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Calles vacías, contenedores y papeleras llenas. Valladolid es, desde que se decretara el estado de alarma, una ciudad desierta. Apenas se ven ciudadanos por la vía pública. Tampoco vehículos. No hay gente, pero sí quien tira la basura. Aunque «lo normal». «Nada que se salga ... de ojo». Ese cambio en la rutina de los vallisoletanos obligado por la emergencia sanitaria ha centralizado el consumo en el hogar, una circunstancia que «no se ha visto muy reflejada» en el volumen de residuos recogidos. Así al menos lo asegura el director del Servicio de Limpieza del Ayuntamiento de la capital, Andrés Herguedas, quien anticipa que, desde hace mes y medio, la recogida de basura diaria «se ha mantenido más o menos estable», si bien ha experimentado un ligero descenso de en torno al 3%, una cifra «que no es concluyente pero que puede atribuirse al coronavirus».
La covid-19, en datos
Si antes del confinamiento los equipos de limpieza recolectaban una media de 250 toneladas cada jornada, en la actualidad esa cifra ha caído en unas siete, hasta las 243, aproximadamente. Una de las razones a las que Herguedas atribuye esta situación es al cierre del comercio y la hostelería. «El papel ha disminuido muchísimo, sobre todo el cartón comercial;las tiendas y el pequeño comercio generaban mucho, y la hostelería también se nota», argumenta.
El sector hostelero también ha dejado su 'huella' en la fracción del vidrio. Ahora, dice Herguedas, los contenedores verdes están «prácticamente vacíos», aunque los depósitos de los centros residenciales equilibran la balanza. «Se están llenando más de la cuenta, más que en otra época del año, y creemos que es porque la gente lo está haciendo bien, se está quedando en casa y está haciendo más consumo en los hogares», explica.
Asimismo, esta caída ha sido «más acusada» en unos momentos que en otros. Hasta la fecha, cuando más notaron el «cambio» fue en Semana Santa. Esos días, tal y como asevera el responsable del área, los empleados municipales recogieron el 10% menos de residuos que en semanas anteriores, unas 250 toneladas menos. «Es algo lógico, pues la afluencia en la ciudad fue menor», apostilla Herguedas.
Los basureros representan una de las caras ocultas de la pandemia. Se sienten «invisibles», pero siempre que las circunstancias lo requieren, ahí están ellos. Con su uniforme amarillo fosforescente para poner coto a los residuos y evitar que se acumulen en vía pública. Cada día, unos 300 empleados se echan a la calle para mantener a la ciudad en unas condiciones óptimas, desde el punto de vista de la limpieza. La «gran mayoría» lo hace a pie, arrastrando un carrito de barrido, pero también a bordo de los 128 vehículos y camiones de los que dispone el Servicio.
Están «todos al pie del cañón» –la plantilla está conformada por 462 personas–, excepto aquellos que están de baja por enfermedad común o accidente laboral (unos 70) y los que permanecen en casa con lo que Herguedas denomina «de retén», es decir, aquellos que están a la espera «por si alguno cogiera el virus, para que el trabajo no se viera alterado». «Son en torno al 10 o 15% del total. Decidimos hacer ese ajuste porque los trabajadores están expuestos, y en cualquier momento, aunque tomamos las medidas de seguridad oportunas, puede cogerlo alguno. Si esto pasara, les llamamos y la disponibilidad sería inmediata», asevera.
Arancha Fernández es una de las profesionales que cada mañana sale a 'peinar' la zona centro. Es peón de barrido y asegura afrontar la crisis sanitaria con «ilusión por poder seguir trabajando». «No me permito tener miedo; tengo mucha precaución y lo afronto con preocupación y esperanza, pero miedo no, no quiero agobiarme», señala esta vallisoletana, en el Servicio de Limpieza desde hace 13 años.
Asimismo, revela que cuando se cruzan con un 'colega' por la calle, se cambian de acera. «Tenemos interiorizado que la higiene de manos y la distancia son las cosas más importantes; de lo demás –en referencia a tocarse el rostro– somos mayorcitos para saber lo que tenemos o no que hacer», incide. En su labor diaria, dice que durante la cuarentena percibe «menos suciedad porque la gente está en casa». En las papeleras ya no hay 'bricks' de zumo, cáscaras de plátano o bolsas de chucherías. Ahora lo que predomina son «guantes, mascarillas y cacas de perro». «Casi no hay movimiento y el suelo suele estar limpio, aunque alguna vez te encuentras guantes, pero no es porque la gente los tire, sino porque al ser muy finos muchas veces se vuelan», subraya.
Su forma de trabajo, como la del resto de compañeros, ha cambiado. La dirección reorganizó la estructura interna para minimizar el contacto entre empleados y, aunque se han mantenido las rutas (está dividida en seis zonas de limpieza), ni los horarios ni los procedimientos son los mismos, aunque son «muy parecidos», como lo califica Herguedas.
300 operarios del Servicio de Limpieza trabajan cada día durante el confinamiento.
Organización La entrada se ha adelantado una hora y se hace de forma escalonada para que los empleados no coincidan. La jornada dura 5 horas para no sobreexponerles.
La entrada, que se ha adelantado una hora (en vez de a las siete de la mañana, a las seis), se hace de una forma escalonada y en periodos «partidos», cada media hora, y el turno se ha reducido a cinco horas. «Ya no se para para descansar, y como tampoco queremos sobreexponer a la gente, creímos que la mejor decisión era hacerlo así», comenta el director. «El primer objetivo que nos marcamos era que el personal tuviera en todo momento las medidas de seguridad necesarias; además de la salida escalonada, las mascarillas y geles están a la orden del día, además de tener que mantener la distancia», añade el capataz del Servicio, Antonio Alberto Calvo Lamela.
Uno de los 'afectados' por este ajuste en la plantilla es David Herreras. Hasta hace un mes y medio se dedicaba a «todo un poco». Lo mismo «recogía enseres que borraba pintadas o echaba una mano en la labor de limpieza de algún barrio». Pero a partir del 14 de marzo, su 'misión' cambió. Es uno de los cuatro profesionales que forma parte del servicio de recogida de basuras a domicilio, que presta atención a aquellas personas que son mayores y se les aconseja no salir de su domicilio, o bien son sospechosos de haberse contagiado de la covid-19 o está esperando los resultados, una prestación que, según el director de Limpieza, «ha llegado para quedarse por su buena aceptación».
Son dos equipos, cada uno conformado por dos personas, y cada día acuden a «doce o trece» viviendas. Aunque este vallisoletano, empleado municipal desde hace 17 años, reconoce que el primer día estaba «sorprendido, a la expectativa porque no sabía exactamente a lo que me enfrentaba», en tan solo unos días se acabó acostumbrando. «No es nada en especial; al final te haces a las precauciones que hay que tener, a darte el gel, no tocarte la cara al quitarte el traje... Es un trabajo como otro cualquiera», justifica.
Están en primera línea contra el coronavirus. Lo saben. Son conscientes de que, en cualquier momento, les puede «tocar», como se refieren. Pero no quieren «pensar en ello». Solo en regresar, y cuando ese momento llegue, que Valladolid esté «impoluta».
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