«Bueno, es que ahora estoy de lujo. Fenomenal. Tengo un sitio donde dormir, donde asearme, lavar la ropa», dice Jota, 56 años. Ese sitio es un piso de seis habitaciones, un baño –calle Panaderos–, que comparte con otras personas que, como él, ... hasta hace unas semanas dormían en el albergue, en la calle, a la intemperie. Paga 180 euros, «más gastos», por su cuarto. Cobra, «aunque a lo mejor ahora me lo han subido un poco», 392. «Al final el piso se lo come todo. Me quedo con 150 euros libres al mes. Y con eso hay que pagar la comida, el tabaco. La primera semana, vale. Vas tirando. A la segunda llegas con la lengua fuera. A mitad de mes ya tienes que pedir ayuda», cuenta Jota.
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Gran parte de esa ayuda la ha encontrado en Asalvo (asociación de alumnos voluntarios), colectivo que ha hecho un llamamiento a la solidaridad porque la pandemia les ha recortado gran parte de sus ingresos habituales. No pueden organizar festivales benéficos, han tenido que suspender comidas y cenas solidarias, chocolatadas, mercadillos y rastrillos, carreras para recaudar fondos. Y los problemas de las personas a las que atienden siguen ahí. Incluso se han intensificado.
«El perfil habitual de nuestros usuarios son personas que viven en la calle o en pisos compartidos. Pero de un tiempo a esta parte también nos llegan familias que se han visto afectadas por los ERTE, por los despidos», explica María Jesús Fournier, presidenta de Asalvo, un colectivo que nació para implicar a los estudiantes de Bachillerato en el compromiso de ayuda a los más desfavorecidos. La crisis del coronavirus les impide organizar su principal acción solidaria, el reparto de cenas, caldos y bocadillos bajo el puente de Arco de Ladrillo, que hasta marzo convocaban los martes (con alumnos del Zorrilla y la Escuela de Artes), viernes (con estudiantes del instituto Condesa Eylo) y domingos (Nuestra Señora de Lourdes).Atendían a 90 personas.
Ahora, el seguimiento se hace con otro tipo de acciones: recargas de móviles, arreglos de gafas, atención dental y podológica, unos cheques alimentarios que, gracias a La Caixa y a través de Gadis, permiten a los beneficiarios completar las comidas que reciben de otras entidades, como Cruz Roja y el Banco de Alimentos. «Y estamos atentos a todo lo que necesitan, desde mantas a cazuelas», cuenta Fournier.
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Para llegar a los beneficiarios, cuentan con negocios colaboradores, tiendas solidarias que se han convertido en puntos de conexión entre los voluntarios y los usuarios de Asalvo. Hasta estos puntos se dirigen para recoger aquellos suministros que les facilita la entidad.
Uno de ellos es la frutería Beatriz, en la calle San Antonio de Padua, con Bea Marcos detrás del mostrador. «Nuestra colaboración es muy poquita cosa, tan solo somos un punto para recojan lo que la asociación les presta», dice Bea. Pero, en realidad, su labor se vuelve imprescindible en tiempos del coronavirus, ya que es el medio más directo para que los colaboradores entren en contacto con los beneficiarios de una forma segura.
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Lolo se ha acercado hoy para recoger uno de esos paquetes de ayuda. Es compañero de piso de Jota. Tiene 56 años y diabetes. «Me toca cambiar cada poco tiempo de gafas, y en Asalvo me ayudan con eso, con la comida...». Sus ingresos al mes son de 430 euros. «Yo trabajé hasta que llegó la crisis de 2008. Estaba de fontanero. Desde entonces no he levantado cabeza. ¡Y con la de trabajo que teníamos antes! Estábamos en la empresa, pero luego hacíamos chapucillas por ahí, después del trabajo. La gente te llamaba por cosa sencillas. ¡Hasta para purgar unos radiadores! Y te pagaba». Aquel espejismo de bonanza se acabó. «Ahora, con 56 años, está complicadísimo lo de encontrar trabajo. Yves que todo lo que habías cotizado no te va a valer de mucho, porque lo que cuentan son los últimos años. Yo con 16 años ya estaba cotizando». Y ahora comparte piso con otros cinco desconocidos para no dormir en la calle.
Jota también se dio de bruces con la crisis económica de la pasada década. «He trabajado de todo. Con ganado en Segovia (cerdos) y en la construcción, para lo que llamaran. ¿Y ahora? La última vez que me ofrecieron algo de las ETT fue hace seis años, para un contrato de una semana limpiando un bloque de pisos. El contrato más largo que me han hecho en este tiempo fue de mes y medio, para la reconstrucción de un hotel en la Acera de Recoletos. Y ahora, con 56 años... Yo he estado en la calle, no he tenido domicilio fijo, dormía en el albergue». Cuenta que, gracias a un amigo, supo de la existencia de este piso compartido en la calle Panaderos, donde se mudó hace cuatro meses. «Lo que me gustaría es trabajar, pero según tengo las piernas –al final me prejubilé– creo que solo podría hacerlo en una portería».
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Jota ha buscado en el armario una corbata para acercarse hasta la plaza de los Arces. La farmacéutica Loreto Santamaría le tiene preparado un paquete que le han dejado los voluntarios de Asalvo, entidad con la que colabora desde hace años como punto logístico.
Rodrigo San José, 22 años, es uno de los voluntarios de la ONG. Su implicación comenzó cuando estudiaba segundo de Bachillerato en el Zorrilla, con la entrega de esas cenas en Arco de Ladrillo. «Como me pillaba de paso, me encargaba de pasarme por Maro Vallés y recoger los pasteles que nos cedían», explica. Muchos de sus compañeros se desconectaron de la actividad al terminar el instituto. Él sigue en activo, colabora en el reparto solidario y, durante esta pandemia, se ha encargado de editar los vídeos en los que Asalvo pide colaboración para financiar sus actividades. Ahora se hallan inmersos en la venta de lotería de Navidad. «Toda ayuda es bienvenida. Acabamos de recibir 500 euros de la Casa de Galicia. Todos los años, por Navidad, ofrecían una cena para nuestros usuarios. Este año, como por la pandemia no podrán servirla, colaboran de forma económica», agradece Fournier.
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Marina Alonso, 24 años, prepara el examen MIRdespués de terminar Medicina. También ella se implicó con Asalvo en segundo de Bachillerato. «Para cualquier estudiante, colaborar con una ONG de este tipo es un golpe de realidad. La mayoría venimos de familias de clase media y, con esas edades, no eres consciente de la cantidad de personas que están en una situación así», explica. María Bratos, 26 años, abunda en esta idea. «Suena egoísta, pero con 17 años, lo único que te preocupa son los exámenes, salir con tus amigas y si el partido de balonmano del fin de semana se te va a dar bien». María, que estudió en la Escuela de Artes y aspira ahora a convertirse en profesora de instituto subraya el importante papel de Asalvo como proyecto educativo. «Al implicar a estudiantes de instituto, se abre los ojos a una realidad, se aprende a valorar más lo que tienes en casa: que comes todos los días, te puedes duchar, puedes arreglar o cambiar aquello que se te estropea».
Después de tantos años de echar una mano a los demás, Asalvo lanza ahora un mensaje para recibir ayuda. «Este año más que nunca os pedimos la colaboración en la compra de lotería de Navidad, puesto que junto con los donativos y cuotas, será la única fuente de ingresos que tendremos», reconoce la entidad (asalvoescuela.es), que durante esta pandemia se ha reinventado para seguir prestando servicio a las personas más golpeadas por las crisis.
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