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Claustro del Instituto de Valladolid, en una imagen de finales de los años ochenta del siglo XIX publicada por el El Norte de Castilla en 1931. El Norte

150 años de la Generación Septembrina en valladolid

Un nutrido grupo de intelectuales se inspiraron en la Revolución de 1868 para consolidar la recuperación cultural de la ciudad en el último cuarto del siglo XIX

javier burrieza

Valladolid

Lunes, 31 de diciembre 2018, 12:32

Cuando en julio de 1919 fallecía en Valladolid Ángel María Álvarez Taladriz, El Norte de Castilla indicaba que era el último de los representantes de la llamada generación septembrina de 1868, un grupo que consolidó la recuperación cultural de la ciudad en el último cuarto del siglo XIX, algunos de ellos con una proyección nacional en sus propuestas y en sus obras, intelectuales que enseñaban, tremendamente influenciados por la Revolución de 1868, cuando fueron estudiantes de algunas de las Facultades de esta Universidad de Valladolid, e incluso los mayores en edad se ocupaban ya de labores docentes, como sucedía con el que habría de ser ministro y diputado republicano, José Muro. Por eso, muchos de ellos, contaban con un compromiso político dentro de los partidos progresistas, demócratas o republicanos, y un reformismo vinculado a la Institución Libre de Enseñanza, sin olvidar su proyección a través del principal medio de comunicación de entonces, en esos periódicos que abundaban en esta ciudad, algunos de ellos con vidas más o menos efímeras, a veces portavoces de partidos políticos. Sus nombres los recordaba El Norte, desde José Muro, Ricardo Macías Picavea, Antolín Burrieza –tres catedráticos del Instituto provincial–, el escritor Emilio Ferrari, el jurista Felipe Sánchez Román, Vicente Colorado, Gregorio Villanueva, Miguel Marcos Lorenzo, el líder de los conservadores Miguel Alonso Pesquera o Enrique Macho Quevedo, el historiador Juan Ortega y Rubio –y su Historia de Valladolid– o los hermanos Pérez Mínguez, cervantistas en una generación que encontraba en el Quijote la «locura del pensador modesto e independiente».

Sin olvidarse de ese periodismo omnipresente, Celso Almuiña los ha denominado también la «generación de la Restauración canovista», que fue el régimen político que vivieron en su madurez entre 1875 y 1895. En ella incluye a Sebastián Díez Salcedo (director de El Norte), Aureliano García Barrasa (director de La Crónica Mercantil), Macías Picavea (el mencionado director de La Libertad); Mariano Martín Fernández, redactor también del periódico de los republicanos, conocido por su sobrenombre del 'Doctor Blas'. Todos ellos estaban acompañados de los jóvenes que comenzaron el siglo XX, en algunos casos alumnos de los anteriores: Santiago Alba, Juan Agapito y Revilla, Francisco Zarandona, Segundo Cernuda, Darío Velao, Narciso Alonso Cortés o Casimiro González García-Valladolid; coronados a su vez por José Zorrilla, Gaspar Núñez de Arce, Leopoldo Cano y Emilio Ferrari, aunque el primero lo fue en la ciudad de Granada como poeta nacional.

Dentro de un espíritu regeneracionista, Macías Picavea se convierte en la imagen adecuada de las aportaciones de esta generación y de este ámbito de pensamiento, con su novela 'Tierra de Campos' o las páginas de la madurez en 'El problema nacional' (1899), en una etapa en la que ya estaba desencantado de la política militante aunque con ideas que había desarrollado en la sección 'Nuestros principios', del periódico 'La Libertad'. Pero antes, muchos de ellos conformaban los ámbitos de las tertulias –en la mencionada del boticario Bellogín, «don Ángel ponía las sales y las mieses de su ingeniosa y sugestiva facilidad de maravilloso conversador»–; por los casinos comprometidos con los partidos políticos en los que se denunciaba el caciquismo –en el caso de los ajenos al turno pacífico de conservadores y liberales–, sin olvidar el creciente problema de Ultramar o la decadencia nacional; las veladas y juegos florales, la música, los nuevos teatros, los conciertos-bailes del Círculo de Calderón que presidía el catedrático Galo de Benito: «El magnífico salón del mismo –con motivo del homenaje a Leopoldo Cano en 1889– se vio sumamente concurrido por lo más selecto de Valladolid».

Educación física

No faltaban en aquellos ambientes médicos como Andrés de Laorden, Salvino Sierra, Nicolás de la Fuente Arrimadas, Antonio Alonso Cortés, Abdón Sánchez Herrero, en un tiempo en que se inaugura la nueva Facultad y el Hospital Clínico en 1889; con la invitación interdisciplinar de la Asociación Médico-Quirúrgica o la fundación de la sección vallisoletana de la Sociedad Gimnástica Española impulsada por el profesor Cesáreo Marcos Ordax, con el objetivo de subrayar la «educación física del hombre, como uno de los elementos indispensables para su desarrollo integral». Son los comienzos del deporte, las llamadas a la higiene y a la salud pública, las iniciativas de las obras caritativas y sociales, la lucha de la Tienda-Asilo por la «alimentación sana y abundante a las clases jornaleras». Todo ello coronado por la enorme preocupación por la enseñanza, por la dignificación del maestro que debía ser independiente del poder municipal, por la llamada al estudiante moderno y serio. «Hace falta formar coro –le escribía Joaquín Costa a Macías Picavea– con todas las voces sanas y potentes que claman ahora como en un desierto y que de ese haz salga lo que pueda salir, si es que pueda salir algo».

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