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Enrique Berzal
Sábado, 4 de marzo 2017, 09:54
Puede parecer increíble a los ojos de un vallisoletano de hoy en día, pero quienes hace 95 años paseaban por la Plaza de la Rinconada no podían por menos que admirar la imponente belleza de la recién inaugurada Casa de Correos y Telégrafos. Las fotografías de la época y la crónica de El Norte de Castilla del 5 de febrero de 1922 no dejaban lugar a dudas: el nuevo edificio, obra del insigne arquitecto Jerónimo Arroyo, era calificado como «magnífico palacio» y «uno de los más bellos edificios modernos de nuestra capital», incluso «lo mejor de los mejores en España». Faltaban bastantes años para que la piqueta atentase gravemente contra la fisonomía de aquella flamante construcción, ejemplar en su diseño, que desde 1908 venía movilizando a los vallisoletanos más ilustres y relevantes.
Porque, en efecto, la «nueva Casa de Correos y Telégrafos», como se denominaba entonces, no se construyó a capricho del Ayuntamiento de turno, sino que obedeció a un plan preconcebido desde la Dirección General de Correos que lideraba Emilio Ortuño, consistente en acompasar el imparable avance tecnológico de los procesos con la modernización de los edificios. No era de recibo, por ejemplo, que Correos y Telégrafos de Valladolid siguieran «pésimamente instalados en el viejo parador de las diligencias [en la Plaza de Santa Ana], hoy impropio de contener un servicio tan importante como el de Telégrafos, aumentado cada día por nuevas instalaciones, como la reciente de Telefonía», se quejaba El Norte de Castilla a la altura de julio de 1916.
Ortuño impulsó lo que algunos especialistas en la materia han calificado como «fiebre constructiva» en Correos y Telégrafos, a tenor de la cantidad de edificios levantados para tal fin en numerosas capitales de provincias. De hecho, en aquel año de 1908 decidió que había que edificar 55 nuevas sedes a lo largo de la geografía española, Valladolid incluida. Las Cortes aprobaron entonces un presupuesto de 23,3 millones de pesetas para unas Casas-Correo que, según lo estipulado por la Dirección General, habrían de ubicarse en una situación urbana privilegiada y presentar una imponente concepción monumental. Se trataría, por tanto, de construcciones «sólidas, decorosas, esmeradas», con manifiestas condiciones de «belleza, comodidad e higiene», construidas además siguiendo la inspiración de los estilos arquitectónicos «nacionales».
Ese mismo año de 1908, el Ministerio de la Gobernación convocó un concurso para adquirir solares con destino a la construcción de la sede de Valladolid, pero hubo de dejarlo desierto puesto que los ofertados no eran adecuados para dichos servicios. En abril de 1912, el alcalde Emilio Gómez Díez, en comunicación directa con los delegados de Telégrafos (Jackson Veyán) y Correos (Gamba Corominas) en la provincia, retomó el proyecto; y un año después, concretamente el 7 de marzo de 1913, el pleno del Ayuntamiento aprobaba ceder gratuitamente al Estado «el solar existente entre las calles de Jesús y del Caballo de Troya, plaza de la Rinconada y prolongación de la calle de Poniente» para construir el nuevo edificio de Correos y Telégrafos. Dicho solar era el resultado del derribo de las expropiaciones realizadas para urbanizar el centro de la ciudad, concretamente de parte de la iglesia de Jesús y de algunas casas-posadas adyacentes.
Aprovechando que Santiago Alba estaba al frente del Ministerio de la Gobernación, Gómez Díez se entrevistó en Madrid con el director general de Comunicaciones, Bernardo Sagasta, y éste envió a Valladolid al arquitecto de su departamento, señor Cabello, quien dio el visto bueno a la zona. En esos momentos se barajaba un presupuesto de construcción cercano a las 800.000 pesetas. De hecho, la Ley de Presupuestos aprobada en las Cortes en 1915 disponía una primera inversión de 15 millones de pesetas para 49 nuevas sedes de Correos y Telégrafos, las cuales, se decía, deberían ubicarse en el centro de las ciudades, a poder ser junto al Ayuntamiento y cerca de establecimientos bancarios, en plazas representativas o a la sombra de edificios emblemáticos.
