Varios de los legajos custodiados en el archivo diocesano y de la catedral, en Valladolid. Carlos Espeso

Una aplicación para rastrear los orígenes de tu familia en Valladolid desde el siglo XV

El Arzobispado avanza en la digitalización e indexación de las dos millones de inscripciones registradas en los libros parroquiales de la diócesis custodiados en la catedral

Víctor Vela

Valladolid

Domingo, 5 de noviembre 2023, 00:00

Es un libro estrecho, alargado, encuadernado con piel de cordero, de páginas frágiles y una letra picuda que no siempre es la misma. Las primeras anotaciones son de 1531. Las últimas, de 1597, con el siglo XVI a punto de decir adiós. Entre medias, a ... lo largo de 66 años, fueron varios los párrocos que escribieron aquí todos los bautizos que tuvieron lugar en la iglesia de la Magdalena de Valladolid capital.

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En un mes de enero de hace casi 500 años nació Antonio, hijo de Miguel López y de María. También Gaspar, hijo de Alonso de Zamora y de Magdalena de Toro. Elena, hija de Martín Sastre y de su mujer. Y Juan, Jimena, Feliz, otro Gaspar... Este volumen es uno de los más antiguos, pero también uno más de los cerca de 6.500 libros parroquiales que custodia el archivo diocesano.

Paulino González Galindo, canónigo archivero de la catedral y director del archivo diocesano. Carlos Espeso

Algunos, con más de 900 páginas. En total, cerca de dos millones de inscripciones con los matrimonios, los bautizos, confirmaciones y funerales que se han celebrado en Valladolid desde finales del siglo XV. Una información valiosísima para explorar la historia cotidiana de la provincia (de la diócesis) que busca caminos para estar al alcance de cualquiera con curiosidad y un dedo dispuesto a hacer clic.

El Arzobispado se halla inmerso en una labor titánica: la digitalización y descripción de esos dos millones de referencias. La idea es que su consulta no solo se haga, como ahora, de forma presencial, en el archivo diocesano, con el volumen físico delante de los ojos.

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El objetivo es que, cuando este proceso termine (no hay una fecha fijada), cualquier persona pueda consultar un documento de su parroquia a través de Internet: el matrimonio de sus bisabuelos, el bautizo de su tatarabuela, las raíces más profundas de su árbol familiar. «Ya tenemos digitalizados en torno al 80%. De ellos, indexados casi el 10%», cuenta Esperanza Luque Sánchez, técnico del archivo diocesano, con sede en la catedral.

Esperanza Luque, técnica de archivo, con uno de los documentos listos para su digitalización. Carlos Espeso

Por delante, todavía quedan años de un trabajo imprescindible. «Los libros sacramentales son, en muchos casos, la única fuente de información que tenemos sobre la demografía o los movimientos migratorios de muchas localidades», dice Francisco Javier Mínguez, canciller secretario del Arzobispado. Antes de que existiera el registro civil, estaban estos cuadernos parroquiales.

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Y de aquí se pueden extraer datos, por ejemplo, sobre la edad (y en algunos casos) el motivo de los fallecimientos, establecer esperanzas de vida, flujos de población entre municipios o el auge y declive poblacional, que, en determinadas épocas, tuvieron los barrios y pueblos de Valladolid. Aquí, en las tripas de la torre de la catedral, en largas salas de archivos en la nave de la epístola, se conservan desde el año 2002 estos libros procedentes de cerca de 400 parroquias de la diócesis.

«El problema es que de tanto tocarlos y consultarlos, se corre el riesgo de que resulten dañados. Además, en algunos casos la tinta está desvaída, traspasa las páginas… Por eso es tan importante la digitalización», explica Luque. Esta aventura comenzó en 1978, cuando se empezaron a microfilmar algunas referencias.

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Francisco Javier Mínguez, con la web en la que se introducen los datos recogidos en cada una de las inscripciones. Carlos Espeso

Después llegó una primera digitalización que ahora se ha acelerado gracias a una subvención del Ministerio de Cultura (con el colchón de los fondos europeos) que ha permitido adquirir una máquina digitalizadora y promover una aplicación que permite introducir los datos precisos para la correcta identificación de cada inscripción. Porque no basta con pasarla del papel a la fotografía, al formato digital. Es necesario, claro, establecer con total claridad qué se encuentra en cada documento. Y en eso se está ahora.

Para ello, veinte voluntarios trabajan en alimentar un gigantesco fichero (desarrollado por la empresa vallisoletana Pixellow) en el que introducen, una a una, bautizo a bautizo, funeral a funeral, todas las inscripciones recogidas en los libros parroquiales. Disponen de una plantilla en la que han de rellenar la fecha, la parroquia, el nombre del niño bautizado, el de sus padres y padrinos, el de los testigos en el caso del matrimonio… Y también hay un apartado para las observaciones. Por ejemplo, si había hermanos gemelos o mellizos en el bautizo. Si era de una madre sola (el padre había muerto antes del nacimiento). Si el niño procedía de un hospicio y, por lo tanto, no había progenitores reconocidos…

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Libro de inscripciones en la parroquia de la Magdalena, del siglo XVI. Carlos Espeso

El resultado final permitirá recorrer con una rapidez inusitada el árbol genealógico familiar. Bastará con introducir el nombre del abuelo para conocer cómo se llamaban los bisabuelos. Meter en el archivo el nombre del bisabuelo y descubrir el de los tatarabuelos. Y así, rastrear los orígenes hasta casi 500 años atrás. «Hemos empezado con los registros más recientes que se conservan en el archivo diocesano, los de finales del siglo XIX», cuenta Luque.

