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El miércoles 11 de junio de 1456, el escribano y notario público Alfonso Rodríguez de Cuéllar citó a Diego 'El bollo' y a su mujer, Elvira Sánchez, para cerrar la venta de unas casas con bodega (también las cinco cubas que había en ella) y sobrados que tenían en la calle Curtidores, junto a la vivienda de Diego Ferrández de Castro y el corral de Diego de Astúnniga.
La operación se cerró por 7.500 maravedíes, que pagó por estas propiedades el que a partir de entonces sería su nuevo dueño, Miguel Ruiz de Cuenca, escribano de Cámara del rey Enrique IV y alcalde entonces de Valladolid. Y fueron testigos de todo ello Pero Rodríguez (especiero), Juan Gonçález (cabrero) y Pedro Alcalá, vecinos todos ellos de Valladolid.
Los pormenores de esta operación inmobiliaria aparecen recogidos, con escritura cortesana, en un cuaderno de seis folios cosidos con hilos que forma parte de la inmensa colección documental que emerge ahora de los depósitos del Archivo Municipal para ver la luz en 'Colección diplomática del hospital de Santa María de Esgueva y la cofradía de Todos los Santos', un libro que describe, transcribe y recopila los documentos más antiguos que se conservan de esta histórica (y mítica) institución asistencial.
Durante los últimos cuatro años, Víctor Arenzana Antoñanzas (Calahorra, La Rioja, 1950) ha buceado en los fondos del Archivo Municipal para poner en pie una investigación de 1.200 páginas que recorre siglo y medio de la intrahistoria de Valladolid (de 1335 a 1474) a partir de testimonios notariales, cartas de venta y arrendamiento o libros de cuentas. La información aquí contenida «permite conocer distintos aspectos de la sociedad vallisoletana, del urbanismo y de la agricultura de la época, de los oficios y las técnicas de construcción, de las celebraciones de los cofrades, de los alimentos que consumían...», explica.
Todas estas curiosidades asoman en los 142 documentos que ha manejado Arenzana (de una colección que incluye 667 libros, 182 cajas y 31 pergaminos). El autor ha fijado su interés en los escritos más antiguos, aquellos que van desde 1335 hasta 1474. «A partir de los Reyes Católicos, el número de documentos es mucho más numeroso», matiza.
142 documentos
de entre los años 1335 y 1474 forman parte de este estudio de Víctor Arenzana, publicado por el Archivo Municipal.
¿Y antes? Los anteriores a 1335 se perdieron, tal vez por un incendio que afectó a la primera institución asistencial que tuvo Valladolid. Entre esos documentos nunca encontrados se hallaría la carta fundacional, por lo que no se puede autentificar documentalmente el origen del Hospital de Santa María de Esgueva, que la leyenda dice que se instauró de la mano del conde Pedro Ansúrez y de su esposa Eylo Alfonso, a finales del siglo XI.
La defensa de esta idea se hizo fuerte el 14 de abril de 1875, cuando Eugenio Reguera, administrador del hospital, recibió el encargo de recopilar todos los objetos pertenecientes a la institución que en 1869 se había incautado el Estado. Gracias a esta labor, pudo encontrar varias pistas sobre la historia del centro.
Así, halló un documento de 1688 que declara como fundadores al Conde Ansúrez y su mujer, que dotaron al hospital con hasta seis mil ducados.En otros escritos reunidos por Reguera se dice que el hospital fue instituido en 1151 para la curación de enfermos. «En 1828 se alude a que los caballeros cofrades, al acordar el ceremonial de recepción de don Fernando VIIen la visita a este hospital a su paso por esta ciudad, determinaron poner el escudo de armas del conde Ansúrez en unión con las reales, con la siguiente inscripción 'Patrono Rexe anno MCLI», recoge el libro ahora publicado. «Si se encontrara esa placa, sería un testigo histórico de gran valor», dice Arenzana quien, sin embargo, en su investigación no se ha centrado en la historia de este hospital que durante siglos estuvo en la calle Esgueva.
Su labor ha consistido en revisar, uno por uno «y con mucha paciencia», los 142 documentos más antiguos para, una vez transcritos, facilitar su consulta. «Se conservan en el Archivo Municipal gracias a la iniciativa del alcalde Antonio García Quintana y al concejal José Garrote Tebar, que ordenaron su traslado al Ayuntamiento a comienzos del año 1936 (antes del inicio de la Guerra Civil). Con esta medida, evitaron que los papeles del Hospital corrieran una suerte parecida a la del resto de bienes», explican Eduardo Pedruelo y Miren Elixabet Díaz, del Archivo Municipal, quienes apuntan que estos documentos «son una de las fuentes principales para el conocimiento del pasado bajomedieval de la ciudad, junto con otros archivos de la época (del Concejo, la colegiata de Santa María o el Estudio General)».
