Antolín Sanz. El Norte

Adiós a Antolín Sanz, una referencia en la industria chacinera

Obituario ·

Tierra de Pinares pierde a un hombre al que «su natural bondad hizo de él un modelo altruista de viejo cuño»

A. garcía Simón

Valladolid

Viernes, 26 de febrero 2021, 21:04

El pasado 24 de enero murió Antolín Sanz del Olmo, una referencia de calidad ineludible en la industria chacinera en la Tierra de Pinares, y aun más allá de ella. En su pueblo, Montemayor, su ausencia ya se alarga como el fin de ciclo ... de un tiempo en el que la medida humana, la palabra y el ejemplo se inculcaban desde la infancia para el llegar a ser de las personas. Y Antolín llegó a ser el que era muy pronto, con unas dotes innatas de iniciativa y emprendimiento, que desafiaron la ominosa postguerra con una confianza y un denuedo que marcarían para siempre su atractiva y contagiosa personalidad. Antolín fue uno de esos pocos hombres que a uno le reconcilian con el género humano: libre, inteligente, generoso, bueno. Un personaje que hizo de la sensatez una inteligencia luminosa, y del talante abierto, el humor y la espontánea ironía, una invitación lúcida a la conllevancia entre las vidas recias de los labriegos de estos agrestes páramos, y de su entendimiento e interpretación. Si, a primera vista, el empuje de su irrefrenable viveza sorprendía y paralizaba un tanto a quienes le conocían por primera vez, no es menos cierto que cautivaba al pronto con la autenticidad de su ofrecimiento y sus palabras. Porque en Antolín todo en su vida fue auténtico, genuino, muy propio y característico del mundo rural de su comarca; desde su cuidada lengua castellana, hasta el tono burlón de una sorna que, en su caso, nunca cobijó el resabio, mucho menos el odio. Al contrario, fue su natural bondad la que hizo de él un modelo altruista de viejo cuño, esa preocupación por el bien ajeno y el buen discurrir públicos con aprovechamiento general que, como una obligación de la especie, acometen gratis et amore los mejores ciudadanos.

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El desgaste de una vida modélica de trabajo y algunos reveses irreversibles de la vida familiar le hicieron paciente de demencia senil en los últimos tiempos. Nunca dejó de sonreír, contagiando su alegría y bonhomía. Pero su progresiva y total dependencia, pese al dolor de su familia, le llevaron al hospital en este tiempo de infamia y a morir en una residencia, donde los muertos se esconden a los deudos, mientras avanza la ignominia de los políticos. Y a uno le recorre a menudo un golpe de rabia incontenible, al recordar la muerte opaca y masiva de esta generación de hombres buenos, a los que tan sólo podemos celebrar con nuestro amoroso recuerdo y activa memoria, con el reguero inevitable de melancolía, en medio de un olvido envilecido.

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