«Lo sentimos muchísimo, pero este año tendrán que entrar de uno en uno al finalizar la eucaristía para que podamos bendecir a sus mascotas», explicaba en la puerta de la iglesia vallisoletana de El Salvador el sacerdote. Frente a él, una decena de ... ciudadanos esperaba con sus animales para saber si iban a poder acceder al templo con ellos para que recibiesen la bendición en el día de San Antón, patrón de los animales. Pero la decisión estaba tomada y no se les ha permitido estar dentro durante la misa. Algunos se mostraban molestos por la decisión y precisaban que «los animales son los que menos covid tienen».
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«Es el primer año que vengo porque me llamaba la atención por mi perra Trufa, que tiene 12 años y creo que es buen momento para bendecirla», comentaba Rosa en el exterior mientras se celebraba la eucaristía a la que no pudo acceder. Junto a ellas esperaba también Mariluz con su perro Lolín, de 9 años, y aseguraba «desconocer si este año iban a hacer la bendición, pero creo que podrían habernos dejado entrar como otros años».
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Una vez finalizada la eucaristía, los feligreses que estaban en el interior del templo han salido para dejar entrar de forma ordenada a aquellos que acudieron con sus mascotas. Rozando las doce del mediodía, Loki, Cuqui o Chester pudieron acceder junto a sus dueños y recibir así la bendición de San Antón. El sacerdote, situado al borde del altar, preguntaba el nombre de la mascota y pedía al propietario que mirase al santo para, en ese instante, realizar la bendición «al animal y a toda la familia humana que le rodea, cuida y protege».
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En fila india y de forma ordenada, los primeros feligreses accedían al templo y a medida que pasaban los minutos eran más los que llegaban. El sacerdote continuaba ofreciendo la bendición a todas y cada una de las mascotas en el interior del templo y de forma individual. «Mi perro se llama Loki, hoy es su cumple y he venido otros años, pero me hubiera gustado estar dentro con él durante la misa, aunque tampoco pasa nada», explicaba Ana. Tras ella abandonaba el templo Yolanda con el gato de su madre, Cuqui, a quien había puesto un lazo rojo «como cada uno de los diez años que tiene y lleva viniendo a recibir la bendición».
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Chester, de 16 años, esperaba pacientemente junto a su propietario, Alberto, y una vez bendecido, subía las escaleras con asombrosa agilidad para su edad. «Está mayor pero no lo parece; ha sido raro que no hayan dejado entrar a los animales pero por lo menos nos vamos con la bendición», agradecía este vallisoletano.
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