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Cuando llega a casa cansado, tras haber vencido otro día más al coronavirus, que parece defenderse con inteligencia, con el respeto a saber que vendrán horas mucho más oscuras, no puede coger en brazos a su pequeña, darle su beso de buenas noches y ... leerle ese cuento, el de siempre, para que llegue un sueño tranquilo a sus seis añitos. No hay miedo en la consulta de urgencias, lo hay al llegar a casa y rendir el cuerpo en el sofá junto a la familia, mayores, pequeños o medianos.
«Nunca», coinciden, creyeron que iban a vivir algo así. «Bueno como el resto de los ciudadanos ¿no?, nadie se esperaba este tipo de guerra en la que la única defensa es encerrarse», valoran.
Si alguna vida social se ha borrado, se ha disuelto en esta surrealista situación de alerta sanitaria, esa es la suya, la de médicos, enfermeros, auxiliares, celadores... y no solo, aunque sobre todo, la de los que están en esa puerta rotulada bajo el letrero de Urgencias, y ahora también extendida a casetas de obra o carpas, sino la de los que sostienen activa la atención a enfermos de cáncer o infartos... o un embarazo también porque la vida se defiende y da pasos. La del otro equipo, paralelo, que da respuesta a las urgencias de siempre, al brazo roto, a la intoxicación alimentaria, al corte en la ceja... aunque han descendido a una tercera parte por responsabilidad ciudadana y porque el confinamiento reduce ocasiones de accidentarse. También la de cada profesional en los centros de salud que evita que llegue demasiado a los hospitales, con visitas diarias a domicilio con una mascarilla para acercarse a la enfermedad cada jornada.
En Pedrajas de San Esteban, «donde los piñones», nació hace 49 años Ángel Álvarez, un médico de Familia, con máster en Urgencias desde 2002, que trabaja desde hace casi un decenio en el Clínico de Valladolid. Vocacional, sin duda, no por los años, por la pasión con la que habla de ello.
Ángel reconoce que «esto nos llegó un poco por sorpresa, aunque había noticias pero ha sido todo muy rápido. Somos médicos, no epidemiólogos, y te fías, crees que es una responsabilidad gubernamental estar preparados. Sin embargo, recordemos que hace poco más de diez días se dejó a la gente acudir a una manifestación multitudinaria. Me pregunto ¿cuántas personas se contagiarían ahí? Y ahora estamos aquí, con todo esto que se nos viene encima».
«No se te pasa por la cabeza este tipo de estallido epidémico, cierre de colegios, fábricas, tiendas... no parecía posible vivir algo así. Parece que estamos dentro de una película americana de esas de grandes tragedias y catástrofes. Una bola de nieve con un enorme impacto... y el número real de afectados no se va a saber porque las pruebas solo se hacen a los hospitalizados y a los sanitarios y otro personal esencial, al menos de momento; pero es evidente que hay muchos más. Aunque con los que nos llegan ya se ve, es cierto, que el 80% son casos leves y pocos los graves; pero terminarán siendo un número muy importante», repasa el doctor Álvarez.
Unos trajes, cuando los hay, de protección que hay que ponerlos muy bien –«lo ideal es con un compañero 'espejo' te vaya indicando orden y forma»– son lo indicado para evitar exposiciones. En ellos se encierra todo el calor y la incomodidad del mundo, con gafas que a veces se empañan, con movimientos torpes y difíciles... y «así vemos a cada paciente sospechoso. Dura más la consulta y, además, hay que generar más descansos», añaden. El doctor Mario Hernández Gajate, responsable del Servicio de Urgencias del Río Hortega, explica que, «cada tres o cuatro horas, hay que intercambiar a los profesionales porque es agotador. Ya hace algunos días que hemos cambiado el tipo de mascarillas para que no retuvieran carbónico porque se mareaban».
Una mascarilla tiene 50 horas de uso. La mayor preocupación de los sanitarios es el riesgo que corren de contagiarse no solo por ellos sino sobre todo por otros pacientes que ven y sus allegados. Ayer mismo (el viernes), «ya solo veíamos enfermos con una simple mascarilla quirúrgica en algunas zonas sabiendo, y comprobando después, que tenían coronavirus. Si caemos nosotros, no sé que va a pasar», apunta otra médico delClínico.
