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Álvaro Serrano, 20 años, coge todas las mañanas, a primera hora, el C2 de Auvasa para desplazarse desde La Rondilla, donde vive, hasta la calle Tórtola, y asistir así a clase en El Pino de Obregón, el centro de educación especial que gestiona la Fundación ... Personas para alumnos con necesidades educativas permanentes. Como Álvaro, son 1.307 estudiantes en Castilla y León. Y como Álvaro, regresaron el 9 de septiembre a clase. Empezaron curso al mismo tiempo que los escolares de Infantil y Primaria, también con medidas extra de seguridad y con grandes dosis de incertidumbre.
«Por esto de la pandemia, ahora estamos más separados, con distancia en los pupitres, y con la mascarilla», cuenta Álvaro, quien, después de seis meses, ya tenía ganas de volver, de reencontrarse con Víctor y Yanira, sus mejores amigos en el centro, donde recibe a primera hora clases en el aula (Lengua, Ciencias, Matemáticas...) y, después del recreo, formación prelaboral, con tecnología o dibujo. «Lo que más echo de menos es la natación. Antes nos llevaban a la piscina de Pajarillos y ahora, por el coronavirus, no podemos ir», asegura Álvaro. Cursó hasta segundo de Secundaria en el colegio La Milagrosa y Santa Florentina, y ahora lleva cinco años en El Pino de Obregón, centro de educación especial con tres sedes en Valladolid (en Tórtola, en el Paseo del Obregón, en el Camino Viejo de Simancas).
En total 126 alumnos, entre los 3 y los 21 años, para los que el retorno a la educación presencial ha sido particularmente necesario. «La mayoría de los niños, los que van a un colegio ordinario, puede que durante el confinamiento no hayan avanzado, pero tampoco retroceden. Si algo académico no lo pudieron aprender en la primavera, lo aprenderán ahora. Pero, en nuestro caso, no solo importa lo académico. Está el aprendizaje práctico, las clases de logopedia, de fisioterapia, la vertiente afectiva. La vuelta a clase es muy importante porque aquí la brecha no es digital, va más allá», dice Cristina Rodríguez, la madre de Ane, una niña con parálisis cerebral que cumplirá 6 años en octubre y que asiste a clase en el centro de La Victoria.
«Los avances que consiguen nuestros alumnos son más lentos. Es muy importante el trabajo del día a día. Hay estudiantes que, por su propio desarrollo, por sus capacidades de atención o por las posibilidades de la familia, tal vez lo tuvieron más sencillo durante la primavera. El esfuerzo que hizo el centro fue muy grande, pero era fundamental regresar a la educación presencial», asegura la profesora Mónica Gómez. El centro, en sus tres sedes, ha tenido que adaptarse a los férreos protocolos fijados por Educación y Sanidad para la vuelta a las aulas. En todos los niveles se han fijado grupos estables de convivencia, clases burbuja. Aquí las ratios son de entre 4 y 6 alumnos para las aulas con estudiantes con pluridiscapacidad. De 6 a 8, para quienes presentan discapacidad psíquica. Para determinadas actividades pueden unir a dos grupos, pero nunca superan los 15 estudiantes.
Y aún así, no están libres de los sustos. También aquí –como en otros centros– se ha tenido que confinar un aula por un caso positivo. «Hemos tenido que hacer cambios en muchos aspectos», asegura Ana García Ortiz, la directora. Para respetar distancias en el comedor, ahora muchas de las comidas se sirven en las aulas. Hay grupos que antes tenían dos profesores (uno para las clases académicas, otro para las de prelaboral) y ahora se ha reducido a uno, siempre el mismo, para minimizar riesgos. Los profesionales tienen que asistir a clase con equipos de protección más complejos que un profesor de Primaria, por ejemplo, «porque aquí el contacto es más habitual». «En muchos casos es fundamental la estimulación sensorial, basal», añade Mónica Gómez. Y además, la toma de temperatura al entrar al centro, las ventilaciones del aula, el refuerzo de los hábitos de higiene. «Los profesores tenemos más responsabilidad, si cabe, porque algunos de nuestros alumnos no comprenden la necesidad de estos protocolos tan rigurosos».
«Y todo eso, con incertidumbre, porque los planes han ido llegando tarde y con cuentagotas», apunta Ortiz, quien subraya que el centro está preparado por si hubiera que regresar a la enseñanza 'on-line'. Aunque, en estos casos, la educación a distancia se hace más complicada. «Hay alumnos que tienen dificultades de atención, de comprensión. Estar delante de una pantalla no les llega. Necesitan interacción», explica la directora de ElPino de Obregón. «Aún así, reciben una educación muy personalizada, tanto en clase como 'on-line'. Cuando estuvimos en casa confinados, tuvimos mucho apoyo. La educación a distancia se hace más difícil, también para las familias y la conciliación, cuando son niños con alguna discapacidad», asegura Cristina, la madre de Ane.
