![Cáritas 'siembra' casitas por los que sueñan con tener un techo](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/10/22/laura-U2101785740880TED-U22015670889103jG-1200x840@El%20Norte.jpg)
![Cáritas 'siembra' casitas por los que sueñan con tener un techo](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/10/22/laura-U2101785740880TED-U22015670889103jG-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Este martes, los vallisoletanos se han despertado con una sorpresa en sus calles. Mil trescientas pequeñas casitas de cemento y yeso han aparecido misteriosamente en lugares emblemáticos de la ciudad, como en la cruz de San Pablo, la estatua del Conde Ansúrez o la Puerta ... de la facultad de Derecho, entre otros. Este simbólico gesto es parte de una iniciativa liderada por Cáritas, que busca visibilizar la dura realidad que viven las personas sin hogar en nuestra ciudad. Cada casita representa lo que estas personas anhelan—un hogar— y a la vez sirve de llamada de atención a la sociedad sobre la importancia de no mirar hacia otro lado.
Cada casita incluye un código QR que, al ser escaneado, redirige a un vídeo en el que varias personas sin hogar cuentan en primera persona sus historias de lucha, resiliencia y esperanza. Estos testimonios permiten que los ciudadanos se acerquen a la realidad de estas personas desde una perspectiva humana y cercana, poniendo rostro y voz a quienes, a menudo, pasan desapercibidos en las calles de la ciudad. «El 27 de octubre es el Día de las Personas sin Hogar. Durante los días previos en todas las delegaciones de Cáritas hemos organizado actividades para sensibilizar sobre la realidad de la gente que todavía duerme en la calle, que son muchos. En Cáritas Valladolid decidimos hacer una siembra de casas y ver qué efectos produce en las personas que se las encuentren. Esperamos que lo compartan, lo difundan y, sobre todo, les toque el corazón y cambien su forma de ver esta realidad. Ojalá tenga un efecto multiplicador», explica Alberto Díez, educador del Programa Personas sin Hogar de Cáritas.
A buen seguro, esta mañana habrán sido muchos los que, al encontrarse con las casitas, se habrán detenido, escaneado el código y escuchado atentamente esos relatos que hablan de la pérdida, el desarraigo, pero también de la esperanza y de las segundas oportunidades. «Buscamos empatía y movilizar a la sociedad para que se involucre en la búsqueda de soluciones. Las casas las empezamos a fabricar en el mes de abril, desde la Comisión de Participación, que es un grupo formado por voluntarios, técnicos y participantes del centro del Centro de Atención a Personas sin Hogar del Seminario, de la Unidad de Higiene de La Milagrosa y de la Casa de Acogida de Cáritas. Están hechas de cemento y yeso y las hemos pintado a mano», añade Díez quien estima que en Valladolid hay unas 140 personas sin hogar. «70 personas duermen a diario en el albergue municipal y aproximadamente otras 70 duermen al raso, en cajeros, debajo de puentes, casas abandonadas… es una realidad alarmante. En pleno siglo XXI esto tendría que estar ya solucionado», opina.
El lunes a las 22:00 horas, 28 personas entre voluntarios, técnicos y usuarios se dieron cita en la sede de Cáritas en la calle José María Lacort. Desde allí comenzaron entusiasmados el reparto de casitas en los colegios, paradas de autobús, hospitales, iglesias, bancos… «Solo pedimos a la ciudadanía que se paren un minuto. Que no sólo se fijen en la estética de la casita que se encuentren, sino que se paren a reflexionar sobre esta problemática», invitan Díez y los usuarios de Cáritas.
David Valdés tiene 48 años y lleva en la calle «entre 10 y 12 años», todo a consecuencia de un problema con el alcohol. Nació en Cataluña, se crió en Andalucía y ahora vive en las calles de Castilla y León. «Vivir en la calle es una mierda. No tienes derecho a casi nada. Bueno, más bien… no tienes derecho a nada. Tenemos muchos problemas y la gente pasa de nosotros. Es lo que nos ha tocado vivir, pero no se lo deseo a nadie», comenta. «Esta iniciativa de la siembra de casitas, espero que sirva para abrir los ojos a quien los tenga cerrados. Si no fuera por Cáritas, estaríamos peor de lo que estamos, pero necesitamos más apoyos todavía», prosigue.
Asunción Manzano tiene 53 años, también sabe bien lo que es la crudeza de vivir sin techo. Ha pasado por el albergue y actualmente está en una habitación compartida. «A mí se me puso todo en contra. Perdí el trabajo y se me negó la ayuda del ingreso mínimo vital. Eso hizo que me quedara en la calle. No fue fácil. Lo peor de todo es el miedo que sientes. La gente pasa y a veces te molestan. Afortunadamente ahora cobro la ayuda y estoy en una habitación compartida dependiente de Cáritas», comenta. «Este proyecto servirá para que aquellos que por suerte no han pasado por esta situación sepan lo duro que es», añade.
Gabriel Rodríguez, de origen asturiano y tiene 45 años, la mayor parte de ellos en la calle. A los 16 años, la violencia familiar le llevó a abandonar su hogar, comenzando un largo camino de supervivencia. «Soy pobre y he tenido una vida de desahucio. Cuando piensas distinto a los demás y quieres vivir de distinta forma, no te permiten avanzar ni evolucionar. He entrado y he salido de la calle varias veces. Lo más duro es cuando sientes que la gente te discrimina sólo con la mirada», explica este vallisoletano de adopción que, aunque no lo ha tenido fácil en la vida, ha demostrado una extraordinaria capacidad de resiliencia. «No estoy de acuerdo con el sistema, que muchas veces margina a los más vulnerables. Yo ahora estoy en un momento de evolución. Estamos en una España desahuciada en la que quedarte sin hogar se promueve y se fomenta y nosotros nos quedamos sin opciones para salir adelante. La pobreza es clasista, por esto estoy impartiendo talleres de Pobreza Mental en La Milagrosa y en institutos de la ciudad para concienciar a la juventud. Tenemos una Constitución que nos saltamos a la torera. Debemos intentar volver a ser una sociedad en la que primen los derechos, sobre todo a una vivienda digna», explica.
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