Carlos Villa con los trofeos conseguidos a lo largo de toda una vida dedicada al deporte. JOSE C. CASTILLO

87 años vividos a la carrera

El octogenario vallisoletano Carlos Villa García ha corrido 28 maratones en los cinco continentes. Hoy recuerda algunas vivencias memorables de su trayectoria deportiva

Laura Negro

Valladolid

Viernes, 9 de diciembre 2022, 00:01

Dicen que cruzar la meta en una maratón te cambia la vida para siempre. Carlos Villa lo sabe muy bien. Él ha corrido y recorrido los cinco continentes para participar en un total de 28 maratones. Esa fuerza, esa constancia y esa lucha para sobrepasar ... la fina línea blanca que es la meta, son las mismas que ha trasladado al resto de aspectos de su vida.

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A sus 87 años presume de tres pasiones que han marcado su existencia: la construcción, el atletismo y la cooperación. Las tres le han hecho feliz y en las tres ha alcanzado importantísimos logros. Ingeniero Técnico de profesión, ha levantado imponentes edificios y hoteles en toda España. También en el extranjero. Su afición por el atletismo le ha permitido participar hasta los 77 años, en las maratones más importantes del mundo. Y su generosidad y carácter altruista, le ha movido a construir escuelas y hospitales para ayudar a los más necesitados, especialmente los niños.

Nació en Valladolid en 1934, y su primera toma de contacto con el atletismo fue con 16 años, cuando hizo sus primeros pinitos en salto de longitud. Destacó como jugador de fútbol y de rugby y con 27 años, gracias a su amigo Justo, recuperó las ansias por correr. Su primera maratón la corrió en 1966, con 32 años, en su Valladolid natal. «Corrimos por el barrio de las Delicias y recuerdo que una señora, nos llamó locos y nos dijo que mejor que cogiéramos un pico y una pala», comenta entre risas. «Tardamos casi cuatro horas en terminar y estábamos agotadísimos. Después vinieron muchas medias maratones en Medina del Campo, Zamora… hasta que corrí mi segunda maratón, en San Sebastián, que no sé ni cómo pude acabarla», prosigue.

Reconoce que el suyo es uno de los deportes más exigentes y por eso, seguía un estricto programa de entrenamiento corriendo 90 kilómetros semanales, que le permitió hacer un gran papel en maratones tan importantes como las de Roma, París, Japón, Kilimanjaro o Nueva York. Pero si hay dos grandes citas que le marcaron de forma especial. «En Boston se celebra la maratón más antigua del mundo y para mí, la más emocionante», afirma. Corrió en 1996, año en el que cumplía su 100º edición y se superaron todos los registros de participación con 36.748 atletas en la línea de salida. Carlos hizo un tiempo de 3:56:41. «Es una de las más duras del mundo por sus grandes subidas y bajadas, y por eso, muchos atletas de élite renuncian a hacerla. Lo que más me impresionó fue la enorme afición que allí hay a este deporte. Había espectadores desplegados a lo largo de los 42 kilómetros de recorrido. Aquí, la gente no valora lo que significa correr una maratón, les aburre ver pasar a tíos corriendo en calzoncillos y sólo los familiares te esperan a la llegada», comenta con buen humor. Nueva Zelanda también le impactó. La corrió el 1 de enero del año 2000. «Fue emocionante. Al tiempo que salía el sol, empezaba la maratón y se inauguraba el nuevo milenio. Fue una salida impresionantemente bonita por los jardines de Hamilton», recuerda.

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El 'rey de la pilongona'

Su mujer y sus cuatro hijos le han acompañado por el mundo apoyándole con su pasión. Cariñosamente le llaman 'El rey de la pilongona', porque siempre terminaba celebrando sus carreras con un curioso baile. Con su gran amigo Fernando Sañudo, también compartió sudores, dolores, agujetas y grandes alegrías, a lo largo de muchos kilómetros de carreras. «Le saco 10 años y él todavía sigue trotando. Siempre que podíamos corríamos juntos, aunque las maratones hay que correrlas solo. Cada uno se va acoplando a quien va a tu ritmo en la carrera, de esta manera sientes al que va a tu lado, que va a haciendo el mismo esfuerzo que tú. Si estás bien entrenado, los primeros 21 kilómetros, los corres con soltura. No hay que forzarse mucho y mantener el mismo ritmo hasta los 30. A los 36 kilómetros empiezas a sentir el cansancio y es cuando entra en juego la mente. No hay que pensar en el dolor de piernas. Hay que pensar que lo vas a conseguir. Si lo haces así, la mente te lleva sola hasta la meta», asegura.

Carlos no era de los que se rendía, sin embargo, en dos ocasiones, no pudo cruzar la línea de meta. «Una lesión en el abductor me impidió terminar la maratón de los Castillos de Médoc, en Francia. En otra ocasión, en Zurich, me acababan de poner una inyección contra la malaria y la fiebre amarilla y cada pocos kilómetros tenía que parar. Al final, no pude más, me acabé retirando. Era la primera vez que corría con mi hijo Eduardo y me tocó dejarle solo». En la de Bonn, en cambio, hizo más kilómetros que el resto de corredores. «También iba con mi hijo, que se lesionó en el kilómetro 20. Fuimos a paso lento un buen trecho, pero quise acelerar para ir más cómodo. Al llegar al kilómetro 39 me di la vuelta para entrar juntos a meta, pero me equivoqué y me uní a los últimos de la cola. Terminé haciendo 8 kilómetros de más», dice entre carcajadas este veterano corredor. Para él es un orgullo de que su nieto Eduardo también haya heredado su pasión. «Él se está preparando su primera maratón en las Azores, en mayo. Me pide consejo y yo le digo que lo más importante es la disciplina y alimentación», dice.

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Uno de los momentos más especiales de su vida deportiva tuvo lugar en los Juegos Olímpicos de Barcelona'92, cuando portó la antorcha olímpica. «Nunca lo olvidaré. Fue muy bonito. Todavía tengo la antorcha guardada. Lo sentí como un premio a los atletas españoles. Fue en Ponferrada y se la entregué al gran periodista Luis del Olmo. Él estaba preocupado por lo que pudiera pensar la gente si le pasaba algo corriendo. Le dije que no se preocupara y que cuando corriera solo tenía que disfrutar el momento», relata.

Durante toda su vida, el atletismo ha sido para Carlos una liberación. Un compromiso consigo mismo. Un reto. Pero su desafío más importante ha sido ayudar a los más necesitados. «Encontré a Dios gracias a la cooperación. Dios es amor y Dios también me ayudó a la hora de correr. Aprendí que ser cooperante no era sólo aportar dinero a la causa. En la selva amazónica boliviana y en Guatemala construí un hospital y un centro médico», detalla.

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Carlos corrió su último maratón con 77 años. Se estaba preparando para correr el campeonato del mundo de veteranos y un problema de salud se lo impidió definitivamente. «A veces me gustaría echar a correr», dice con añoranza 'El rey de la pilongona'.

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