José Luis tiene 16 años y este será el tercer curso que acuda a las instalaciones de Tórtola (después de completar su formación en el colegio Pedro I, en Tordesillas, un centro ordinario). A José Luis no le gustaba mucho eso de tener que seguir las clases a través de Internet. «Los primeros días lo rechazaba. Al principio tuvieron que ser encuentros con su tutora a través del móvil y luego sí que dimos el salto al ordenador, con sus compañeros de clase», cuenta Marta Alonso, la madre de José Luis, quien destaca que, además de las propias clases, ir al colegio supone ampliar la malla social. «José Luis no tiene una red de amigos como pueda tener cualquier chaval que va al instituto. Sus contactos son su familia y los compañeros del colegio. Así que está encantado de volver a clase y encontrarse con ellos. Lo ha cogido con muchas ganas, aunque no lleve muy bien lo de la mascarilla», cuenta Marta.
«Ayudar en una fisioterapia respiratoria no es lo mismo que con un ejercicio de matemáticas», asegura Ortiz para defender el regreso a las aulas. Y eso, a pesar de los esfuerzos que la Fundación Personas desplegó durante el confinamiento de la primavera. Los profesionales de las diferentes aulas ofrecieron clases por Internet, asesoramiento 'on-line' y, «en cuanto se pudo», servicio de atención a domicilio para aquellas familias que lo solicitaron. En esos casos, los profesionales (como el fisio) visitaban los hogares o acompañaban a los alumnos en paseos terapéuticos. «En un centro de educación especial no nos podemos quedar solo con la parte 'on-line'. Es insuficiente. Y además, la atención tiene que ser mucho más personalizada. Cada niño es único y tiene sus propias necesidades», subraya Ortiz, quien destaca que este esfuerzo (también económico) se tiene que hacer con los propios recursos de la entidad, ya que «tenemos el mismo concierto, no se ha ampliado la partida que recibimos de las administraciones».
Incide en ello Jesús Mazariegos, director general de Fundación Personas. «Para nuestros alumnos, la brecha de la educación 'on line' no es tal brecha, es un socavón. Por las dificultades para usar la tecnología, porque se trastocan sus hábitos, porque se produce una alta regresión.... Los escolares no son convencionales», asegura Mazariegos, quien celebra el regreso presencial a las aulas, después del «gran esfuerzo» que los profesionales hicieron en primavera para afrontar el confinamiento. Para ello, han tenido que afrontar un «importante despliegue de medios y profesionales» para esta vuelta al cole en los centros de educación especial que gestionan. «Es una intervención completa (grupos burbuja, transportes exclusivos con más trayectos, refuerzo de trabajadores, obras de adaptación en los centros) que al final tiene un coste económico que ha asumido la Fundación. La consejería de Educación ha seguido pagando los conciertos», recuerda, pero añade que no se ha pensado en los sobresfuerzos que ha habido que acometer para adaptarse a los requisitos que exige el control de la pandemia.
Y esto no solo influye en el ámbito escolar, sino que también alcanza a otras áreas en las que trabaja la entidad. Por ejemplo, Fundación Personas acompaña a 200 niños menores de tres años en su servicio de atención temprana. Hay mil personas vinculadas con los centros ocupacionales y los talleres prelaborales. Otras 600 participan en los servicios de residencia y viviendas. Y 800 trabajadores con discapacidad están implicados en sus proyectos de empleo.
«En todos los ámbitos hemos tenido que adoptar planes de contingencia, refuerzos de plantilla (en torno al 5%), y gastos extras que podremos cuantificar mejor a final de año. Pero solo en EPIS hemos tenido que invertir 150.000 euros». En el caso de los centros ocupacionales, han sido necesarias obras de adaptación en varios edificios para «redistribuir los espacios»y garantizar la separación de metro y medio. Como en los comedores. «La Junta ha seguido financiando las plazas de los centros de día, lo que nos ha permitido no tener que recurrir a los ERTE», asegura Mazariegos. En los programas de empleo sí que se vieron a obligado a esta solución. «No tuvimos más remedio (afectó a 350 de los 800 empleados), ya que buena parte de nuestros clientes cerraron. Pero lo pudimos levantar antes de acabar mayo para la reincorporación del 100% de la plantilla», cuenta Mazariegos.
En el caso de las residencias y las viviendas, Fundación Personas reclama unos protocolos específicos. «Nuestros centros no son como las residencias de ancianos. En el caso de las viviendas, quienes allí residen forman una unidad de convivencia, una familia, por lo que no entendíamos –ellos tampoco lo entendían– que no pudieran salir a la calle, de paseo, una vez concluido el periodo de confinamiento».
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