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Aitor Martínez, junto al monumento a los ciclistas fallecidos en la carretera. Rodrigo Jiménez
Aitor Martínez, sobrevivió al atropello en el que murió Jesús Negro

«Una parte de mí se quedó en la carretera»

Seis años después de la muerte del ciclista Jesús Negro, su acompañante aquel día, que resultó herido grave, cuenta cómo ha cambiado su vida y cómo recibió la noticia del ingreso en prisión del conductor

Eva Esteban

Valladolid

Sábado, 26 de febrero 2022, 00:05

Espera sentado, con los brazos entrelazados, en un banco de madera que mira hacia la avenida de Salamanca. Sin despegar la vista del monolito con el que Valladolid recuerda cada día a los ciclistas fallecidos en carretera. Bajo la mascarilla se esconde un rostro serio, agotado. «Son fechas muy complicadas, de recordar especialmente todo lo que pasó», justifica Aitor Martínez, policía municipal de 48 años, visiblemente nervioso.

Sabe que desde aquel 25 de febrero de 2016 su vida es un milagro. Esa mañana salió de ruta en bicicleta junto a Jesús Negro, aficionados ambos al ciclismo. Circulaban por el arcén de la VA-30 sentido Arroyo de la Encomienda –entre las salidas hacia el Paseo de Zorrilla y el Camino Viejo de Simancas– cuando un camionero de nacionalidad portuguesa les arrolló. Su compañero, vigilante nocturno de 35 años, falleció poco después en el hospital.

Aitor Martínez logró salir adelante. A día de hoy, seis años después y con el parte médico delante, aún le cuesta creer que siga vivo. Arrastra enormes secuelas (no puede realizar deportes de impacto, ni tampoco correr, y hay partes de su vida que ni siquiera recuerda como consecuencia de un coágulo que le causó el brutal accidente). «Estaba literalmente destrozado por dentro, y lo peor es que estuve consciente en todo momento, escuchaba todo y créeme que pensaba que no salía de ahí», reconoce.

«Hubo una parte de mí que se quedó allí. Siempre lo recuerdas, cada día que te levantas te acuerdas de ese día»

A partir de ahí, el vacío. Dieciocho meses «durísimos» de recuperación. De reaprender lo cotidiano y de valorar detalles hasta entonces poco usuales para él, como un simple «te quiero». «Salí del hospital en silla de ruedas. Veía que iba a ser un lastre para mi familia, no sabía siquiera si iba a poder andar. Me costó mucho», admite. Un paso importante, a la par que difícil, llegó con su reincorporación al trabajo. Antes estaba «en primera línea». Desde entonces su labor es administrativa, «más de oficina», y lo combina con clases de educación vial por los colegios de la capital en colaboración con Mari Paz González, de la Asociación Española de Lesionados Medulares (Aesleme), a quien dice estar «enormemente agradecido». «Tanto desde la Policía Local –cuerpo al que pertenece desde hace 21 años– como desde el Ayuntamiento la predisposición fue absoluta desde el primer momento. Siempre me han facilitado la labor, me han apoyado y han valorado el trabajo que hago con Aesleme, dando otra imagen de la Policía Municipal», subraya.

Es su forma de aportar su «granito de arena» para tratar de concienciar a los jóvenes sobre las consecuencias de sufrir un accidente de tráfico. Que no es una broma y una mínima distracción al volante te cambia para siempre. Les relatan su experiencia para «intentar concienciarles de que nos puede pasar a todos, ya seamos hombres, mujeres, ciclistas, peatones, acompañantes...». «Todos los que estamos en vía pública podemos sufrir un accidente de tráfico y las consecuencias son terroríficas», relata Aitor Martínez, al tiempo que asegura que «si alguno de esos jóvenes alguna vez se acuerda de mí o de mi compañera y no toman una mala decisión, ya queda recompensado el duro momento de recordar lo que nos pasó».

Una justicia «injusta»

Poco o nada queda del Aitor de hace seis años. Porque un pedazo de él se quedó en el kilómetro 18,5 de la ronda exterior sur. «Hubo una parte de mí que se quedó allí. Siempre lo recuerdas, cada día que te levantas te acuerdas de ese día; eres un afortunado, cada día es un regalo y aprendes a vivir con ello», suelta a bocajarro, sin perder un minuto de vida después de saber lo que es estar a punto de perderla.

Una cicatriz de treinta y cinco centímetros que atraviesa su abdomen le recuerda cada día quién es. El valor de su vida. El aquí y el ahora. Mañana ya se verá. «Soy un Aitor más sensible, más cariñoso, que sabe cuál es el valor de vivir y muchas cosas insignificantes que mucha gente no valora y que quiere aportar su granito de arena para que haya menos accidentes de tráfico», sostiene.

Aún le quedan muchos peldaños por avanzar en su particular escalera, pero desvela que lo único que no quiere perder de vista es lo «afortunado» que es por el hecho de poder hacer una vida «prácticamente normal» después del grave accidente que sufrió.

Hace apenas unos días trascendió la noticia de que el camionero portugués que les arrolló, Andrés dos S. C., ingresó en prisión para cumplir la pena de dos años y cuatro meses de cárcel impuesta por el Juzgado de lo Penal número 3 de Valladolid. «Había estado en busca y captura porque, a pesar de haberse arrepentido en el juicio, fue poniendo recursos y cuando le condenaron se dio a la fuga. Te das cuenta de lo injusta que es la justicia, cómo protege más a la persona que ha causado el daño que a la propia víctima. No digo que lo hiciera a posta, pero si lo has hecho tienes que pagar, y la condena que suele caer es ínfima», lamenta.

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