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Fernando Rey, Manuel Gorjón, Alejandro Tudela y Ana Redondo, durante la presentación del libro en el Palacio Real.
Un libro evoca la figura de Pedro de La Gasca, el hombre del escudo gigante

Un libro evoca la figura de Pedro de La Gasca, el hombre del escudo gigante

El religioso contribuyó a la pacificación de Perú en el siglo XVI y erigió, a su vuelta a España, la iglesia de La Magdalena en Valladolid

Víctor Vela

Miércoles, 1 de junio 2016, 13:41

Todo comenzó hace un año con un chato de vino. Alejandro Tudela Chopitea jurista, periodista, historiador peruano departía con amigos y familia en un bar de la calle Colón después de un acto cultural en la cercana casa del descubridor. La cadencia sudamericana de sus palabras (las eses bailadas, la danza en la entonación) destacó entre la horizontalidad del tono recio castellano. Alguien se le acercó, un cliente del bar que adivinó tal vez que aquella voz procedía del Perú. «Sí, peruano soy», respondió Tudela. El parroquiano debió sonreír, levantó un brazo y señaló el templo que se alzaba al otro lado del cristal. «Pues allí le dijo, en esa iglesia (la de La Magdalena), está enterrado un virrey del Perú». Fue así, por culpa de un chato de vino, gracias a la musicalidad de su voz, como AlejandroTudela descubrió la figura de Pedro de la Gasca, el pacificador del Perú que eligió Valladolid para su descanso eterno.

Recuerda Tudela cómo al día siguiente visitó la iglesia, contempló el sepulcro de alabastro de De la Gasca, corrigió la cartela que decía que aquel hombre fue virrey (cuando su cargo real era el de presidente de la Real Audiencia de Lima)y comenzó su interés por conocer una figura que, para muchos, es tan solo una calle entre Panaderos y Labradores. «Pero fue un hombre extraordinario que consiguió un gran éxito, no la pacificación total, pero sí la restitución de un orden permanente en Perú», explica el autor de un libro publicado por la editorial Páramo.

El rey emperador Carlos I encargó (en 1546) al clérigo abulense la complicada misión de sofocar la rebelión que se había desatado en Perú contra las nuevas normas que pretendían mejorar las condiciones de los indígenas. Los encomenderos vieron esa modificación como una afrenta a sus privilegios y emprendieron una revuelta encabezada por el conquistador Gonzalo Pizarro. «El consejo del regente Felipe IIentendía que la solución debería ser militar, que no había otra forma de resolverlo. Pero muy pronto se dieron cuenta de que no había dinero suficiente, de que aquello era imposible. Así que se apostó por una persona con dotes de negociación, con capacidad para disuadir». Ese hombre fue Pedro de La Gasca, cura que obtuvo poderes suficientes (indultos, amnistías)para llevar a cabo su tarea:conseguir, si era posible de forma pacífica, con la palabra,«con su breviario y su habilidad negociadora», que los seguidores de Pizarro («un gobernador de facto, nunca validado por la corona») abandonaran a su líder.

Tudela recuerda que las crónicas presentan a La Gasca como un hombre «poco agraciado, para no decir feo, bajito, sin codicia alguna».Cuenta que después de casi cinco años regresó a Castilla a bordo de un barco con un «tesoro impresionante» en las tripas, «dos millones de ducados de la época, de los que no tocó un maravedí». El rey, visto que La Gasca no ambicionaba dineros, lo premió con el obispado de Palencia, en aquellos años en los que Valladolid dependía de la diócesis palentina. Aquí decidió levantar una iglesia sobre una antigua capilla. Fue así como se erigió la iglesia de la Magdalena, esa que Tudela descubrió en una noche de chatos y que luce en su fachada el gran escudo de Pedro de La Gasca, quien en sus últimas voluntades (murió en Sigüenza) solicitó que sus restos resposaran en Valladolid.

El consejero de Educación, Fernando Rey, alabó no solo el estilo del libro, sino también su contribución a evocar una figura histórica que debería estar más presente en el quehacer cotidiano. «Cuánta falta hace gente de orden, negociadora, que pusiera sensatez ante la división. Y encima un hombre que renuncia a su salario sin coger una moneda del tesoro que trae a España», indicó Rey, quien lamentó la falla educativa por la que «los españoles ignoran su presencia en América». La concejala de Cultura, Ana Redondo, subrayó la importancia de que la Historia no se fije solo en los conquistadores, sino que también recuerda a los pacificadores, «personas que no recurrieron a las armas para resolver conflictos». El general jefe de la IV Subinspección General del Ejército de Tierra, ManuelGorjón, presidió la presentación del libro en el Palacio Real, que también contó con la presencia de José Carlos Palomino, cónsul de honor de Perú en Castilla y León.

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