A partir de ahí, cuando los voluntarios se familiaricen con la caligrafía antigua, irán hacia atrás. De momento, han avanzado mucho en las fichas de municipios como Medina del Campo, Medina de Rioseco (tuvo tres parroquias), Peñafiel (hubo seis). «Y luego, también depende mucho de la procedencia de los voluntarios. Trigueros del Valle va a muy buen ritmo, porque hay cinco voluntarios de esa localidad, muy interesados en la historia de su pueblo», explica Mínguez.

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Varios investigadores, en la sala de consulta del archivo diocesano y de la catedral. Carlos Espeso

Este trabajo emprendido por el Arzobispado será crucial para investigadores… pero también para particulares que quieran conocer, con facilidad, las raíces de su familia. En el futuro, la idea es difundir toda esta información que aún está en un largo proceso de recopilación. Pero la empresa es esperanzadora. Junto a los voluntarios, también los sacerdotes de cada parroquia introducen los datos más actuales. Ya no solo lo anotan en los libros físicos, sino que también hacen esos apuntes en Internet. Esas referencias más recientes no tendrán un acceso tan fácil (por la protección de datos), pero no habrá tantos obstáculos para consultar los registros anteriores a 1900.

Esa es la fecha hasta la que llegan los fondos del archivo diocesano. En 1981, el arzobispo José Delicado Baeza firmó un decreto por el que todos los libros parroquiales de los pueblos y de los barrios debían recalar en la capital. Se hizo para evitar deterioros, robos, extravíos. Todos ellos, se depositaron en un primer momento en los sótanos de la Casa Arzobispal. Desde el año 2002 están en estas instalaciones de la catedral. Son cuadernos procedentes de cerca de 400 parroquias de la diócesis. Algunas ya no existen porque el pueblo desapareció (como Villacreces). Otras han tenido que superar dificultades, como varios tomos procedentes de Alaejos, que llegaron «en malas condiciones».

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Comienzo de las inscripciones

El Concilio de Trento (1545-1563) mandó a las diferentes parroquias inscribir los bautizos y matrimonios, para tener un mayor control de sus fieles. «Pero eso es algo que ya se hacía en España con anterioridad», explica Paulino González Galindo, canónigo archivero de la catedral y director del archivo diocesano. «La reina Isabel la Católica ya dio orden para que los párrocos anotaran estos datos. Se cuenta que cuando visitaba una iglesia, después de rezar al Santísimo, inspeccionaba que estaba la Virgen y el sagrario y comprobaba que el sacerdote llevaba al día las inscripciones». Esto, cuenta González Galindo, permite atesorar en Valladolid datos y filiaciones desde finales del siglo XV.

Varias de las cajas qeu contienen los documentos del archivo. Carlos Espeso

Estas cajas y legajos llegados desde las parroquias de la provincia comparten depósito con tesoros archivísticos como la colección de pergaminos medievales de la catedral, los tomos de memorias y capellanías que reflejan la vida parroquial vallisoletana o las partituras de los maestros de capilla que tuvo la catedral. Porque el archivo que se conserva en la catedral cuenta en realidad con cuatro secciones diferentes y complementarias.

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Por un lado, está ese archivo diocesano con documentación procedente de las parroquias. Por otro, el archivo de la catedral, que reúne los documentos más antiguos de la Colegiata (algunos del siglo XI) con aquellos desde que Valladolid se erige en diócesis con Felipe II. Y además, el archivo de curia (por ejemplo, con la correspondencia de los sucesivos obispos con reyes, papas y responsables de conventos y monasterios) y el de música (que suscita un interés en investigadores internacionales).

Esta memoria escrita de la diócesis (que ha contado con custodios como Jonás Castro Toledo, fallecido en 2010) acopia joyas patrimoniales como una donación del conde Pedro Ansúrez a un monasterio de Mucientes (el 17 de septiembre de 1081) o la carta de venta de un medio solar a favor del abad de la Colegiata, don Salto, junto al monasterio de Tirso (en el año 1088). También pueden consultarse un privilegio del rey Alfonso XVIII (de 1190), uni libro de regla de la cofradía de las ánimas del purgatorio (de Melgar de Abajo, de 1713) o una epístola del nuevo testamento (de Esguevillas de Esgueva, año 1533) en el que varias líneas aparecen tachadas por la Inquisición, que censuró los pasajes que incluían interpretaciones luteranas.

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«Todos estos libros, todos los documentos tienen un valor enorme para la vida parroquial vallisoletana y la historia de Valladolid», explica Paulino González Galindo, quien confía en que esta digitalización ahora potenciada sea útil no solo para los cerca de treinta investigadores que, a diario, de media, visitan las instalaciones del archivo en la catedral, sino también para todos aquellos curiosos que quieran conocer los orígenes de su familia o la historia cotidiana y devocional de la diócesis y la provincia.

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