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La trayectoria vital de Luis Argüello no es habitual en la Iglesia Católica. Intelectual de vocación sacerdotal tardía, ha cultivado la presencia en la sociedad como clave de bóveda de su acción pastoral. Está tan al cabo de la calle, que no habiendo sido nunca párroco, conoce muy bien a los parroquianos, lo que les pasa y qué necesidades espirituales y materiales tienen. Porque siempre ha sido uno de ellos y no ha dejado de serlo.
Terracampino de Meneses (Palencia), a sus 69 años ha sido nombrado arzobispo de Valladolid en una decisión del Papa Francisco que no es la habitual de la Iglesia Católica ya que sitúa a un vallisoletano (de hecho y acción) al frente de la Diócesis en la que ha ejercido toda su vida.
Si Francisco siempre quiso en la Iglesia pastores con olor a oveja, es decir, sacerdotes y obispos pegados a la gente todo el día, en Luis Argüello encontró el prototipo de pastor con un olor a oveja que tira para atrás. Porque Luis Argüello es considerado en Valladolid 'uno de los nuestros', un vallisoletano de los de toda la vida, por mucho que naciera en Meneses de Campos y aproveche cada segundo libre para volver allí, donde reside su anciano padre.
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Puede perfectamente entrar en cualquier casa, despacho y sede de colectivo o asociación vallisoletanos y ser recibido con el respeto que se guarda siempre en Valladolid a quienes se lo han ganado. Y Luis Argüello tiene el respeto de todos sus paisanos porque siempre se ha mostrado como uno más. Incluso colgándole ya la cruz pectoral que distingue a los obispos. Y, como siempre ha hecho, desde que cruzó la puerta del Seminario para hacerse sacerdote (alguno de sus compañeros de facultad aún no ha superado la sorpresa de que tomara esa decisión) ha estado al lado de la gente desde una postura que ha mostrado su cualidad más destacada, como persona, sacerdote y obispo: la actitud de servicio.
Tímido irredento, pero de personalidad arrolladora, el nuevo arzobispo de Valladolid ya mostró en su vida civil que la suya no era una trayectoria habitual. Brillante en los estudios, en los años de la Transición se movió en círculos políticos en los que canalizó su vocación social, y fue muy activo en el movimiento Justicia y Paz, que llegó a presidir en Valladolid. Ahí forjó el poso de su posterior conocimiento y ejercicio de la Doctrina Social de la Iglesia y su inclinación a ejercer en la sociedad lo que denomina «caridad política», basada en el diálogo «a favor del encuentro, la comunión y la solidaridad del bien común».
A finales de los 70 cuando, ya licenciado en Derecho y profesor universitario, decidió dar el paso de entrar en el Seminario para ejercer su fe como sacerdote. Estudió Teología y fue ordenado en 1986 por Delicado Baeza quien vio que la actitud y la aptitud vitales de aquel cura no eran habituales en la Iglesia. Y las aprovechó para la tarea interna del Obispado. Primero, como profesor en el Seminario, que dirigió años más tarde. Luego, en incontables consejos pastorales, hasta llegar a ser designado por Ricardo Blázquez en 2011 como vicario general de la Diócesis, el auténtico director ejecutivo del Arzobispado.
La tarea de Blázquez en la Conferencia Episcopal y los múltiples trabajos para el Vaticano que le formularon Benedicto XVI y Francisco, llevaron a que el cardenal insistiese en disponer de un obispo auxiliar, por lo que en 2016 Argüello fue nombrado para esa función. Sin dejar de parecer un párroco, pese a no haber sido nunca tal, habitual es verle todos los fines de semana ejerciendo de cura de pueblo en el sinfín de parroquias a las que no llegan sus presbíteros titulares por excesiva carga de trabajo. Es su manera de servir a los feligreses y a la Iglesia. ¡Como para no oler a oveja!, según la metafórica expresión de este Papa.
Su brillantez intelectual y su capacidad de trabajo le auparon a la Secretaría General de la Conferencia Episcopal dos años después, primero con Blázquez de presidente y ahora con Omella. Es ahí donde más han aflorado sus detractores, que los tiene, que esperaban de él una respuesta más contundente contra los abusos sexuales en el interior de la Iglesia, acompañada de una actitud más colaborativa para el esclarecimiento de los hechos.
Como arzobispo de Valladolid tiene un reto enorme: dirigir una diócesis que carece de suficientes sacerdotes, que muchos de los que tiene son de edad avanzada y que en su sector más joven ejercen en las parroquias con un distanciamiento hacia sus feligreses que los aleja aún más de la doctrina de la Iglesia. Argüello tendrá que conseguir que sus curas se mezclen más con la gente en las parroquias para que hagan lo que él lleva toda la vida aplicando, en una actitud nada habitual en la Iglesia: estar al cabo de la calle, única forma de conocer cómo pasa la vida y qué cambios provoca. Si lo sabe bien él, que ha basado su vida pastoral en el diálogo con todos, parroquianos o no, para conocer sus inquietudes y seguir edificando la Iglesia que van a dejar a los que les seguirán.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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