No llevan capas, pero poseen superpoderes. Los abuelos tienen la capacidad de hacernos sentir bien cuando todo está mal. Son narradores de historias, guardianes de tradiciones y maestros de vida que nos recuerdan quien somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Con ellos lo ... cotidiano se convierte en extraordinario y en una lección de vida entre risas, besos y consejos. En el Centro Didáctico, lo saben bien y por ello, han puesto en marcha un proyecto muy especial con sus alumnos del ciclo formativo de Grado Medio en Atención a Personas en Situación de Dependencia (TAPSD). Se trata de una iniciativa intergeneracional que están llevando a cabo con los mayores de la residencia Legado de Niño Jesús. Una aventura educativa que tiene como objetivo conectar a estos jóvenes de entre 16 y 21 años con los mayores para que pasen tiempo juntos.
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Carmen Hernando y Consuelo Guadián son profesoras del Centro Didáctico y el alma mater de este proyecto. Ambas están entusiasmadas con la evolución que han visto en sus alumnos y también en los 'abuelos'. «Queríamos crear un vínculo especial entre dos generaciones que parecen distantes, pero tienen mucho que ofrecerse mutuamente», explica Carmen. Por su parte, Consuelo añade que «es también una forma de poner en valor las vidas de estas personas mayores que nos enseñan tanto. Ellos siguen teniendo mucho que decir y este proyecto lo demuestra«.
La iniciativa arrancó hace unas semanas con un encuentro en el salón de la residencia, donde jóvenes y no tan jóvenes rompieron el hielo. Posteriormente, cada alumno fue asignado a un «abuelo o abuela adoptivo». Desde entonces, las visitas, que son regulares, se han convertido en citas llenas de conversaciones profundas y aprendizajes mutuos.
El resultado final será un libro personalizado que cada alumno creará para su abuelo adoptivo. En él recopilarán historias, anécdotas y recuerdos. Las familias de los mayores también participan, aportando fotografías y detalles únicos que enriquecerán cada obra. «El libro les recordará que sus vidas importan y que sus historias merecen ser contadas», señala Carmen. «Con este proyecto buscábamos crear vínculos paro también la estimulación cognitiva que es tan importante y necesaria para estas personas. Buscábamos la reminiscencia, hacerles recordar episodios de su vida, anécdotas, las dificultades que han pasado y todo lo bonitas que han sido sus vidas», añade Consuelo.
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Lo bueno de este proyecto generacional es que no solo beneficia a los mayores, también transforma a los estudiantes. «Una alumna me contaba que, gracias a la confianza creada con su abuela adoptiva, pudo compartir con ella una situación personal complicada. Esto demuestra que estos vínculos son profundos y auténticos», dice Consuelo.
Así, el proyecto educativo 'Trazando Historias' más que un trabajo fuera del aula, es una lección de humanidad. Los alumnos aprenden a escuchar, a empatizar y a valorar las experiencias de quienes llegaron antes que ellos. «Los mayores sienten una gran alegría al poder enseñar sus cosas y se sienten útiles. Estar con gente joven para ellos es vida y eso es lo que necesitan, ilusión y alegría», concluye Eva Sampietro, directora de esta residencia de mayores.
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Sagrario Martín y Andrea Rodríguez
Entre Sagrario Martín y Andrea Rodríguez se ha forjado una amistad genuina y entrañable. La primera es una mujer de 84 años, con una vida rica en historias y experiencias. La segunda, una joven estudiante del grado medio de Atención a Personas en Situación de Dependencia. Ambas se consideran ya, abuela y nieta adoptivas.
Andrea acude con regularidad a visitarla y juntas comparten horas de conversación con risas y alguna lágrima. Para Andrea, escuchar a Sagrario es como abrir un libro lleno de historias. «Es una larga vida que me llena de lecciones y alegrías. Con ella aprendo cómo era el mundo antes, las costumbres y valores que ahora parecen muy lejanos», comenta Andrea con ternura.
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Por su parte, Sagrario confiesa que las visitas de Andrea son un bálsamo. «Me da alegría. Me hace recordar cosas que tenía olvidadas y que son del año de la pera. A veces me emociono, pero es bonito revivir esos momentos», dice. Las historias de su juventud, su matrimonio, y las ciudades donde vivió con su marido y sus dos hijas —Logroño, San Sebastián, Cuéllar y Valladolid— resurgen a cada pregunta de Andrea, quien recibe muy bien los consejos de su 'nueva abuela'. «Siempre lleva el bien por delante. Así encontrarás personas que encajen contigo y te hagan feliz». Y Andrea, con una sonrisa, admite que Sagrario se ha convertido en una segunda abuela, alguien especial a quien recurrir para aprender de su sabiduría.
