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Llega con corbata, americana, un abrigo elegante y una terrible historia detrás. «Yo tuve que vivir en la calle», dice Miguel Arranz (Valladolid, 1968), al amparo de una luz anaranjada que muerde las sombras bajo el Arco de Ladrillo. Hace años -cuando el cielo era su techo y los cartones, sábanas-, se acercaba hasta aquí un par de veces por semana para recibir el bocadillo, las manzanas, la conversación que le brindaban los voluntarios de la asociación Asalvo.
Hoy, ya con trabajo (un empleo en una empresa de seguridad), vuelve a este punto solidario, junto a la estación de autobuses, para «echar una mano», para colaborar con la entidad que durante años tanto a él le ayudó. «Me arreglaron la boca, me dieron ropa y comida cuando lo pasé peor».
Divorciado, se le torció la vida («porque a veces las malas rachas no dependen de ti») y pasó año y medio a la intemperie. Sin cobijo. «Tuve que dormir en el albergue, cuando estaba en el Paseo del Hospital Militar». Y fueron muchas las noches que pasó al raso.
«Eso no lo quiero para mí ni para nadie. Es muy duro, pero se puede salir. El que quiere, sale. Más tarde o temprano, pero se sale», cuenta Miguel, mientras hace indicaciones para que aparque este coche rojo que acaba de llegar al Arco de Ladrillo. Dentro vienen cuatro voluntarios de Asalvo y un maletero cargado de leche, de fruta, de bocadillos envueltos en papel albal. Allí, bajo el viaducto, esperan cerca de cincuenta personas que necesitan ayuda no solo para llegar a fin de mes, sino incluso para terminar el día con algo que comer.
«Hay situaciones terribles, más de las que imaginamos», cuenta María Jesús Díez, profesora del colegio García Quintana y coordinadora de este grupo de voluntarios que, todos los domingos, por la noche, despliegan su labor solidaria aquí. Son estudiantes de segundo de Bachillerato en el Colegio San José, universitarios que cursan el tercer año de Enfermería, de Fisioterapia… Jóvenes que se suman a una cadena solidaria que comenzó hace 16 años, cuando explotó la burbuja inmobiliaria y una crisis trajo otra nueva después.
Ya entonces, voluntarios de varios centros educativos repartían bocadillos en el Arco de Ladrillo. Desde 2011, Asalvo funciona como organización reglada. Suspendieron estas veladas durante la pandemia. Una vez recuperada la normalidad, volvieron a la calle. Este año, han añadido a su batallón solidario a los estudiantes del San José, que se suman a los alumnos del IES Zorrilla y la Escuela de Arte que acuden a la zona todos los martes. Otros años, también colaboraron alumnos del Condesa Eylo, del Lourdes…Siempre jóvenes. Ahora son 35.
«Es una asociación de estudiantes y profesorado», explica María Jesús Fournier, promotora de la iniciativa, quien defiende que el voluntariado «es una actividad extraordinaria para el desarrollo personal». «Te das cuenta de que hay realidades muy duras a tan solo unos minutos de tu casa», cuentan Raquel Martín y María Fernández, dos de las estudiantes del San José que este año se han embarcado en este proyecto solidario. «Por muy poco, puedes hacer mucho», dicen.
En casa han preparado unos bocadillos que ahora reparten entre las personas desfavorecidas que reciben apoyo de Asalvo. A estas horas del domingo podrían estar enfrascadas con el móvil, envueltas en una manta con Netflix, de juerga con los amigos, dándole al mando de la play. Estudiando, también. Preparando el examen del día siguiente Calentando los apuntes al flexo. «O viendo el partido del Madrid», dice Jorge Curiel. Pero han preferido dedicar su tiempo a los demás.
«Conocimos la asociación en el colegio, cuando nos presentaron varios proyectos en los que se podía colaborar. De personas sin hogar, con discapacidad…», explica Jorge, mientras reparte unos dulces cedidos por la confitería Maro Valles.
Encarna Martínez es una de las mujeres que los recibe con agradecimiento. Natural de Bilbao, llegó a Valladolid el 30 de enero de 2013, de la mano de una pareja que, afortunadamente, dice, salió de su vida. «No he tenido buena suerte», cuenta Encarna, quien vive con un hijo en un piso de La Victoria. Paga 340 euros de alquiler. Casi la mitad de sus ingresos. Dice que cobra una ayuda de 411 euros. Su hijo, otra de 290. En total, 701 euros al mes.
«Y con eso tienes que pagar el piso y todos los recibos. Tenemos los bonos sociales de la luz y el gas, pero no da para mucho». Y ahora la caldera está estropeada. Por eso, todos los martes y domingos se acerca hasta el Arco de Ladrillo, porque todo parece poco cuando hay muchas baldas del frigorífico vacías. «Cada uno de nuestros voluntarios elabora en su casa bocadillos, que pagan de su propio bolsillo y que luego repartimos. Y también llevamos fruta (tres o cuatro piezas, según el dinero que tengamos), tres litros de leche por cabeza… y luego, los artículos que podemos (salchichas, chocolate, aceite, latas de sardinas…)», cuentan desde Asalvo. Y junto a esto, otro tipo de ayudas para hacer frente a los gastos extraordinarios que muchos no pueden afrontar: gafas, tratamientos dentales, ropa, material escolar…
Juan Romero ha estrenado gafas gracias a ellos. «Tengo de todo, miopía, astigmatismo… ahora también presbicia», dice a sus 55 años. Llegó a Valladolid de niño, cuando su padre dejó un trabajo en la metalurgia para ganarse la vida en Michelin. Juan ahora comparte piso. Paga 220 euros por habitación con derecho a cocina en una casa de Delicias. Pero no todos los meses hay números verdes en su cuenta.
