Secciones
Servicios
Destacamos
«La verdad es que me gusta la tranquilidad y, aunque estos días es cierto que resulta un poco raro estar aquí prácticamente solo, lo cierto es que estoy feliz de poder venir aquí a diario y continuar cuidando a mis niños y mis niñas», reconoce Quintín Martín Baza, el eterno vigilante del devenir diario del Pisuerga y digno sucesor del malogrado Lucio Martín 'El Catarro' (fallecido en 2006), en alusión a su labor ininterrumpida desde hace ya trece años de dar de comer a los patos (sus niños) y las palomas (sus niñas) en el palomar del Espíritu Santo, situado bajo los pilares del puente de Poniente, y centro de operaciones de este amante del río y de la pesca. «Estuve dos o tres días sin poder venir al principio de la cuarentena, pero luego pedimos autorización y desde entonces continuó bajando a diario un rato cada mañana (entre las once y las doce aproximadamente) para echar el pan a los animales», resume Quintín.
Un trabajo solitario en estos días extraños solo roto por la presencia de algún paseante de perros y, desde el domingo, de algún padre con sus hijos, que se acercan a ver cómo patos, ocas y un cisne recién llegado –«lleva aquí menos de una semana con nosotros»– se arremolinan en la orilla para comer el pan duro desmigado que les deja este vigilante perpetuo del Pisuerga. «Hay que dejarlo en la orilla porque si no se lo comen los peces», explica Quintín antes de aclarar que el pan lo trae el Ayuntamiento en un camión «cada cierto tiempo procedente de Manrique». Son tarugos duros de pan de molde que el propio Quintín, voluntario de la asociación Los Amigos del Pisuerga, descarga en la caseta situada en la pradera y que baja luego a diario para echárselo a las aves del río. «Bajo ocho o nueve calderos cada día», concreta antes de indicar que el pan «está tan duro que a veces hay que partirlo, incluso, con el hacha».
La asociación Los Amigos del Pisuerga, que dirige Luis Ángel Largo, no descansa y, al margen de la labor cotidiana de dar de comer a las aves a cargo de Quintín Martín, sus voluntarios trabajan desde casa en un proyecto que pretende ampliar la senda natural de San Juan de la Cruz, que une los puentes de Adolfo Suárez y Arturo Eyries (hasta el parque Tomás Rodríguez Bolaños) en un camino natural al borde del río, con el fin de unir prácticamente la capital con Simancas a través de un recorrido continuo que debe salvar innumerables obstáculos. Sería una labor por fases, según la propuesta en la que trabajan con el fin de buscar financiación, pero «viable».
El primer tramo prolongaría la senda hasta la pasarela del Museo del Ciencia, en la que literalmente habría que abrirse camino despejando la maleza «a machete» y utilizando maquinaria en algunos puntos para desbrozar el camino, que continuaría siempre por la margen izquierda y que podría llegar directamente hasta Simancas después de superar Arroyo. Un proyecto «bonito» que por ahora solo es eso.
Quintín también es el encargado de alimentar a las palomas de la caseta del Espíritu Santo, cuya población se vio muy mermada justo antes de la declaración del estado de alarma. «Teníamos 140 palomas y se llevaron más de un centenar», lamenta antes de relatar que ahora apenas quedan veinte. Son palomas con las que realizaban tres sueltas al año en Semana Santa y durante las celebraciones de la Virgen de El Carmen Extramuros y de la Virgen de El Carmen que pasean en patera cada verano por el río.
«Lo hago porque me gusta y porque creo que el río es de todos y debemos seguir cuidándolo», asegura el voluntario de Los Amigos del Pisuerga, quien advierte de que «todavía hay mucho guarro que tira de todo al río sin darse cuenta del daño que hace». Quintín, eso sí, aclara que las aguas del Pisuerga «bajan mucho más limpias que hace años». Ahora están turbias, fruto de las lluvias de este abril, pero «habitualmente casi se podría beber sin problemas».
El veterano guardián de la fauna del Pisuerga, en cuyas aguas conviven percas, lucios, barbos o blas blas con patos y ocas (y el cisne recién llegado), habitualmente pasa la mañana tirando la caña –«ahora no puedo», lamenta– mientras las aves comen el pan duro desmigado. Luego recoge, limpia el palomar y guarda el material en la caseta de arriba. Un ritual que se repite desde hace casi tres lustros. «El resto del día lo paso recluido, como todo el mundo, pero poder venir al río a continuar con mi labor diaria, que habitualmente llevo a cabo los 365 días del año llueva o nieve, me hace feliz», afirma Quintín.
Especiales coronavirus
Hoy, y mañana, y al otro... El vigilante perpetuo del Pisuerga volverá a repetir su ritual diario de trocear el pan, acarrearlo y echárselo a las aves que se agolparán en torno a sus curtidas manos, quizás, si todo va bien, con más público que el que ha tenido durante el último mes y medio. «Aquí estaré», anticipa Quintín. Pase lo que pase.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.