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Enrique Berzal
Domingo, 19 de febrero 2017, 12:52
No hizo falta debate alguno ni hubo discusión posible. Los 21 concejales del Ayuntamiento de Valladolid aprobaron al instante, por aclamación y con entusiasmo, la moción del alcalde José González Regueral de conceder al entonces ministro de Trabajo, José Antonio Girón de Velasco, los títulos de Hijo Adoptivo y Medalla de Oro de la ciudad. Aquella sesión del pleno municipal de 6 de febrero de 1952, hace ahora 65 años, contribuyó así a afianzar la memoria oficial del franquismo en torno a la sublevación militar que provocó la Guerra Civil.
Porque si bien es cierto que la decisión se justificaba por el hecho de que Girón había «vivido en Valladolid la mayor parte de su vida», donde además se había «formado política, social y profesionalmente», y que sus actividades ministeriales habían redundado en beneficio de la ciudad, los motivos de fondo se explayaban en su dilatado cursus honorum como aguerrido combatiente antirrepublicano.
Por todo ello, aseguraba el alcalde, Valladolid se sentía en «deuda de gratitud y admiración» con el «León de Fuengirola», expresión ésta que hacía mención a su carácter batallador y a su localidad de residencia, donde, una vez alejado de la política, desarrolló sus pingües negocios urbanísticos y donde falleció en 1995. Y es que Girón, natural de la localidad palentina de Herrera de Pisuerga, donde nació en 1911, había ejercido un papel determinante tanto en la movilización vallisoletana contra la Segunda República como en la sublevación militar del 18 de julio de 1936. Como recordaba González Regueral en la moción presentada aquel 6 de febrero de 1952, el entonces ministro de Trabajo había sido «fundador de las JONS vallisoletanas, colaborador eficacísimo de Onésimo Redondo, estudiante aventajado en nuestra Universidad, uno de los más jóvenes y combativos e incansables luchadores por el mantenimiento de los valores tradicionales de la Religión, que es tanto como decir el orden la justicia y la familia cristiana, o la Patria, contra los turbios manejos de los malos españoles», frase esta que hacía referencia a su feroz oposición, como falangista de primera hora, contra las medidas republicanas en pro de una enseñanza laica y secularizada, incluido el combate directo contra militantes de la Federación Universitaria Escolar.
Más importante era, a juicio del alcalde de Valladolid, su tarea concreta una vez materializada la sublevación militar que causó la guerra, bautizada por el franquismo victorioso como «guerra de liberación», no en vano Girón fue «Jefe de milicias en los primeros momentos (), jefe provincial de Falange (), victorioso capitán de la bandera con que en unión del Ejército tomó el Alto del León con tanto arrojo como heroísmo», de modo que, «librada España de sus malos hijos», Girón «fue el implantador de las esencias sociales y políticas cuyo mantenimiento costó tantas vidas jóvenes, y entre ellas las de José Antonio Primo de Rivera, Onésimo Redondo y Julio Ruiz de Alda», fundadores de Falange. A todo lo dicho había que añadir la creación, por expresa voluntad suya, de la Delegación Nacional de Ex Combatientes, cuyo peso en la ciudad era muy relevante, así como la actividad desarrollada desde 1941 al frente del Ministerio de Trabajo, desde donde impulsó una amplia gama de coberturas sociales que ponía los cimientos de la futura Seguridad Social.
Por esto último, la moción edilicia no dudaba en calificar su labor como auténtica «revolución social» explicitada en «la neutralización del paro, el gigantesco desarrollo de las obras asistenciales y agregadoras de los productores, la elevación cultural y el aumento del bienestar material para los trabajadores españoles», una actuación de la que Valladolid resultaba directamente beneficiada con «nueve millones y medio de pesetas para escolares, laborales, benéficas, hospitalarias, culturales» y la promesa de construir «750 viviendas» que llevarían su nombre, en referencia concreta al futuro Barrio de Girón. La respuesta del homenajeado, fechada el 3 de marzo de 1952, no podía por menos que agradecer al Ayuntamiento los títulos concedidos, al tiempo que solicitaba que fueran «depositados ante la tumba de Onésimo Redondo, padre espiritual y maestro de conducta para una generación de valientes que él llevó, con su inflamado verbo de profeta, hacia la gloria de una resurrección española y hacia la victoria de la verdad y la justicia».
Aquella sesión del pleno municipal de 6 de febrero de 1952 fue un ejercicio de unidad en torno a la trayectoria y los valores que representaba José Antonio Girón. No hubo otro comentario a la moción de González Regueral que la unanimidad en forma de aclamación. Los 21 concejales aprobaron sin fisuras concederle los títulos de Hijo Adoptivo y Medalla de Oro de Valladolid, que les serían entregados mucho tiempo después, concretamente el 29 de enero de 1955 en Madrid, en el despacho del entonces ministro secretario general del Movimiento, Raimundo Fernández-Cuesta, quien no dudó el glosar su figura como miembro de la Vieja Guardia falangista. Pero lo cierto es que aquellos de 1955 eran ya otros tiempos, bastante malos, por cierto, para quienes, como Girón, seguían reivindicándose en la estela de las esencias falangistas: dos años más tarde, la pugna ente estos y destacados representantes del catolicismo integrista terminaría decantándose del lado de estos últimos, quienes, ya con Girón fuera del gobierno, enseguida se lanzarían a la tarea tecnocrática de transformar la estructura económica del país. Por eso el discurso de agradecimiento del palentino incidió precisamente en la preservación del ideario joseantoniano, el mismo que más tarde, ya en los albores de la Transición, abanderaría al frente del búnker franquista.
En efecto, ante los ministros de Obras Públicas, Agricultura, Aire, Educación Nacional e Información y Turismo, Girón aprovechó para agradecer los títulos recibidos y elogiar a sus correligionarios de Valladolid por ser «los depositarios de aquellos tesoros de unidad, de aquellos secretos de fortaleza de los caudillos precursores, que capitaneados por José Antonio se alzaron en Castilla aunando las voluntades de todos los españoles», fabulando así con la legitimidad de origen de la sublevación militar, reivindicada en todo momento como «símbolo de unidad». De ahí su imperiosa llamada, en esas horas tan bajas para la Falange y para él mismo, a mantener la ortodoxia falangista y «permanecer unidos a las mismas gloriosas banderas de entonces». Relevado del gobierno en febrero de 1957, cuatro años después era la Diputación Provincial de Valladolid la que le hacía entrega de la Medalla de Oro de la Provincia junto a otras tres figuras destacadas del franquismo: Pilar Primo de Rivera, la viuda de Rafael Cavestany y Jesús Aramburu Olarán.
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