«Soy eventual. Trabajo en Correos, cuando me llaman. En verano, con las vacaciones y descansos de los demás, voy bien. También en Navidad. Pero el resto del año es muy difícil. Voy al paro. Y me toca ahorrar como una hormiguita para los meses que no cobras nada». Este domingo, además de la comida, ha recibido unas sandalias de su talla. Se las ha entregado Luis Ruiz, un antiguo colaborador de Asalvo que todavía se acuerda de que hay personas que necesitan ayuda. Luis es ingeniero informático. Ahora trabaja en Madrid, como experto en ciberseguridad. Durante cuatro años, mientras estudiaba en el Lourdes, fue voluntario de Asalvo. En aquella época conoció a Juan y a personas como él. Y cada vez que puede, echa una mano. Como con el calzado que traído esta semana. «Es imprescindible echar un cable, porque hay muchas situaciones complicadas», dice.
Y cada vez más. Cuando Asalvo comenzó su actividad solidaria en 2007, el perfil de beneficiarios apuntaba hacia personas sin hogar, que dormían en la calle o en el albergue, que no tenían techo. Después se incorporaron familias con pocos ingresos y demasiadas facturas. Como la de Maria Mar Sancho, 26 años, la mayor de cuatro hermanos. Vive junto a sus padres (él de baja, ella en el paro) en el barrio de San Juan. De un tiempo a esta parte, también se han incorporado personas migrantes, solicitantes de protección internacional que reciben aquí un apoyo durante sus primeros pasos en el país. «Vienen con muy pocos medios y con las ayudas que reciben no les llega», indica Fournier.
Lo cuentan Patricia y Carla, madre e hija llegadas hace unos meses desde Perú. Huyeron de un país en crisis, «donde la inseguridad no es solo económica». «Es lo que primero que sientes al llegar a España: seguridad, la sensación de que no te puede pasar algo malo con solo salir a la calle». Después de solicitar protección internacional, y a la espera de que se resuelva su expediente, el próximo mes de febrero recibirán un permiso que les permitiría trabajar.
«Es lo que queremos, claro. Mientras tanto, nos formamos». Patricia, con un curso de cocina y reposteria. Carla, con uno de asesoría en imagen personal y corporativa. Asalvo les ha facilitado parte de los materiales que necesitan. También unas gafas. Este domingo han venido hasta el Arco de Ladrillo con un carrito de la compra en el que meten los alimentos que les han dado y también un bolso que una de las voluntarias ha traído de casa. Cogen, como otros, hasta las bolsas de plástico, porque todo viene bien.
Ahora viven, con la ayuda de Cruz Roja, en un piso de La Victoria que comparten con otra familia. La de Evelyn, quien ha llegado desde Venezuela junto a su pareja y sus dos hijos. «Imagina, la situación allí es muchísimo peor de lo que tenemos que vivir aquí», asegura. «Represión política, precios disparados», la certeza de que nada puede ir a mejor. Y aquí, en España, confían en un futuro más despejado.
«Es importante que los jóvenes tengan contacto también con estas realidades. Que sepan que hay personas, como nosotros, que necesitan ayuda. Y no solo económica. Muchos de ellos viven solos, no tienen nadie con quien hablar, en quien confiar», explica Díez, mientras recuerda que estas fechas prenavideñas son claves para que la asociación pueda funcionar. Para llevar a cabo su labor, cuentan con el apoyo de empresas que les facilitan alimentos o que contribuyen con donaciones o aportaciones económicas (como la Fundación Michelin).
Pero necesitan ingresos extra. Por eso, los próximos días 13, 14 y 15 de diciembre celebrarán, en el centro cívico Zona Sur, un mercadillo solidario cuya recaudación servirá para financiar sus proyectos. Además, han puesto a la venta su Lotería de Navidad, con la que otros años han reunido («si lo vendemos todo») 3.500 euros para poder comprar gafas, recargar móviles o abonar billetes de autobús «para que las personas que tienen fuera a sus padres los puedan visitar».
En apenas unos minutos se han repartido los bocadillos, se han entregado sandalias y bolsos, se han suministrado bricks de leche y bolsitas con fruta. Con los beneficiarios colocados en una larga fila, en forma de u, bajo el viaducto. Con un rosario de bocas que dicen gracias. Con una luz anaranjada que alumbra una fría noche de noviembre en la que medio centenar de personas reciben una ayuda que servirá para atravesar mejor la dura semana que ahora comienza.
Hasta que, con un poco de suerte, las tornas cambien y, quién sabe, se pueda volver aquí como ahora lo hace Miguel, el hombre que durante meses durmió en la calle y que ahora, con la vida enderezada, echa una mano a Asalvo, la asociación de estudiantes que cuando peor estuvo le ayudó.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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