![Catorce colegios de Valladolid combaten las heridas educativas provocadas por el virus en sus clases](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202011/16/media/cortadas/gabrielygalan-kq3E-U120783113314WcE-1248x770@El%20Norte.jpg)
![Catorce colegios de Valladolid combaten las heridas educativas provocadas por el virus en sus clases](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202011/16/media/cortadas/gabrielygalan-kq3E-U120783113314WcE-1248x770@El%20Norte.jpg)
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En un rincón del patio del colegio Gabriel y Galán, con acceso desde el paseo del Cauce, hay enterrada una cápsula del tiempo. Una cajita que viajará al futuro con mensajes, dibujos y objetos que los 92 alumnos del centro han introducido para explicar cómo ... ha sido, en plena pandemia, este inicio de curso. Los mayores han escrito sobre los meses en los que no pudieron venir a clase por estar confinados. Hay chavales que han resumido sus sentimientos en una redacción («sobre todo el miedo»). Los más pequeños han colaborado con dibujos del virus, viñetas en las que son superhéroes que vencen la covid. Yjunto a eso, se han metido mascarillas, pelotas de tenis con chinchetas que simulan la imagen microscópica del coronavirus, pautas sobre cómo había que saludar cuando los abrazos estaban prohibidos y se guardaba metro y medio entre pupitres.
Todas esas claves del momento actual se han metido en una caja («Juntos hacemos historia», la han bautizado) y sepultado en el patio, con el que objetivo de que, dentro de unos años, se desentierre y los futuros estudiantes del Gabriel y Galán conozcan cómo vivió el centro un momento tan complicado. «Los mayores seguro que ya no estarán aquí, pero los de los cursos inferiores recordarán la situación», explica Gloria Alonso, directora de un colegio seleccionado para participar en Proa+, el programa de cooperación territorial diseñado «para la orientación, avance y enriquecimiento educativo en la situación de emergencia provocada por la pandemia de la covid». Porque hay escuelas en las que es necesaria una sutura –a veces cirujía– que cosa las heridas abiertas por la covid.
El Gobierno y la Junta han elegido 59 centros en Castilla y León (29 de educación especial), con 5.778 alumnos, que recibirán, a lo largo de este curso, 2.152.493 euros para sufragar los gastos extraordinarios que genere la puesta en marcha de este programa. Entre otros criterios, para seleccionar a los beneficiarios se ha tenido en cuenta el porcentaje de alumnos con necesidades de apoyo específico, la vulnerabilidad de las familias o los refuerzos educativos especiales que habrá que poner en marcha para salvar las brechas destapadas por la pandemia. En Valladolid, son catorce. Están el Jorge Guillén, Miguel Íscar, Santa María Micaela, San Viator, Cristóbal Colón, Giner de los Ríos, Allúe Morer, José Zorrilla y Gabriel yGalán.Y además, los centros de educación especial número 1, El Corro, Obra social Santuario, El Pino y San Juan de Dios.
Con ese dinero (hay 40 millones para colegios de toda España), cada uno elabora su plan específico. El eje básico es el «acompañamiento, motivación y refuerzo escolar personalizado para el alumnado con necesidades específicas de apoyo educativo destinadas a mejorar la motivación, la autoestima, el bienestar emocional y las perspectivas escolares de sus estudiantes», explican desde la consejería de Educación. Además, se aborda «el impulso a las competencias docentes y orientadoras» y la «implicación y colaboración de las familias», con acciones para prevenir el abandono escolar. Y el absentismo.
«Las primeras semanas fueron horrorosas, faltaron muchos alumnos a clase», reconoce Gloria Alonso, directora del Gabriel y Galán, que la semana pasada tuvo que afrontar una espantada casi general ante el temor (infundado) de un brote en el centro. «Si antes ya teníamos problemas de asistencia, con niños a los que le dolía la cabeza dos veces al mes, ahora vemos casos con cuatro o cinco días. Hay que hacer seguimiento para que vengan al colegio, con llamadas a las casas... Así logramos que asistan al día siguiente o esa misma mañana, después del recreo. A veces es muy difícil involucrar a las familias», asegura la responsable de un centro con apenas 92 alumnos: el 90% de ellos de etnia gitana; el resto, «minoría de algún otro tipo».
La inyección económica de PROA+ servirá para avanzar en unos programas en los que llevan años trabajando. Su misión, dicen, es convertir al colegio en «una burbuja» en la que se aprendan valores, comportamientos que hallen luego réplica en sus casas, en la calle, con los amigos. «Hay gestos que ven en su entorno como naturales y que, por desgracia, tienen muy asumidos. Aquí hay que enseñarles que no, que hay otras vías para resolver conflictos, para educarse, para salir adelante», cuenta Gloria, al frente del Gabriel y Galán desde hace ocho años.