Así, en este repaso documental pueden leerse datos sobre cofrades, entrada de enfermos, salarios de empleados, expedientes de limpieza de sangre para el ingreso en la cofradía, escritura de venta y permuta de bienes, testamentos... Entre esos testamentos, el que el 11 de agosto de 1461 hizo Miguel Ruiz de Cuenca, donde concedía a la cofradía aquellas casas que en 1456 compró a Diego 'El bollo' y su mujer.
O ese otro testamento que el martes 20 de septiembre de 1362 hizo Martín Pérez, vicario y vecino de Tudela de Duero, quien dispuso que se construyera en esta villa un hospital para acoger pobres bajo la advocación de Santa María, con diez camas. Para ello, donó las tierras y viñas que tenía en Tudela, así como sus casas de la calle Mayor y dos aceñas en la pesquera dle puente de Tudela. Como proveedores del hospital nombró a García Fernández y a Rodrigo como sus herederos. «En caso de no haberlos, la cofradía de Esgueva de Valladolid se haría cargo del Hospital», resume este libro.
El texto más antiguo es una carta de Alfonso XI, el 30 de abril de 1335, en la que ordena a Fernando Sáez de Reoyos, su posadero mayor, que no pongan huéspedes en el Hospital de Esgueva ni consienta que nadie se aposente en él. También hay cartas de papas, como la de Martín V, que el 7 de mayo de 1418 concede a los hermanos de la Cofradía de Esgueva que «puedan elegir confesor para que les absuelva, una vez en la vida, de todo pecado».
«Los documentos que más llamaban mi atención eran los libros de mayordomos», donde se recogían las cuentas de la cofradía. «Tal vez sea por mi vinculación con la banca», cuenta Arenzana, quien fue jefe de inmuebles en el BBVA. Natural de La Rioja, desde el año 2003 vive en Valladolid, ciudad de procedencia de su mujer, a quien conoció un Miércoles Santo en Medina de Rioseco. Cuando se jubiló, Víctor se matriculó en la Universidad y cursó Historia.
«En casa éramos siete hermanos, seis chicos y una chica, y nuestros padres no nos pudieron pagar los estudios. Era algo que siempre quise hacer», explica Víctor, quien desde entonces ha dedicado su tiempo a investigar los libros de actas del Consejo de Valladolid y ahora, estos archivos del Hospital de Santa María de Esgueva. «En esos libros de cuentas se ve cómo muchos ingresos venían a través de donaciones de casas y tierras, que luego alquilaban», cuenta. Entre los gastos, estaban por ejemplo el pago de jornaleros que atendían las viñas, el mantenimiento de iglesias (San Salvador, San Julián, Santiago y San Lorenzo) o el abono a los capellanes para decir misa.
Hay más curiosidades. Por ejemplo, la venta que Andrés Martínez (hortelano) e Inés Fernández, su mujer, hicieron a Antón Rodríguez e Isabel Rodríguez, el 4 d eseptiembre de 1456, de una huerta a las afueras de la puerta de Teresa Gil, por cuantía de 13.500 maravedíes. O aquel 14 de abril de 1464 en el que Diego Martínez de Sevilla, escribano, y su mujer Isabel del Campo arrendaron a la cofradía de Esgueva unas casas qu etenían frented a la iglesia de Santiago. Debían abonar 450 maravedíes y un par de gallinas «desde San Juan de junio y por toda su vida y la de tres herederos que ellos nombren».
Entre los documentos, está también un listado de varios de los vallisoletanos que, en el siglo XV, pagaron 300 maravedíes y dos libras de cera, para ingresar en la Cofradía de Todos los Santos. Así lo hicieron Lope Fernández de Cuellar (en 1439), Luis González, García de Corral, Gómez Fernández de Toro, Álvar Rodríguez de Entrambasaguas o Juan Sánchez Cantalapiedra. El 3 de diciembre de 1441 hubo cierto jaleo en la hermandad, cuando se dio de alta a Diego López de León. Según era costumbre, le llamaron a «hacer la solemnidad y a comer». «Pero al dicho Diego -cuenta Arenzana- no le agradó ir porque dijo que ni lo había rogado ni se lo encargó a Alonso Fernández Carreño (quien lo nombró cobrade) porque no era su voluntad ser de esa cofradía». Así que, al final fue Alonso Fernández quien tuvo que pagar los 300 maravedís la entrada de Diego López como cofrade, así como las dos libras de cera, aunque luego el cabildo determinó que López no podía ser cofrade «ni entonces ni en algún tiempo».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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