Por Real Decreto de 14 de enero de 1915 se convocó un nuevo concurso de solares o edificios a derribar o aprovechar, del que saldría la mayor parte de las Casas-Correos de la época, incluida la vallisoletana. Al mismo tiempo, el Ministerio de la Gobernación convocó el pertinente concurso de proyectos arquitectónicos, al que en Valladolid se presentaron ocho aspirantes. El ganador, anunciado formalmente en enero de 1916, venía firmado por el prestigioso arquitecto Jerónimo Arroyo y su joven colega Luis Ferrero y Tomás, un proyecto inspirado en el estilo plateresco y, según El Norte de Castilla, «muy notable por su belleza y por responder perfectamente a las necesidades de los servicios que han de prestarse en el nuevo edificio».
Bello y sobrio
Cuando a principios de julio se supo que el contratista Mariano Tranque se había hecho con la subasta de las obras, El Norte de Castilla dedicó su portada del día 3 al proyecto en ciernes, del que destacaba su planta irregular, en forma de pentágono, la perfecta distribución de dependencias, la belleza e iluminación del edificio, basado en «el plateresco del siglo XVI modernizado y con severas líneas», así como las tres fachadas previstas, «impregnadas del arte de Castilla (), tan sobrio, fuerte, adusto acaso como sus llanuras, mas como ellas brillante de luz y de energía».
El presupuesto ascendía a 519.869,45 pesetas y en su consecución habían intervenido activamente, aparte de los diferentes alcaldes -desde Gómez Díez a Alfredo Stampa-, el citado Santiago Alba y los sucesivos directores de Comunicaciones Emilio Ortuño y José Francos Rodríguez. Aunque se preveía que estuviese listo en un par de años, las obras se retrasaron hasta principios de 1922. Su inauguración, de hecho, no pudo efectuarse hasta el 4 de febrero de ese año, aunque eso sí, en medio de una ciudadanía admirada por su concepción monumental. Compuesto de sótano y tres pisos, el decano de la prensa destacaba las trazas renacentistas del edificio y la abundante iluminación del mismo, su patio «claro, alegre» y capaz para albergar a un numeroso público, circundado por servicios varios y presidido en el centro por un enorme escritorio, su puerta principal, «hermosa pieza de hierro repujado, con adornos de flores y dragones, que circundan el escudo de la ciudad», y la torrecilla que lo remataba, con reloj y escudo de Valladolid incluidos, pues «recuerda las del Palacio de Monterrey de Salamanca y armoniza muy bien con las del Ayuntamiento».
El servicio de Telégrafo se colocó en los locales que recibían la luz por la calle del Caballo de Troya, y los de Correos en los que miraban a la del Poniente, en cuyo chaflán se ubicó una salita para la venta de sellos, aprte de los tres buzones. «De la calle del Poniente a la del Caballo de Troya arranca un pequeño túnel, a manera de pasaje, en donde se cargará el coche-correo con las sacas de la correspondencia, para transportarlas a la estación», detallaba El Norte de Castilla, que también elogiaba la innovación que suponía el servicio de «apartados», pues «cada número tiene un cajetín con su llave, de modo que el abonado, directamente y sin mediación de ningún empleado, recoge su correspondencia cuando le place».
Lamentablemente, aquella «casa de noble estilo castellano, construida por obreros de Castilla y cuyos accesorios han sido elaborados en talleres y fábricas vallisoletanos», engrosó, a mediados de los años sesenta del pasado siglo, la lista de edificios víctimas de la piqueta. Fue entonces cuando una intervención para construir el cuarto piso actual, calificada como lamentable por varios especialistas en la materia, acabó con su llamativa torre y con la bella balaustrada que recorría todo su perímetro.
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