Patricia Luceño
Lunes, 24 de octubre 2016, 06:22
El tiempo, a priori ilimitado, se acaba tornando escaso. Demasiado, para algunos. Otros, sin embargo, lo exprimen hasta conseguir acopiar un montón más o menos extenso de minutos que dedicar de manera altruista a los demás. A los que conocen y a los que no, lo importante es echar una mano a quien lo necesite.
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David Sánchez, de 22 años, es una de esas personas que esgrimen con orgullo la denominación de voluntario. Se afana en la Junta Provincial de Valladolid de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC). Y esta mañana, como no podría ser de otro modo, se enfundará su atuendo verde color identificativo de la entidad para que la quinta Marcha Contra el Cáncer que acoge la ciudad (parte a las 10:30 de las pistas deportivas del paseo del Campo Grande) sea un éxito, como ya sucediera en anteriores ediciones.
Deuda pendiente
Espera con ilusión la que va a ser su primera marcha. Y es que, cuando este estudiante de cuarto de Medicina ha conseguido sacar tiempo, no ha tardado en involucrarse con la causa. Y de cabeza. «Hice un curso en mayo y en septiembre comencé a colaborar como voluntario», explica. Era una deuda que tenía pendiente. Tres casos cercanos explican su motivación. Como a muchas otras familias, la enfermedad de sus parientes lo marcó. Tanto que, cuando comenzó su andadura universitaria, ya tenía claro la que iba a ser su especialidad: Oncología.
Tres años después, no está tan seguro, aunque en lo que sí se reafirma es en su compromiso con la asociación. «Es muy enriquecedor, una grandísima experiencia que recomendaría a todo el mundo. Es duro porque coges mucho cariño a los pacientes, pero, cuando sales del hospital, te das cuenta de que cualquier problema que tienes es una chorrada», expone. Porque, como suele suceder con todo lo que posee carácter solidario, no solo enriquece al que recibe la ayuda, también al que la presta. «Te olvidas de los problemas y quehaceres diarios por un momento», defiende.
El entusiasmo de David no se agota en el centro hospitalario en el que charla con los enfermos y en el que los asiste en lo que puede. El pasado miércoles, él y su compañera Alba Tapia propusieron trasladar los puestos de venta de objetos solidarios con las personas que se enfrentan al cáncer de mama a su conocida Facultad de Medicina. «Creíamos que podía ser una buena idea porque allí conocemos a mucha gente».
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Y, sin duda, lo fue. «Ha sido increíble, en seis horas vendimos más de doscientos bolígrafos, las gafas se agotaron... Tuvimos que ir a la sede a por más porque todo el mundo se portó genial». Una sensibilización generalizada a la que el futuro médico encuentra justificación en que «es un problema muy cercano. Es difícil que no se nos ocurra un caso de alguien conocido».
Lo que él define analíticamente como «un ejercicio de concienciación» se torna un presagio esperanzador cuando quien se moja las manos apenas supera las dos décadas de edad. La solidaridad con los enfermos de cáncer no solo está difundida, sino que además tiene mucho futuro.
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