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Eva había llegado hace diez días de China. Era lunes por la tarde. Estaba con su pareja en un céntrico pub de Valladolid, situado en ... la calle Italia, cuando comenzó a encontrarse mal, con vómitos y mareos. En un momento dado, decidió separarse del grupo con el que –a juzgar por las cámaras de vigilancia del local– estaban manteniendo una conversación distendida para salir al exterior, a la puerta del Italia, donde seguidamente vomitó. Ante ello, sus acompañantes llamaron a Emergencias-Sacyl. Los primeros en llegar allí fueron los sanitarios del centro de salud de Canterac. Pero al percatarse de que esta paciente china presentaba síntomas compatibles con la covid, alertaron a la Consejería de Sanidad, que activó por primera vez el protocolo de coronavirus en Castilla y León.
Ha pasado ya un año desde aquel 10 de febrero, cuando los sanitarios de la comunidad se enfundaron por primera vez un traje EPI y la nomenclatura de la covid-19 aún sonaba lejana en tierras castellanas y leonesas. Durante unos días –pocos, pues pronto confirmaron que había arrojado un resultado negativo en la prueba–, Eva se convirtió en el foco de atención. Los profesionales que la trasladaron al hospital y la atendieron, también. Aún a día de hoy recuerdan el momento con «tensión e incertidumbre».
No sabían a lo que se enfrentaban. Tampoco lo que se encontrarían al llegar. Algunos como Aitor del Valle, técnico de emergencias sanitarias que formó parte del equipo de participó en el primer aviso de coronavirus en la comunidad, «nunca» se había colocado un uniforme de protección individual ni un buzo desechable de riesgo biológico.
Pero la formación que recibieron cuando la epidemia de ébola sobre cómo ponerse un traje de estas características les ayudó a afrontar la situación con «más tranquilidad». «Había tensión y nerviosismo en el ambiente. No teníamos protocolos de vestimenta, y fue Roberto –el conductor de la ambulancia– el que nos fue guiando porque era el que más experiencia tenía», recuerda Del Valle, quien reconoce que el trayecto desde el Hospital Clínico, a donde acababan de llevar a un paciente, hasta el pub se hizo «eterno». «Recuerdo que, sobre las ocho de la tarde, la médico nos miró con ojos saltones y nos dijo que era un posible caso de covid. Estábamos muy nerviosos, sabíamos que iba a ser un día recordado pero no pensábamos que fuera a más», sostiene este técnico en emergencias sanitarias.
Pasaron cerca de 45 minutos desde que les alertaron del caso sospechoso hasta que se personaron en el entorno de la calle Italia. Emplearon veinte minutos en colocarse el EPI. Entonces una práctica anecdótica, pero que ya se ha convertido en rutinaria –«he calculado que me habré puesto un EPI más de mil veces», apostilla el técnico sanitario–. Querían hacerlo bien, sin prisas. No correr riesgos innecesarios, pues les habían informado de que «no era grave». «Nos dijeron que no requería actuación inmediata, así que pedimos al hospital que nos dejara una sala a parte para cambiarnos y pudimos vestirnos bien, sin prisa», añade Roberto Ramiro, el conductor que ese día conducía la ambulancia medicalizada, quien también destaca los «mensajes de ánimo» que se dieron entre sí. «Llegamos a la habitación, vimos esos trajes, que ahora porque nos hemos acostumbrado, pero en su día parecían de 'minion' y nos dijimos: 'Venga, chicos. Sabemos hacerlo, vamos a por ello'», apunta.
Los dos profesionales que participaron en el primer operativo de covid en la región coinciden en que no tenían «ni idea de la que se nos venía encima». «No conocíamos nada. No teníamos ningún dato, pero no pensábamos que fuera a pasar todo lo que ha pasado», subraya el conductor. «La situación nos transmitió muchísimo respeto porque en las noticias hablaban continuamente de la covid, pero en España había casos puntuales y pensábamos que lo mismo no llegaría a más; nos pilló a todos un poco de sorpresa», continúa su compañero.
Pero pronto, apenas dos semanas después de aquella primera toma de contacto con el SARS-CoV-2, Castilla y León se sumergió en un mal sueño del que, un año después, como el resto del país, aún no ha conseguido despertar. Era jueves, 27 de febrero. A última hora de la tarde, Sanidad confirmaba los dos primeros positivos en la región: un estudiante italiano en Segovia y un ingeniero iraní que había llegado –junto a cinco compatriotas– a la provincia para concluir un ensayo en la Fundación Cidaut, en el Parque Tecnológico de Boecillo. Madhi Seyfi, ingeniero iraní por entonces de 28 años, inauguró un desolador listado que desde entonces ha engrosado a un ritmo frenético. El primero de los 47.418 que hasta la fecha se han diagnosticado en Valladolid. De los 211.069 de la comunidad, según datos facilitados por la Junta.
A mediados de mayo del año pasado, Seyfi aseguró a El Norte que se sintió «muy mal» cuando se enteró que había sido el primer caso de covid en la provincia. Pese a ello, dijo guardar un «buen recuerdo» de la ciudad y anticipó su deseo de regresar en un futuro. «Lo primero que pregunté al médico fue que si me iba a morir, y al decirme que no, que me pondría bien, me tranquilicé un poco», afirmó. Estuvo ingresado en el Hospital Río Hortega casi un mes, hasta el 22 de marzo. «Primero me dijeron que estaría una semana, pero seguía dando positivo. No fue para nada fácil», subraya, al tiempo que apunta hacia «el aeropuerto o el avión» como foco donde pudo contagiarse.
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