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No se llama Antonio, pero todos, en su barrio, le conocen y le saludan cariñosamente por ese nombre. Y es que él, también llama 'Antonio' y 'Antonia' a todos los clientes que durante muchos años ha atendido tras la barra de su establecimiento. «La primera persona que entró por esta puerta se llamaba así y por eso he bautizado a todos mis clientes con ese nombre, porque para mí, todos son igual de importantes que aquél que confió en mí la primera vez», dice Luis Medina Gil. Él ha sido durante años el gerente del Mesón Arandino, en la calle Embajadores, uno de los restaurantes con más solera de la ciudad. El pasado 31 de diciembre se jubiló poniendo el colofón a 48 años dedicados a la hostelería. Estas últimas semanas está recogiendo y dejando el local a punto para su traspaso. Su mayor ilusión es que un apasionado de la hostelería dé continuidad a este negocio cuya historia en el ramo de la hostelería se remonta a 1975.
Luis nació en Rubí de Bracamonte y desde bien pequeño echaba una mano en el negocio familiar de venta de vino y comestibles. Con 14 años se fue a Madrid y encontró trabajo en una tasquita. «Empecé vendiendo chatos de vino. Yo era muy pequeño y me tenían que poner una caja para que llegara a la barra», recuerda. Dos años después, recién llegado a Valladolid, encontró empleo en el bar 'Bus Stop', en la estación de autobuses. Primero como cafetero, pero apuntaba maneras y pronto contaron con él para atender la barra y el comedor. «Allí aprendí el oficio y como me libré de la mili por tener los pies planos, ese tiempo también me lo pasé trabajando».
Más cierres
En 1981 se inauguró el antiguo Continente, que durante mucho tiempo fue el único hipermercado de la ciudad. La cadena le contrató para su restaurante Gofy, donde estuvo 27 años como encargado, con 24 personas bajo su mando. «Tras varios años en Valladolid, me mandaron un tiempo a Palencia y luego a León, hasta que con la crisis y los recortes de 2007 me quedé en paro», prosigue. Fue entonces cuando tomó la decisión de emprender y dirigir su propio negocio. Quería seguir dedicándose a aquello que más le gustaba, la hostelería, pero siendo su propio jefe. Tres meses tardó en encontrar lo que tanto ansiaba. El mesón Arandino. Un bar-restaurante en el corazón del barrio Delicias. «No es lo mismo trabajar para otro, que para uno mismo. Cogí el traspaso sin saber cómo iba a funcionar. El anterior propietario, Joaquín, me enseñó los secretos del asado y a presentar los platos. La verdad es que nos fue muy bien, incluso teníamos que coger extras para llegar a todos los servicios», cuenta Luis, para quien el cachopo y los asados de lechazo y cochinillo, ya no tienen ningún secreto. Para él siempre ha sido muy importante el trato cercano con sus clientes y «no solo despacharles». Para él, más que como clientes, los siente como amigos.
A sus 63 años le llega el merecido descanso, y aunque «le sobran años cotizados», nunca pensó jubilarse antes de los 64. La pandemia ha sido la causante de su despedida anticipada de los fogones. «En verano tomé la decisión de prejubilarme y quise finalizar el año como fuera. El sector lleva dos años sin levantar cabeza y vi que «este era el momento de dejarlo. Los primeros cinco meses del covid los pasamos cerrados y en diciembre, la suspensión de la mayoría de las reservas de las cenas de Javidad, nos ha terminado de rematar, explica Luis. «Los ingresos se han reducido en un 40% y los gastos siguen siendo los mismos o más grandes. Tengo que agradecer que el propietario del local no me cobrara las mensualidades durante el confinamiento y que además, me bajara la renta, pero los gastos seguían ahí y ayudas no hemos tenido ninguna. Tan sólo la exención de la cuota de autónomos y la supresión del pago de la terraza», prosigue.
Son muchos los recuerdos que Luis guarda de estos años al frente del Mesón Arandino. También para su mujer, Asunción, que siempre ha sido parte importante del negocio. Reconoce que «lleva muy mal», ver la barra y los estantes tan desangelados. «Está siendo difícil vaciarlo. Son muchos años aquí y todavía no me he despedido de mi gente», dice nostálgico. «Ya he anunciado el traspaso y creo que es una ganga. 15.000 euros y todo listo para entrar y empezar a funcionar. Ojalá lo coja alguien de confianza, y si no es de confianza ya se la daré yo, porque mi idea es seguir viniendo a las Delicias y quedar aquí con mis amigos y mis 'Antonios'. Me voy muy bien. Muy feliz y agradecido de la clientela que tengo. Voy a echar de menos el ambiente del barrio», reconoce.
Los fogones del Mesón Arandino ya están apagados. En el comedor reina el silencio y en la barra no hay pinchos con los que sorprender a la clientela. Luis ha colgado el delantal y ha echado la persiana. Él espera que pronto llegue alguien con ganas de levantarla de nuevo. «La hostelería para mí lo ha sido todo, porque no he hecho otra cosa en mi vida. He sabido tirar para adelante y siempre que he podido he echado una mano al que lo ha necesitado. Ahora me toca vivir un poco», dice con ganas de disfrutar del tiempo de ocio que nunca tuvo. Los vecinos y clientes le saludan por la calle. «¡Hasta pronto 'Antonio'! ¡Feliz jubilación!», le desean todos.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Leticia Aróstegui, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández y Mikel Labastida
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