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Bulgaria queda lejos. Demasiado –casi 3.000 kilómetros– desde Becilla de Valderaduey. Ha escuchado mucho hablar de este país a sus padres y, pese a ser el originario de la familia, Nicolai Tsvetoslavov no quiere ir. «Sí, bueno, mi padre dice que en primavera es ... muy bonito, pero también que es un país muy pobre, y prefiero quedarme aquí». Nicolai nació hace diez años en España. Becilla de Valderaduey (230 habitantes), la población terracampina que atraviesa la ruta Palencia-Benavente, es su pueblo. Aquí reside, aquí juega y aquí estudia. Comparte colegio con otros once niños y niñas; de ellos, diez (el 83%) son inmigrantes o hijos de familias extranjeras que llegaron a Tierra de Campos para trabajar y, de paso, asentar población. «Si en su día no hubiesen llegado aquí, ahora mismo sería difícil que Becilla tuviera escuela», argumenta Rafael San José, el director del CRA Campos de Castilla –en Becilla–, que aglutina a tres pueblos.
La realidad de esta comarca de la provincia, la de la zona norte, refleja la tendencia actual de la demografía del medio rural. Con los datos que maneja la Dirección Provincial de Educación –fechados en junio pasado–, son ya 13 (18% de los 72 que hay) los centros de la provincia que tienen en torno a un 30% (o más) de alumnos extranjeros. Se trata de Peñafiel, Portillo, Villabrágima, Mayorga, Serrada, Alaejos, Rueda, Bobadilla, Campaspero, Valoria la Buena, Torrelobatón y Viloria, además de Becilla. En todos ellos, el número de matriculados inmigrantes ronda casi un tercio del total de los estudiantes, que sería mayor si se tuvieran en cuenta los niños que han nacido aquí pese a ser hijos de familias extranjeras. Una cifra que arroja luz para aquellos municipios donde la natalidad flaquea y que, a su vez, insufla vida a sus colegios rurales.
El CRA Campos de Castilla es junto a Mayorga y Villalón el único centro educativo que permanece abierto en la zona norte de la provincia. Desde el año 2007 ha perdido los colegios de Urones, Villavicencio de los Caballeros, la Unión de Campos y, este año, Castroponce de Valderaduey. Solo Becilla, Bolaños y Ceínos han conseguido sobrevivir a la sequía poblacional. Y lo hacen, a tenor de las cifras que maneja Educación, gracias a la población inmigrante. En solo cuatro años han pasado de 48 a 31 alumnos y, de estos, oficialmente once son inmigrantes pero si también se tienen en cuenta los que han nacido aquí pero pertenecen a familias extranjeras el número asciende a 21 (el 68%). «Solo en el colegio de Becilla posibilitan la apertura de dos aulas», matiza el director del CRA.
Hoy por hoy, según especifica el director del centro, las matrículas de nuevo acceso son de un 50% de españoles frente a un 50% de inmigrantes. «La natalidad va descendiendo», especifica. Y, como ejemplo, los nueve alumnos de este CRA que este año han pasado a Educación Secundaria eran españoles, «la última remesa de originarios de Tierra de Campos».
Nicolai, con nombre y origen búlgaro, juega en el patio al fútbol con el joven Noufal, de familia marroquí. La riqueza cultural es una de las señas de identidad de Becilla de Valderaduey. En su patio, con parque renovado –»los ayuntamientos se vuelcan con los colegios»–juegan niños y niñas españoles, marroquíes y búlgaros. Todos hablan perfectamente castellano. En el colegio se encargan de la alfabetización y el aprendizaje de la lengua castellana. Después, el profesorado lucha por ofrecer a estos alumnos las mismas posibilidades que cualquier otro niño. «Les hemos llevado a esquiar, a la playa, a patinar, a la piscina climatizada, a excursiones a diferentes ciudades y es increíble cómo lo agradecen, porque hay que tener en cuenta que algunas de sus familias no tienen recursos», añade San José.
El programa RELEO llega casi al 100% del alumnado y los seis maestros (hay otros dos con jornada reducida) realizan «un esfuerzo» por adptarse a impartir clase con alumnos de varios niveles. A cambio, aseguran recibir el agradecimiento de las familias, dedicadas en gran parte a agricultura, ganadería y servicios. «En sus países no habrían podido ofrecer esta calidad a sus hijos y lo valoran incluso más de lo que lo hacemos los españoles», concluyen.
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