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Fue durante años una pieza tan perseguida, tan codiciada, tan crucial para la seguridad, que sorprende vista de cerca. Así, cerrada y colocadita en una mesa, parece una simple caja de madera, de 30 centímetros de largo, de 28 de fondo, de 15 de alto. ... Una maletín con asa de cuero y 11,5 kilos de peso que, una vez abierto, se transformaba en una de las principales armas del espionaje y contraespionaje del siglo XX. Un artefacto crucial, por ejemplo, en la lucha contra los nazis durante la II Guerra Mundial. Un aparato que atesora mil leyendas a su alrededor. Un dispositivo con el teclado de una máquina de escribir y un circuito de rotores que permite cifrar y descifrar mensajes. Hay muy poquitas en España. No se sabe el número exacto. Tal vez solo treinta. Y una de ellas está en Valladolid.
El museo de la Academia de Caballería expone en sus vitrinas un ejemplar de la Máquina Enigma, un invento patentado en 1918, que se puso a la venta en 1923 con fines comerciales (para evitar el espionaje entre empresas) y que, apenas tres años después, el Ejército alemán adoptó para sus comunicaciones secretas.
¿Qué hace una máquina como esta en Valladolid? ¿Cómo ha llegado hasta esta sala de la Academia de Caballería? Aquí se expone junto a banderas de señales, radiotelégrafos, teléfonos de campaña… Sistemas de comunicación utilizados durante años por el Ejército. Pero ninguno de ellos ha alcanzado la fama de la Máquina Enigma, un éxito alimentado por películas como 'The imitation game', en la que se recuerda al británico Alan Turing, figura clave en el descifrado de las claves de la Alemania nazi durante la II Guerra Mundial.
¿Por qué hay un ejemplar de la Enigma en Valladolid? Esta pregunta se puede responder de una forma directa y casi administrativa. En el año 2008, y después de permanecer ocultas durante décadas, una persona que hacía limpieza en una oficina del Cuartel General del Ejército de Tierra, muy cerquita de Cibeles, en Madrid, encontró 16 cajas de madera que, en un primer momento, confundió con unas máquinas de escribir. Y no. Eran Enigma. Una vez identificadas y catalogadas, el Ministerio de Defensa decidió repartirlas por varios museos militares. Y una de ellas llegó a la Academia de Caballería de Valladolid.
Esta es la respuesta rápida. Pero, ¿cómo habían llegado esas piezas a España? ¿Por qué el Ejército español tenía varias unidades y qué uso se las dio? Y entonces sí, la contestación remite a una historia mucho más interesante que comienza incluso antes de que se inventara la máquina Enigma.
Estamos en la I Guerra Mundial. En aquella época, las comunicaciones (por telégrafo y radio) se encriptaban con unos códigos recogidos en los libros de cifras, unos documentos que manejaba cada Estado para enviar y recibir mensajes secretos. Mantener a salvo estos libros era crucial. Y España no lo consiguió. Londres se hizo con los códigos después de robar uno de estos libros en la embajada española de Panamá. La llave de los mensajes cifrados ya estaba en manos extranjeras. Y se utilizó cuando, poco después, una agente infiltrada en la delegación diplomática de Washington (la señorita Abbott, según ha investigado el escritor Rafael Moreno) interceptó los mensajes que el Gobierno de Romanones enviaba a sus embajadas.
Cuando llegó la República, conscientes de esta debilidad de sus servicios secretos, el Gobierno hizo gestiones para comprar cinco de esas máquinas de cifrado que ya utilizaba el Ejército alemán. Fueron las primeras. Luego, todo se aceleró con el estallido de la Guerra Civil. En noviembre de 1936, Franco pidió a Alemania diez máquinas Enigma. El mando militar se quedó con ocho. Las otras dos fueron a parar a las embajadas de Roma y Berlín. Eso sí, Hitler no se fiaba mucho del futuro del bando nacional, así que no vendió a España las máquinas más modernas, sino los modelos comerciales (menos eficaces que los usados por las tropas alemanas). Los nazis no querían que, si Franco perdía la guerra, los Aliados se hicieran con esta máquina.
30 ejemplares
de la Máquina Engima hay en España, aunque es una cifra no confirmada oficialmente.
Su funcionamiento era tan sencillo como eficaz. Constaba de un teclado con 26 caracteres y un panel luminoso con 26 bombillas. Para uso se necesitaba a dos personas. Una se encargaba de transmitir, letra por letra, el mensaje. Al apretar la tecla de una letra, un sistema de rotores (con unas claves compartidas por emisor y receptor) la transformaba en otra distinta, que era anotada por la segunda persona, que luego la transmitía por morse. Esos rotores ofrecían 1.800 combinaciones distintas de encriptado. Para evitar patrones, los mensajes no podían tener más de 250 caracteres. Y el teclado solo constaba de letras. Ni números ni signos de puntuación. Las cifras había que escribirlas con letras (2 era dos) y se usaban combinaciones para el punto o la coma. Para la interrogación, por ejemplo, se usaba UD. Para los paréntesis, KK.
El resultado fue tan satisfactorio que en enero de 1937, el bando nacional compró diez unidades más del mismo modelo. Venían numeradas. De la K-287 a la K-294, además de las K-225 y K-226. En esta segunda partida estaba la que ahora puede verse en Valladolid, la K-292. Posiblemente se utilizaron no solo durante la Guerra Civil, sino también durante los años posteriores. Tal vez, hasta principios de los años 50, cuando fueron guardadas en esa oficina del Cuartel General del Ejército donde se descubrieron en 2008. Allí había 16. Pero se estima que en España hay cerca de treinta, algunas en manos del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) y otras, incluso, en colecciones privadas.
La Máquina Enigma de Valladolid, expuesta en el Museo de Caballería, puede verse de cerca gracias a las visitas guiadas que se organizan desde la propia Academia o bien a través de las que coordina la Oficina de Turismo. Es una de las más de tres mil piezas con las que cuenta la colección, recuerda el subteniente Andrés Sánchez Redondo, director interino de la Colección Museográfica y de la Biblioteca de la Academia de Caballería.
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