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En Helados y Turrones Iborra, uno de los establecimientos con más solera de la ciudad, hay un hueco tras su mostrador que será imposible de ... llenar. Es el que ha dejado Carmen Iborra Cremades, una de sus propietarias, que fallecía el pasado martes a la edad de 61 años. Antonio y Manuel, que dirigían con ella el negocio, no sólo han perdido a su hermana, sino también a una excelente compañera de trabajo, a una confidente y a una pieza clave de una tradición familiar con más de un siglo de historia. Carmen tenía otra hermana, Mar, profesora de profesión, a la que también estaba muy unida.
Su familia destaca de ella que era una luchadora incansable. A pesar de los problemas de salud a los que se enfrentó durante años, siempre mantuvo una actitud valiente y muy positiva. Primero fue la artritis y luego el cáncer, enfermedades que, aunque duras, no consiguieron borrarle la sonrisa de la cara. Su único hijo, Jorge Aguado, destaca que su madre tenía la capacidad de hacer como si la enfermedad no fuera con ella. «Siempre conseguía regalar una sonrisa a los demás, aunque no se encontrara bien», comenta.
Si de algo estaba orgullosa esta vallisoletana era de su legado familiar. Se crio en el obrador, entre masas de turrón y barquillos de helado. Este negocio familiar se fundó en el año 1900, cuando el turronero oriundo de Jijona, Manuel Iborra García, decidió montar su propia tienda de turrones en la capital del Pisuerga. Más de 125 años y tres generaciones después, Helados y Turrones Iborra sigue siendo un emblema para los vallisoletanos que buscan productos de calidad con sabor artesanal. Carmen, junto a sus hermanos Antonio y Manuel, ha sido una de las guardianas de este legado, teniendo un papel clave en la continuidad del negocio.
Durante años, Carmen fue la cara visible de la tienda. Primero junto a su madre, que también se llamaba Carmen y más tarde junto a su hermano Antonio. Siempre tenía una palabra amable para todos. Sin embargo, con el tiempo y debido a la artritis, se vio obligada a dejar el mostrador para centrarse en la elaboración de turrones. La campaña del turrón era su favorita. Cada año viajaba a Jijona con su familia para sumergirse en la tradición de elaborar los mazapanes, polvorones y demás delicias navideñas. «Le encantaba ir a Jijona, estar con sus compañeros de trabajo, compartir risas y olvidarse de sus problemas. Para ella, ir hasta allí a hacer turrón era una alegría. Le encantaba la tarea artesanal», recuerda su hijo, que desde hace años sigue los pasos de su madre en el negocio familiar.
La noticia de su fallecimiento ha conmocionado a familiares, amigos y clientes del negocio. «Ha pasado muchísima gente por aquí, nos han llamado, nos han enviado mensajes... Nos hemos sentido muy arropados por el cariño de los vallisoletanos», aseguran su hermano Antonio y su hijo Jorge. «Los clientes de siempre lo han sentido mucho. La tenían mucho cariño», prosiguen. «Todo el mundo la quería. Estaba separada de mi padre, que falleció hace años, y yo he sido su cuidador y acompañante durante mucho tiempo. Estábamos muy unidos. A veces discutíamos, como todos los hijos con sus madres, pero siempre hemos cuidado mucho el uno del otro. Yo intentaba que viajase, que fuese al mar, se distrajese y hemos ido a balnearios juntos porque le venía muy bien para su enfermedad. Nuestra relación maternofilial era muy estrecha», dice emocionado su hijo Jorge.
Para Antonio la tienda de la calle Lencería está llena de recuerdos con su hermana de cuando eran pequeños y correteaban tras los mostradores. «Hemos convivido mucho en la tienda. Los cuatro hermanos siempre hemos estado juntos. Hemos trabajado mucho y también hemos disfrutado. A Carmen lo que más le gustaba era encantaba salir a comer por ahí. Siempre decía que era una crítica gastronómica frustrada, porque le encantaba conocer nuevos restaurantes», relata Antonio. «Incluso en los últimos meses, cuando su estado de salud le impedía disfrutar de la comida como antes, seguía viendo vídeos culinarios y recomendando lugares a sus familiares y amigos», prosigue Jorge. «Otra de sus pasiones era la confitería. Compartía grupos de Whatsapp con muchos confiteros de la ciudad. Le encantaba ver lo que hacían y tenía muy buena relación con ellos. Estaba muy al tanto de todas sus propuestas», concluye Antonio.
Su último adiós fue este miércoles, en el Tanatorio El Salvador donde estuvo su capilla velatoria, por la que pasaron numerosos vallisoletanos a despedirse de esta turronera de sonrisa eterna.
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