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Un árbol caído, lo que tal vez otro día, en otro momento, ya sería de por sí noticia. Pero hoy, este martes 5 de noviembre, ... en Aldaia no lo es. Junto a ese árbol arrancado de cuajo, otro árbol. Y a escasos metros un coche volcado, con las cuatro ruedas apuntando al cielo. Y otro, otro... Algunos con desperfectos en la carrocería; otros, sin lunas. Y así una calle, otra y otra....
Es la realidad que muestra la localidad valenciana de Aldaia una semana después de la peor DANA del siglo. Siete días después, la imagen sigue siendo desoladora. Y hasta allí se han desplazado alrededor de 300 profesionales de emergencias de Castilla y León. Son los que estas jornadas retiran ese árbol caído, mueven ese coche destartalado o se sumergen en garajes totalmente anegados.
Es precisamente esa función la que afrontan los vecinos de Aldaia, una vez que esas comunicaciones se asoman tímidamente a lo de antes. Y se apoyan en especialistas de Castilla y León. Es el caso de los Bomberos de la Diputación de Valladolid en una de las imágenes más duras que ha visto El Norte de Castilla en este viaje al epicentro de la tragedia. En uno de los portales de la calle Concordia, los vehículos de la institución provincial se dejan ver. Entre ellos asoma Jesús Hernando, cabo destinado en su día a día en Medina del Campo. Menos estos días que no verá el castillo de la Mota.
Le pillamos en mitad de un tentempié que los propios vecinos del inmueble donde trabajan les han preparado. Está sin mascarilla, sin casco, pero no para de dar vueltas a lo que acaba de ver en el primer piso del garaje. Del segundo poco o nada sabe hasta las próximas horas o el día de mañana. Deja la bomba extractora enchufada para continuar con ese vaciado mientras se vuelve a colocar su mascarilla FFP2 masacrada tras una mañana sin descanso. Exhausto, se encamina de nuevo a la rampa de acceso, en esta ocasión acompañado por un residente del bloque, Jesús Reyes, quien no para de repetir y de agradecer la gran labor que están haciendo los bomberos en su casa, en su municipio.
Se asoman a la primera planta, impracticable hace un día, para continuar empujando barro por los sumideros o, incluso, por las escaleras que bajan al segundo piso. Empujan y frotan en una acción conjunta entre bomberos vallisoletanos, vecinos de la zona y voluntarios. Todo suma, todo vale.
Con un olor fuerte fruto del agua estancada desde hace una semana, advierten de que existe riesgo para la salud, que algún susto ya han tenido en forma de traslado de urgencia al hospital y que toda precaución es poca. Se ayudan con escasas luces para sortear decenas y decenas de coches y motos. No hay ninguno aparcado correctamente y el agua, cuando anegó el garaje, hizo con ellos lo que quiso. Rompió las lunas por la presión, les arrastró para ser desde entonces un amasijo de hierros. No les duele perder el coche, lo asumen como un mal menor dentro de la tragedia que aún sin cifras oficiales, les ha dejado sin nueve ciudadanos de Aldaia. Ese número la adelanta Jesús Reyes mientras sortea vehículos. No ha parado de ofrecer su granito de arena desde hace una semana y así seguirá durante las próximas semanas. Él es prácticamente un bombero más de Valladolid, siempre a las órdenes de Jesús Hernando.
Porque este ejemplo de recobrar la normalidad por parte de bomberos y vecinos es un pequeño ejemplo de lo que vive Aldaia en los últimos días. A ese garaje inundado y descrito se suma el de al lado. Y, aunque no se recojan testimonios ni fotografías, la instantánea será con toda probabilidad la misma. El agua entró de forma abrupta el 29 de octubre y desde entonces no había empezado a salir.
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A los Bomberos de la Diputación de Valladolid les siguen más cuadrillas de todos los rincones de la comunidad. No hay provincia castellano y leonesa que no haya desplegado sus medios en Valencia. En Aldaia los nombres de las nueve provincias están por todas las calles. Son los encargados de restablecer el pulso y es imposible no verles. Es el caso de Miguel Gallego y Ángel Lera, pertenecientes a Medio Ambiente de León. Sus labores este martes son las de despejar una manzana y dejarla transitable. Están en la frontera de la 'zona cero' y eso lo saben. «Lo peor no está aquí», advierten mientras doblan el lomo para cargar enseres inservibles como sillones en los que nadie más se volverá a sentar y mesas que no acogerán más comidas familiares. Hasta electrodomésticos que el 29 de octubre se apagaron para siempre.
Y así era. Ellos despejaban una manzana mientras los Bomberos de Palencia, tanto de la Diputación como del Ayuntamiento, se movilizaban a los túneles que conectan las dos partes de un municipio dividido por el ferrocarril. Lo que desde la distancia, a 300 metros, parece que no está anegado, es un espejismo. Cada paso de acercamiento es un tortazo de realidad al ver la cantidad de agua que está embalsada bajo las vías del tren. Imposible que un vehículo pueda pasar de un lado a otro. Los del Ayuntamiento hacen cálculos para saber cuántos litros de agua tienen que achicar. Hasta el punto de que tienen que pedir más medios. «Tenemos capacidad para sacar 90.000 litros a la hora, aquí hay más de 300.000. Hay que sumar que hay mucho barro y eso nos frena», agregan mientras confían en acabar este martes ese miniobjetivo programado.
A ellos, en otro túnel, se encuentran los de la Diputación. Con carritos del Mercadona han inventado, a falta de patente, un artilugio que evita que las mangueras que en su día a día emplean por los campos de la provincia palentina se atasquen. «No sé cuántos viajes lleva el camión cisterna», agrega David Pastor mientras se muestra optimista de terminar hoy esas funciones. «Tal vez mañana estemos en otro punto o municipio», concluye.
300 efectivos desplegados por Aldaia a los que se sumaban un gran número de voluntarios. Era la solidaridad al cuadrado. Esa 'zona cero' estaba repleta de ciudadanos que tiraban de pala y escoba para retirar agua. Cada uno a su manera ayuda. Estaban los que se sincronizaban para retirar barro, otros que hacían cadenas para quitar escombro, los que iban por el municipio repartiendo mascarillas y hasta furgones con carteles de ayuda humanitaria para llevar agua o comida. Era la solidaridad por cada esquina.
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