Miriam de la Parte, aunque bilbaína lleva años en Valladolid, años en el Clínico, «en lo que más me gusta que son las urgencias. No lo cambiaría nunca, ni siquiera con todo esto». Es enfermera y su mayor preocupación es su familia. «Tengo dos hijos de 18 y 14 años que son muy sensatos y comprenden bien mi trabajo y la situación; pero la que más me preocupa es mi madre, tiene 87 años, y tenemos que evitar relacionarnos con ella, mi hermana además también es sanitaria, y le hemos quitado hasta la ayuda a domicilio para protegerla. Está bien pero...».
Para nada se sienten héroes, «es nuestro trabajo», repiten, «aunque es el nuestro –insisten– no el de las familias, ellos no lo han elegido». Los aplausos diarios de la ciudad, y de la provincia, y de la comunidad y del país, les llegan. Claro que les llegan. «No solo porque lo oigamos directamente sino porque nos pasan vídeos y fotos, nos lo cuentan y vemos publicaciones».
Mario Hernández Gajate. Jefe de Urgencias del Río Hortega
Miriam de la Parte. Enfermera del Clínico
Ángel Álvarez. Médico de Urgencias del Clínico
A algunos esas expresiones emotivas les va menos, como a Ángel; pero «se agradece, claro que sí, da ánimo. Reconforta», asegura. Otros encuentran apoyo, respuesta a un esfuerzo que no saben cuánto va a tener que sujetar ni cómo se escribirá esta historia.
Miriam explica que «lo que más echamos de menos, y lo hablamos entre nosotros, son los abrazos, incluso dentro del trabajo. Esa palmada en el hombro, ese gesto humano y reconfortante, esa sensación de equipo que rompe el estrés y la tensión... eso es lo que más echamos de menos. Cuando acabe esto voy a abrazar como nunca, vamos a hacerlo todos porque no te das cuenta de lo que no necesitas hasta que lo pierdes. Los aplausos en la calle te emocionan, se agradecen, suplen los abrazos que no podemos recibir, que no podemos dar».
Son muchos cambios, de manera de trabajar, de forma de vida, de sentir y de valorar, de extrañar y de aquello de 'qué feliz era y no me daba cuenta'. «La organización del trabajo se ha modificado por completo –explica Ángel Álvarez– los boxes de observación, de paradas, consultas de trauma... ahora hay zona roja para la clasificación y se separan y dividen muy bien los circuitos, entre limpio y sucio».
Y ¿Miedo? El temor a enfermar ellos no parece tener demasiado que ver en toda esta crisis, si no es por no querer ser vehículo de transmisión y sentirse recursos difíciles de sustituir. La organización tiene en cuenta la necesidad de sustitutos y de separar equipos. «Miedo no sé –destaca Ángel– yo no...». Parece no haber tenido tiempo para pensarlo. Silencio. Reflexiona y añade «pero mi familia –está casado y tiene dos niños de 9 y 8 años– mi casa es lo peor. Uno es consciente de lo que pasa, realista y no se puede banalizar todo esto. Tengo mucho respeto a lo que está ocurriendo».
Miriam siente también «más bien respeto ante la situación y, sobre todo, en convertirte en vehículo transmisor. Es una sensación de culpa y evito el contacto, no voy a comprar, a nada. No cojo el ascensor, no quiero a nadie cerca de mí... Hemos cambiado por completo la forma de vivir. Parece una película. Todo ha sido tan rápido... Creo que lo que hacemos aquí, todos los compañeros, es vivir el momento y no mirar más allá. Pero por favor, se lo digo a toda la gente, no salgáis a la calle».
También Medina del Campo se suma a estas premisas, a esta forma de vivirlo.
El responsable de toda esta organización en el Río Hortega, Mario Hernández Gajate, añade a este respecto que «creo que tenemos el mismo miedo que la gente en general. Todos los que trabajan en la zona Covid tienen mucho más riesgo de contagiarse y aunque seleccionamos pacientes no siempre es fácil evitar que uno con coronavirus llegue a la zona normal de Urgencias o, al revés, que han entrado en la zona del coronavirus como sospecha y no lo son y hay que cambiarlos de área».
