Cuando comer duele
La asociación de trastornos alimentarios Aclafeba alerta de que la edad de los pacientes con anorexia desciende hasta los 11 años y llega a más chicos
«Aquí me van a engordar, pero no me van a curar», recuerda Nuria Rodríguez que le espetó su hija cuando tuvo que ser ... ingresada en el hospital con un cuadro de anorexia, con 15 años. «Siempre», dice, se la encontraba rondando por la cocina y no dudó de que algo iba mal cuando observó que la adolescente, hija única, muy brillante en los estudios y extremadamente perfeccionista, empezó a hacer ejercicio a destajo y a contar calorías. Se empeñaba a acompañar a su madre al supermercado y cada caja o envase de alimento lo estudiaba a conciencia. «Se hizo una experta en interpretar las etiquetas», señala la madre, que es secretaria de la Asociación Castellana y Leonesa de Ayuda a Familiares y Enfermos de Bulimia y Anorexia (Aclafeba), una entidad sin ánimo de lucro que hace veinte años fundó el doctor Blas Bombín y que con la nueva directiva quiere reactivarse y visibilizar su función social para que las Administraciones públicas consideren el trabajo que realizan y respalden su labor, ya que incluso alguno de los profesionales que atienden de manera personalizada a los pacientes y sus familias está «de prestado».
Aclafeba está integrada por 80 pacientes y sus familias, la mayoría de Valladolid y provincia, pero también de León, Segovia, Palencia y Zamora. Nuria tiene claro que la asociación ha salvado a su hija y a su familia porque, hasta entonces, su entorno desdramatizaba el problema y le decían que era una bobada, cosa de adolescentes, una etapa que había que pasar y ya está. Pero Nuria tenía ya una referencia: la hija de un amigo, y le contó los síntomas: que adelgazaba mucho, que 'compensaba' las comidas, hacía ejercicio a todas horas, se le retiró la regla.... No lo dudó. «Cada semana perdía más de un kilo, le teníamos que vigilar las comidas, hacer que se sentara veinte minutos, iba custodiada al servicio para evitar que se provocara el vómito... aunque ella no ha sido purgativa, sino restrictiva...», relata. «Lo peor no es que la vieras adelgazar, es que no la veías reir, se aislaba, estaba irascible, siendo un niña muy buena». Insiste en que es una enfermedad mental y que no se le puede buscar la lógica cuando ni ellos mismos entienden lo que les pasa.
Con una altura de 172 centímetros, la hija de Nuria se quedó en 52 kilos de peso y hubo que hospitalizarla. «Me fui sin mi niña a mi casa, sola... fue terrible. Luego solo la podíamos ir a ver dos horas al día». Estuvo 20 días ingresada y, cuando llegó a los 55 kilos decidieron que era mejor que volviera a casa. «Allí les obligan a comer, pero no se hace terapia como es debido», señala esta madre quien explicó que, cuando le dieron el alta, a su marido le hablaron de la existencia de la asociación y, a finales de octubre de 2017, contactaron. Hasta hoy. «Ves la luz. Es verdad que yo siempre confié en que se iba a curar y lo detectamos pronto pero, a partir de aquí, el doctor 'lo clavó' con mi hija. A los tres meses ella me dijo que habían hecho más aquí que en el Clínico».
La hija de Nuria, que actualmente cursa segundo curso de Bachillerato, ha progresado mucho estos dos años en su 'normalización' con la comida, aunque «sigue teniendo una distorsión en su imagen, considera que es una inútil y no sirve para nada si no saca sobresaliente».
Los trastornos alimentarios son enfermedades mentales que quienes los sufren tratan de ocultar socialmente porque para ellos es vergonzante que se les considere «locos». No ayudan tampoco las redes sociales ni Instagram con las 'dietas milagro' que proponen artistas y famosos, ni queuna diva como Madonna publique que se bebe su propia orina porque ha descubierto que adelgaza y que sus fans jaleen la ocurrencia y lo aprueben.
Malditas dietas
Vinda González Vicente es dietista, trabajadora social y terapeuta familiar. Alerta de que estas enfermedades del silencio cada vez aparecen a edades más tempranas y desde hace tiempo ya que los trastornos alimentarios no son solo cosa de mujeres. Los casos de anorexia que trata suelen producirse entre los 11 y los 26 años, y de cada diez pacientes que padecen algún tipo de TCA, dos son varones. «Está aumentando en niños, se ve cada vez más. Ellos también están presionados». La terapeuta de la asociación confiesa que lo más difícil de trabajar con estas personas es cuando «no tienen conciencia de lo que les está pasando o bien no quieren recuperarse y, tras 18 años en tratamiento ambulatorio, han tenido que ser ingresados porque estaba en riesgo su vida. Estos trastornos alimentarios tienen además secuelas muy graves en la salud». Lo que más le preocupa a Vinda González es que «hay muchísimos casos sin diagnosticar y, por tanto, son casos no detectados y no tratados» porque «se normaliza por las dietas: la gente las recomiendan como si fueran algo inocuo y es tan peligroso como recomendar un medicamento». Comentarios típicos y tan extendidos como «el chorizo es malísimo y engorda muchísimo» son, directamente, falsos «pero en la mente de personas vulnerables puede evolucionar a pensamientos muy complejos».