«Nuestro esfuerzo se centra sobre todo en las niñas. Hay que trabajar mucho en la igualdad, en su formación, en que sigan estudiando cuando dejan el colegio. Lo ideal sería que hicieran también aquí la Secundaria. En el momento en el que llegan a un instituto, se vuelven invisibles. El seguimiento no es el mismo. Es más difícil estar encima de ellos. Y eso provoca tasas de abandono temprano. Sobre todo entre las niñas. Muchas de nuestras alumnas no terminan Secundaria. A los 16 años ya han dejado de estudiar».Cuando podrían estar en la Universidad o en un ciclo de FP, muchas «ya están casadas y con hijos». «Trabajamos para que sean autónomos, para que tengan capacidad de tomar sus propias decisiones sin que les condicione su entorno», explica la directora. «A veces, vemos que resuelven bien los conflictos en el patio (hablando, dialogando, sin peleas) y luego les oyes:'pero esto en el barrio no es así, ¿eh?'».
Para ello, el colegio se sirve de un sinfín de herramientas que inciden no solo en lo académico, sino especialmente en la gestión de las emociones, en las inteligencias múltiples. Marian Jiménez es la maestra de pedagogía terapéutica, la responsable de convivencia, «un objetivo que no es único, pero sí prioritario».
El colegio se ha dotado de una comisión de convivencia, en la que los compañeros eligen a sus representantes, para evaluar los posibles problemas que puedan surgir. Hay además, en quinto y sexto, alumnos mediadores. Su misión es terciar cuando haya un conflicto. Y, atención, porque estos mediadores son, precisamente, «los chavales que podríamos llamar más conflictivos». «En muchos colegios, se elige a los estudiantes modélicos. Aquí, es precisamente al contrario, quienes más problemas suelen provocar son los encargados de resolver de forma pacífica las disputas. Es un modo de cambiar su actitud. Se les da una responsabilidad que deben ejercer por el bien de todos». También los recreos se aprovechan para organizar, entre las clases, juegos de convivencia «Los más simples, como el pañuelo, stop o polis y cacos pueden servir para alimentar ese espíritu de colaboración entre todos», explica Jiménez.
El centro aplica su programa RETO (respeto, empatía y tolerancia). «Nuestros alumnos suelen tener un nivel de frustración y una autoestima bajos». Cuentan así con una caja de los besos, o de las felicitaciones, en las que los compañeros se mandan mensajes entre ellos, para felicitarse por aquello que hacen bien o subrayar lo que más les gusta de los demás. Este tipo de actividades tienen reflejo en los pasillos del centro.
En la pared de la izquierda, nada más entrar, hay un mural lleno de corazones (de globos, de postit con forma de corazón) que los alumnos prepararon por San Valentín, en febrero, justo un mes antes de que el coronavirus obligara a un confinamiento primaveral y de que se acabaran las clases presenciales hasta finales de curso. Protagoniza el mural la muñeca Coralina, personaje que sobre unos cuadernos de colores recuerda a los chavales que «en este cole se enseña con el corazón».
Es el primer mensaje que recibe todo aquel que se acerca por las instalaciones de un centro que apuesta por el ajedrez o la robótica para «aprender a reconocer las emociones, ofrecer una imagen positiva, crear hábitos de estudio». Y hacerlo en unos tiempos en los que las posibilidades se han visto mermadas por las restricciones que impone el coronavirus. «No es fácil trabajar cuando no se pueden tocar, abrazar, cuando deben guardar la distancia».
El programa PROA+ cristalizó en julio, cuando elGobierno aprobó una partida que, a través de las comunidades, financiará proyectos educativos que hagan frente a los efectos que la pandemia haya podido tener en centros en los que ya se venía luchando contra «la brecha digital, el abandono temprano, la promoción del éxito escolar, y las políticas sociales y de infancia que neutralizan los efectos limitadores y excluyentes de la pobreza infantil», explican desde el Ministerio de Educación. Este proyecto nace después de que las administraciones hayan sido conscientes del «impacto negativo del confinamiento en el bienestar y el progreso educativo de todo el alumnado, pero de forma especial de aquellos sin condiciones para el trabajo escolar en casa (por carecer de acceso a Internet, por ejemplo), lo que incrementa las posibilidades de que se hayan desconectado de la escuela, incrementando el riesgo de fracaso escolar y abandono temprano».
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