«El miedo emocional existe –añade Hernández Gajate– pero, es curioso, cuando entras a trabajar, cuando estás aquí te cambia el chip, te conviertes en un profesional y dejas de lado los temores porque si no, te bloqueas. Aún así hay que hablar, que escuchar, que compartir lo que se siente en la zona Covid. Se han tomado medidas en este sentido de apoyo psicológico, notas para reflexionar sobre la situación, para ayudar a tener un control emocional».
Los hospitales disponen además de un profesional en particular encargado de la información, es fundamental –coinciden– tener bien informados a los compañeros sobre todo. Bueno o malo. Lo que ocurre o lo que se va a hacer, además obviamente de los aspectos organizativos. Y para ello, como toda la población, se emplea correos electrónicos y mensajería telefónica con grupo Covid.
«Intentamos dentro de la situación buscar momentos de contacto, de sosiego. Por ejemplo, el otro día nos ofrecieron traernos pizzas, la comida del exterior ahora está muy valorada», sonríe Gajate. «Somos humanos, sufrimos igual que cualquiera», añade.
Y el paciente, ¿llega con miedo el enfermo?
Pues, a ambos hospitales acceden sobre todo «preocupados» e «inquietos ante la incertidumbre». «Los más jóvenes y con síntomas leves tienen otra fortaleza pero cuando llegan muy malitos casi no percibes sus emociones porque están físicamente agotados, un poco desorientados», explica el doctor Álvarez.
Hernández Gajate explica que «hay de todo; pero sí suelen estar asustados». Señala el doctor Mario Hernández Gajate que «vamos a poner fotos de la persona que está atendiendo a un enfermo para que vean cómo es el profesional porque con los trajes y gafas no se les ve. Queremos humanizar la atención. Si veo una foto, veo quien me atiende».
Miriam de la Parte piensa que el paciente llega más inquieto que con otras urgencias. «Realmente ninguno va a ser el mismo después de esta experiencia ni a nivel profesional ni humano. Creo que estamos aprendiendo a valorar de verdad la sanidad, a respetarla, a no abusar de sus recursos».
Y en lo que coinciden todos es en cómo esta experiencia vital y profesional los ha unido. La colaboración de cualquier profesional y punto del hospital es una realidad, todos se ofrecen, mucho más que nunca», destaca Gajate.
Y llegará otro día y otra noche abrazadas de tensión y una historia aún por escribir.
Cada hospital, en función de sus espacios y posibilidades tiene un diseño diferente; pero la base de organización es la misma: Un pretriaje en las nuevas instalaciones prefabricadas en el exterior de los complejos asistenciales en una zona cercana al habitual servicio de urgencias. En segundo lugar, y ya dentro, se separan por completo, el acceso, los equipos sanitarios y hasta la ropa las zonas Covid de las urgencias habituales. Y para ello se habilitan nuevas zonas para urgencias ordinarias. Por poner un ejemplo más concreto, en el RíoHortega se han instalado unas estructuras portátiles exteriores, en la zona del aparcamiento para el citado pretriaje y se destinan todos los espacios de urgencias de adultos al Covid. Y el Servicio de Rehabilitación se ha habilitado para la recepción y atención inicial de los pacientes que no son sospechosos de haberse infectado y llegan por otras causas. Además, se ha puesto en marcha en la zona de consultas la atención de Traumatología, de Cirugía General y de Urología y, el resto de las especialidades quirúrgicas como Otorrinolaringología u Oftalmología se atenderán en las consultas de dichos servicios. Asimismo, se habilita la zona de la Unidad de Continuidad Asistencial (UCA), situada en el nivel 0 como espacio de atención para las especialidades médicas y para la observación de pacientes que no tienen coronavirus y recibirá el apoyo de profesionales de especialidades del área médica.
Los tres hospitales de Valladolid –Río Hortega, Clínico y Medina del Campo– cuentan con más de seis mil profesionales en plantilla. De ellos, más de un millar son médicos y más de 1.600 enfermeros y unos 70 configuran habitualmente la plantilla de urgencias; aunque ahora esta cifra pierde el sentido porque la organización está en continua variación.
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