Obtener resultados para salir de este infierno donde la comida es el vehículo para canalizar todas las inseguridades y frustraciones no es algo que se consiga rápidamente. Por la experiencia de la dietista, una persona que acuda regularmente a las terapias «y dependiendo de la actitud» puede empezar a salir de la trampa en dos o tres años, «aunque hay gente que lleva diez años y siguen en tratamiento». Pero si el paciente cuenta con apoyo familiar, tiene mucho trabajo hecho. Ahora, cuando se aproximan las fechas navideñas, atención, dicen en Aclafeba: las comilonas festivas y esas mesas llenas son especialmente duras para ellos. «Son cosas en las que no caes en la cuenta, pero todas las celebraciones importantes se realizan alrededor de una mesa. La Navidad nos pilló, mi familia lo sabía y no se le agobió, pero en casa de mi suegra, con la cena de Nochebuena, toda la mesa a rebosar de alimentos... Eso les genera ansiedad e impotencia, quieren controlar, ¡y además se siente juzgados! Por eso hay que ir poco a poco, negociando con ellos: en el caso de mi hija lo solucionamos con una tortilla francesa», indica Nuria Rodríguez.
Del cáncer a la bulimia
Por eso la asociación está preparando de cara a las fechas navideñas un plan de diviulgación con el fin de dar pautas a la población sobre como sobrellevarlas si se tiene un familiar o un conocido que presenta trastornos de la alimentación, avanzó la nueva presidenta de Aclafeba, Belén Medina. Ella llegó a la asociación después de sobrevivir a tres cánceres y dos transplantes de médula. Abogada penalista, tuvo que dejar atrás su ascendente carrera profesional y se vio abocada a la incapacidad absoluta. «Te dedicas a mantenerte con vida, a sobrevivir, dejas todo de lado y, tras el segundo transplante empiezas a plantearte el sentido de tu vida, con cuarenta años, el cuerpo hecho polvo... Es durísimo. No solo pierdes la salud, sino tu calidad de vida. Me pilló sola y ¿cómo lo derivé? Como vi que no podía controlarlo, empecé a comer más de lo debido».
La emoción emerge a sus ojos cuando relata su calvario, pero no le impide continuar, sin paños calientes. «Pensaba que quién me iba a querer, que ya no valgo, que cómo voy a vivir así.. Y tras los atracones me entraba la culpa, porque pensaba en la persona que me había donado la médula y que yo estaba maltratando mi cuerpo...». El pensamiento racional, subraya Belén, chocaba con el irracional. «Te sientes profundamente avergonzada». Puntualiza que la bulimia, y en general, los trastornos de la alimentación no son simplemente un problema de imagen. Tras tres años «danzando» de profesional en profesional, se le diagnosticó bulimia. Y conoció al doctor Bombín. Lleva dos años y medio como paciente y siete meses como presidenta de la asociación. «Yo no soy religiosa, pero me preparé para morirme. Pero para lo que no estaba preparada era para los efectos secundarios de la enfermedad. Porque mi enfermedad se llevó mi vida». Belén Medina ofrece una moraleja a su impactante historia de vida: «Cuando pasas toda tu vida queriendo ser la mejor, tienes un problema». Ella sigue cada día tratando de hacer las paces con la comida y consigo misma.
La cúpula del Milenio, de azul, y autobuses por la lucha TCA
Con motivo del Día Mundial de los trastornos de la conducta alimentaria (TCA), la cúpula del Milenio se iluminará de azul esta noche. Los autobuses urbanos de Valladolid también apoyan la iniciativa y, a lo largo de la jornada lucirán en su frontal delantero el 'hastag' Aclafeba-Lucha TCA. La asociación quiere atajar el «profundo desconocimiento» que existe sobre determinadas conductas relacionadas con la imagen, la cantidad, la calidad y el tipo de comida que ingiere la persona afectada que «lejos de quedarse en una cuestión de tallas, encierra una difícil gestión de pensamientos y comportamientos respecto a cómo nos relacionamos con los demás y nosotros mismos. Las personas afectadas se rigen por un intento de control de la comida, explican, «que no es más que un canal para descargar el sufrimiento interno y continuo de quien padece esta enfermedad, que está relacionada con la excesiva autoexigencia y el miedo a no ser aprobados por los demás».
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