y creímos que lo mejor era cerrar antes de que se originaran focos», expresa con la ayuda de un empleado y recurriendo más a los gestos que a las palabras.
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Óscar Chamorro / Álex Sánchez
Óscar Chamorro / Álex Sánchez
Óscar Chamorro Álex Sánchez
Óscar Chamorro / Rodrigo Parrado
«Claro que se nos pasó por la cabeza que los clientes pudieran señalarnos, pero vimos que no nos echaban la culpa y por eso también aguantamos más días abiertos», responde Liang, parapetado bajo una mascarilla y una pantalla facial y sin despegarse de la mampara de metacrilato que ha instalado frente al mostrador para reforzar la protección y la distancia entre empleado y usuario. Apenas han pasado diez días desde que decidió reabrir su negocio y dice que «hay menos gente que antes». Todos los que acuden, eso sí, lo hacen «bien protegidos». «Y si no tienen, yo aquí se lo vendo: mascarillas, gel, guantes...», insiste mientras muestra los productos, colocados estratégicamente en la zona de cobro para controlar su venta y animar al cliente a llevarse uno. «Se están vendiendo bien, la gente sí que pregunta por ello», añade Chon Liang.
Unos metros más adelante, la verja de un restaurante asiático permanece bajada. Sus propietarios no la han subido desde que se decretó el estado de alarma.Un cartel con el mensaje «Cerrado por vacaciones (y sí, estar en casa con los seres queridos también se puede considerar como unas vacaciones)» deja testimonio de ello.
Quien optó por volver «hace pocos días» fue Inés Xu a su Bazar King, en la calle Real de Burgos. Su negocio aún está cogiendo el pulso al camino hacia la denominada nueva normalidad. Recibe «muchos menos» clientes que antes, y la mayoría acuden a por lo mismo: tápers y vajilla. «Después de tanto tiempo cerrados, se nota que se han roto muchas cosas estos meses», bromea. «Por las tardes está todo muy parado, no entran muchos, pero por la mañana sí que hay bastante gente, aunque no tanto como antes», apostilla.
Misma «precaución» tiene Lisa, del Bazar King (se llaman igual, pero pertenecen a diferentes dueños), quien asevera que «nos protegimos pronto» porque conocían la «gravedad» del brote. «Al tener familia en China nos informaban y sabíamos que lo que venía era grave e importante», argumenta mientras vigila los laberínticos pasillos de su tienda para «que haya siempre poca gente».
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