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Adiós a Purificación Rodríguez Gómez, toda una vida de entrega a los demásLos que la conocían dicen de ella, que con su marcha los ha dejado «vacíos, huérfanos y sin aliento», a la vez que agradecen el haberla conocido y disfrutado. La vallisoletana Purificación Rodríguez Gómez se fue el pasado 28 de septiembre, tras 70 años de ... entrega a los demás, principalmente a los más pobres, los excluidos y los enfermos. Puri era todo bondad. Siempre estaba disponible para todas las personas que acudían a ella en busca de ayuda. Era una fiel feligresa de su iglesia, la parroquia María Milagrosa y su fe fue el motor que la impulsó a dedicarse por completo a los más necesitados.
Su vida transcurrió siempre en el barrio Delicias. Enviudó hace más de una década de su esposo Juan Carlos, al que echaba una mano con las tareas administrativas de su empresa de reparación de televisores. También tenía una hermana y su sobrina «a las que adoraba». Era una fiel colaboradora de la Asociación contra el Cáncer, la ONG Asalvo, Cáritas, el Banco de Alimentos y participaba en distintos grupos parroquiales. Los Padres Paúles, sacerdotes, religiosas y muchos vecinos, se dirigían a ella cuando necesitaban compañía, transporte, consejo, preparar comidas o animar la liturgia de la misa de 10. También acudía a los hospitales a visitar a los enfermos, pero si hubo una tarea por la que se desvivió por completo, fue por atender el comedor social y el centro de higiene de la parroquia La Milagrosa. Las personas sin techo eran su debilidad. Los atendía con tal cariño y respeto, que en su funeral, todos acudieron a darle el último adiós. «Les cuidaba como si fueran tus hijos y el discurso de despedida que ellos le dieron fue muy emotiva. Le dijeron: 'Adiós mamá, Puri'. Estaban desconsolados porque ella siempre se dedicó a hacer el bien. Cuando alguien entraba en la parroquia, lo primero que veía era a Puri, con los brazos abiertos y una gran sonrisa», destaca David Fernández, párroco de La Milagrosa.
Tal era su entrega que, pese al riesgo, durante el confinamiento nunca dudó en cruzar la ciudad para acompañar y asistir a las personas sin techo alojadas en el seminario. Atendía día sí, y día también, a los que carecían de recursos en su barrio, repartiendo comida, medicamentos, ropa, juguetes y también para acompañar en el duelo. «Todos estábamos encerrados en casa pero Puri acudía allí donde veía una necesidad. Resultó ser un gran sol, anónimo y discreto, que llenó de calor muchas situaciones oscuras, frías, de miedo y soledad. Puri era radiante, animosa, alegre, dinámica, con su melenita rubia, sus ojos azules y su voz cantarina. Y todo desde la fe», destaca de ella su compañera y amiga Teresa de Rodrigo, de la Unidad Pastoral La Milagrosa-Dulce Nombre. «Ella supo vivir el evangelio sin reservas, entregada a todos, pequeños y mayores, de dentro y de fuera, de aquí y de allá. Supo dar la vida por los demás porque no sabía decir «no», ni dar la espalda, ni aplazar las peticiones que cualquiera le hiciera. Siempre tenía una sonrisa sincera, una palabra amable, sus manos dispuestas, sus brazos abiertos, su coche disponible y su reloj sin horas», concluye Teresa.
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