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Cuando el pasado 23 de junio Fernando de Córdoba (consultor 'freelance' en Madrid) subió a su cuenta de X una foto de ese bolardo pucelano con la sombra de un rey del ajedrez, poco podía imaginar el autor que su intervención callejera se iba a convertir en viral. El mensaje tiene hoy 481.000 visualizaciones. «Es muchísima gente. Le dije a mi hijo: 'Mira, que lo han visto 481 personas'. Y él me tuvo que explicar lo de las k, que en Internet significa miles». 481k son 481.000.
«He hecho exposiciones, he participado en muestras con dibujos, pirografías... pero nunca he tenido tanto público como con este trabajo», explica R., la inicial del hombre que se oculta detrás de estas sombras artísticas que, de vez en cuando, sorprenden a los paseantes vallisoletanos. Y ojo, porque esta semana llegará otras más.
Esta es la previsión de R., el responsable en la sombra de esta iniciativa artística que nació como acto de protesta contra el vandalismo. «Empezó de la manera más tonta», explica un hombre que, de momento, prefiere mantenerse en el anonimato.
«Todo comenzó un día en el que, de regreso a casa, me di cuenta de que toda la pared al lado de mi portal estaba llena de grafitis, con las firmas esas que hacen los chavales». Sin ningún sentido, sin vocación estética. «Y lo peor de todo es que estropean las propiedades de otros. Ya ves qué gracia le hace al panadero, al carnicero del barrio encontrarse la pared de su negocio llena de esos grafitis». De borratajos que les costará dinero limpiar.
Así que R. pensó en hacer «algo chulo, algo diferente» para demostrar que es posible intervenir en el espacio público desde una mirada artística y con las mismas armas: los esprays. Fue así como comenzó a fraguarse un proyecto que está a punto de llegar a su ecuador. La idea de R. es jugar con las sombras de varios elementos del viario público (bolardos, contenedores, buzones) en una suerte de trampantojos sobre el firme.
Hasta ahora ha dibujado el Taj Mahal junto a un contenedor de vidrio en Portugalete (su forma redondeada ha servido para trazar la cúpula). También la inclinada torre de Pisa adherida a un buzón de Correos (en la plaza de la Libertad). Y unos metros más allá, junto al café El Minuto (en la calle Macías Picavea), esa figura de ajedrez que se proyecta desde un bolardo. Muy cerquita las tres sombras porque las localizaciones también tienen su razón de ser.
Los lugares están elegidos estratégicamente. No solo los tres emplazamientos ya desvelados, sino los cuatro que están por llegar. Porque su proyecto consta de siete intervenciones artísticas que, una vez concluidas, ofrecerán una imagen en conjunto sobre el callejero vallisoletano:la próxima intervención tendrá lugar esta misma semana. No muy lejos de allí.Y tendrá como protagonista al Cristo Redentor, la espectacular escultura, de 38 metros de altura y más de mil toneladas de hormigón, que observa a los turistas de Río de Janeiro.
R. trabaja, desde hace semanas, en la plantilla que luego colocará en el suelo y sobre la que pulverizará el espray. Una vez que tiene la idea, suele visitar el espacio en más de una ocasión para tomar medidas, para mirar la perspectiva, decidir la orientación, apuntar hasta el más mínimo detalle que luego le pueda servir para elaborar la plancha. Es una fase minuciosa, la más complicada, y que cumple con dedicación en una de las habitaciones de su vivienda.
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Su casa es un muestrario de curiosidades y originalidad. Un cartel lo anuncia: «Keep calm and make art». Relax y arte como filosofía vital. Hay una estantería atravesada por una guitarra. Una figurita de Groucho Marx de la que sale un bocadillo de cómic con una de sus sentencias escritas a mano:«Es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente». Un bidé se ha convertido en macetero. De una de las paredes cuelga un extintor que parece una bombona de oxígeno porque, justo a su lado, se ha pintado la silueta de un submarinista. «No he estudiado Bellas Artes. Yo me saqué el graduado y ya. Pero cada vez que me echaban de clase, me dedicaba a dibujar», bromea R., quien trabaja en el sector de la construcción y utiliza el arte como vía de escape.
Una vez que haya concluido con las siete sombras que tiene ideado esparcir por Valladolid, dice que desvelará su identidad. No antes. Tiene miedo a que le descubran y no la pueda terminar. «Mi objetivo es mostrar que hay alternativas para intervenir en el espacio público, con originalidad y sin hacer daño a nadie», cuenta R., consciente de que sus sombras artísticas se acabarán desdibujando. Le ha ocurrido ya al Taj Mahal de Portugalete. «Lo hicimos antes de ferias. Y bueno, por ahí ha pasado mucha gente, le ha caído vino encima. Ya está un poco destrozado».
Usa el plural porque se acompaña de un amigo para plasmar en el suelo sus creaciones. «Hay plantillas que son más grandes, como esta en la que estoy trabajando, y se necesita ayuda.Además, así puedes hacerlo un poco más rápido, de noche, para que nadie te pille». Porque también en esa vertiente escondida, furtiva, está parte del atractivo de esta acción callejera que ilumina, desde las sombras, el centro de Valladolid.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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