A Óscar Magdaleno, Google lo tenía fichado.Por su cabeza rondaba la intención de comprarse una bici y aquella noche quemó batería del móvil mientras buscaba modelos, comparaba opciones, se fijaba en precios. Al día siguiente, los anuncios web que recibía, las sugerencias de noticias ... para leer, tenían todas relación con las bicicletas. Y entre los enlaces, el de quierounabici.eu, la iniciativa que han impulsado David Saiz Camarero y Ana Castán para que vecinos de Castilla (145 en Valladolid, Burgos yPalencia)apadrinen ciclos que fueron abandonados por sus dueños enÁmsterdam.
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«Yo había estado por Holanda los dos años anteriores. Siempre te hablan de la cultura de la bici allí, pero cuando lo ves es impresionante», cuenta Óscar, quien regresó convencido de que su movilidad por Valladolid dependería de las dos ruedas. «Y eso que vivo en Parquesol», asegura, mientras admira la bici que acaba de llegarle desde los Países Bajos.
Este lunes por la tarde recaló en Valladolid el segundo cargamento de bicis que vivirán una nueva vida por tierras castellanas. El reparto tuvo lugar en los terrenos de INEA, dada la vinculación que David, impulsor del proyecto, tiene con Red Íncola y la comunidad jesuita. Fue profesor del San José, contribuyó en 2008 a poner en marcha el café solidario (proyecto que acompaña a personas sin hogar)y, desde hace unos años, es «activista ambiental» y analista de movilidad. Su dictamen es claro:«La bicicleta es el mejor medio de transporte urbano». Y la apuesta, sostiene, debe ser decisiva para el futuro.
Esta convicción le puso en contacto con Ana. Ella vive en Ámsterdam. Allí organiza visitas turísticas en bici (y en español) por la ciudad. «Supimos que había un grupo en Canadá que quería llevar allí la cultura ciclista de los Países Bajos... y vimos de qué modo podíamos aplicarlo en España». La cadena tiene su origen junto a los canales holandeses. Allí es habitual encontrarse por las calles bicicletas abandonadas, que sus dueños han desechado «porque han comprado una nueva, porque ya no las usan».
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El Ayuntamiento de Ámsterdam tiene una brigada encargada de peinar las calles y retirar aquellos ciclos que, después de un mes, siguen aparcados en el mismo lugar sin que nadie los haya movido. El Consistorio los conserva durante varias semanas por si alguien los reclama y si no es así, los vende en lotes a talleres de reparación de bicis, que las rehabilitan, pintan de nuevo y venden. Y aquí entra esta red impulsada por David y Ana. Compran una de esas partidas y la traen a España. «Las primeras fueron para amigos. Ahora cada vez nos piden más». La reserva cuesta treinta euros. Por la bici, una vez aquí, hay que pagar 135 más (transporte incluido). Ayer ya rodaban por Valladolid.
Jaime López se acercó a recoger la que había encargado Jesús, un bombero que no pudo retirar la suya por estar de vacaciones en Torrevieja. Óscar González se llevó las dos que había reservado:para él y para su hija. «Conocí la iniciativa por un artículo en prensa. Pensé, esta gente merece la pena. Tengo que conocerlos. Les llamé, me impliqué y pedí dos bicis», cuenta, antes de ponerse a pedalear rumbo a su casa en Las Villas. Emma ya planea sus trayectos a la facultad, a partir de septiembre, en una bici con alma holandesa y presente pucelano.
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«Allí las llaman las bicis de la abuela», explica David Saiz. «Durante la II Guerra Mundial, quitaron la barra que habitualmente tenían las bicis de hombre para poder llevar la munición. Así, casi todas son de barra baja. Y esas bicis de sus abuelos –urbanas, para pilotar con la espalda recta– son las que utilizan las generaciones actuales». Sus frenos son contrapedal (se activan con el pie, con lo que se deja las manos libres para señalizar), «tan fáciles de usar que en cinco minutos te acostumbras».
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