Veneranda Alonso y Sonia Georgieva
«Tengo el nombre más bonito del mundo. Me llamo Veneranda. No conozco a nadie más con este nombre», comenta con orgullo esta veterana de 93 años de mente despierta e interesante conversación. A su lado, Sonia Georgieva, una joven estudiante apasionada por la literatura y el aprendizaje. Entre conversaciones llenas de sabiduría y risas, estas dos mujeres, separadas por décadas de historia, han encontrado en su mutua compañía un espacio para el respeto y la admiración.
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Veneranda, nacida en el Condado de Treviño, refleja en cada palabra la educación y los valores de una vida vivida con sencillez. «A mis hijos siempre les he dicho que tienen que tratar a las personas de igual a igual. Todas nos vamos al otro mundo con la cajita. Igual los ricos que los pobres», dice con humildad. A pesar de su edad, su curiosidad por el mundo no se ha apagado. «Me gusta estar al día de las noticias, me encanta saber de economía y del bitcoin, porque hay una moneda que se llama así, aunque mucha gente no lo sepa», comenta. «De Sonia he aprendido que es una bellísima persona, que es encantadora y que saldrá adelante con lo suyo porque es muy constante», dice Veneranda. «Yo de ti he aprendido muchísimo. Tus consejos y tus experiencias me han marcado y me ayudan a ser mejor», le replica Sonia con cariño.
Ester Rodríguez y Jimena Gutiérrez
Ester Rodríguez es una mujer entrañable que, con solo escucharla, ya se hace querer. En unos días cumplirá 97 años y pese a las dificultades que le ha traído la vista durante toda su vida, su deseo por superarse cada día sigue intacto. «Todavía estoy aprendiendo», dice con humildad y una sonrisa que desarma.
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A su lado está Jimena Gutiérrez, una estudiante con ganas de conocer más y más de la que se ha convertido en su abuela adoptiva. «Tengo tres abuelos y Ester es una más», confiesa con cariño. El vínculo entre ambas es entrañable. Una habla alto y con paciencia y la otra responde con reflexiones cargadas de sinceridad.
La vida no siempre fue fácil para Ester, quien recuerda las limitaciones que su vista le impuso desde niña. Pero su resiliencia y sentido de independencia han marcado a Jimena, quien admira cómo Ester trata de mantenerse activa y autónoma dentro de sus posibilidades. Aunque esta veterana, con su modestia habitual, insiste en que no tiene mucho para contar, Jimena piensa lo contrario. La vida de Ester está llena de luchas y aprendizajes. Muy pronto le operarán de cataratas, algo que desea con todas sus fuerzas, con tal de mejorar. «Ester me ha enseñado como era la vida antes. Me gusta cómo piensa y que quiera hacer todo por sí misma, sin depender de nadie», relata esta joven.
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Mariano Yagüe y Adrián Hernández
En la residencia Legado del Niño Jesús, dos generaciones se han encontrado para tejer una amistad especial. Mariano Yagüe, un hombre de 77 años, y Adrián Hernández, un joven y aplicado estudiante, han formado un vínculo lleno afecto y de pasiones compartidas. La vida de Mariano es de las que da para escribir un libro. Está marcada por la familia y la aficción por la tecnología, por la radioafición y por los objetos que cuentan historias.
Mariano fue mecánico industrial en Renault, pero su verdadera pasión siempre ha estado ligada a la radio. Su habitación es un pequeño museo de sus intereses: un ordenador donde trabaja en un proyecto sobre su pueblo natal, Olmos de Esgueva; una réplica de una radio antigua que le hace gran compañía, especialmente en las noches de insomnio; y una radio operativa con la que conversa con compañeros aficionados, manteniendo viva una práctica que encanta. A menudo reflexiona sobre las maravillas de la tecnología, como la inteligencia artificial, que, en sus palabras, es «como una gran base de datos que parece tener respuestas para todo».
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Adrián, por su parte, es un joven que ha encontrado en Mariano a su mejor mentor. «Es una persona que sabe mucho. Tiene una sabiduría inmensa», comenta. Escuchar las historias de su 'nuevo abuelo', ayudarle con su ordenador o simplemente estar ahí para cogerle la mano cuando los nervios le traicionan, es algo con lo que realmente disfruta.
Para Mariano, Adrián es como un soplo de aire fresco. «Me hace sentir joven», dice, con una sonrisa que brilla más allá del temblor que le produce el Parkinson. La compañía del estudiante le ha devuelto parte de la vitalidad que creía perdida. «Me da unas pocas más ganas de vivir», confiesa con honestidad.
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Entre charlas sobre Olmos de Esgueva, recuerdos de su infancia y su familia, opiniones sobre la inteligencia artificial y pequeñas demostraciones del funcionamiento de la radio, Mariano y Adrián han creado un espacio para los dos en el que parece que el tiempo se ha detenido y eso es porque la vida, en cualquier etapa, tiene un valor incalculable mientras se comparta.
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