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Diego López de Frutos, Iván del Tío, Florencio Alonso y Javier Fernández, en la planta de Chernóbil.
Vallisoletanos en el entierro de Chernóbil

Vallisoletanos en el entierro de Chernóbil

Cuatro gruistas de la empresa Tinlohi, con sede en La Cistérniga, trabajan en la construcción del gran sarcófago de la central nuclear ucraniana

J. Asua

Sábado, 7 de mayo 2016, 09:56

Explica Alberto Lozano que la primera sensación cuando uno accede al área de exclusión de la central nuclear de Chernóbil es la de un «profundo respeto». La desolación en el perímetro de treinta kilómetros que rodea a la zona cero deja huella, como que empapa. La segunda impresión, cuando ya eres consciente de que el trabajo que te han encargado tiene tanta transcendencia, es la de una aplastante responsabilidad. Ambas las vive con intensidad el propietario de grúas Tinlohi, una empresa vallisoletana con sede en La Cistérniga, que desde el pasado 24 de abril colabora en la construcción del sarcófago que sepultará, al menos durante cien años, la radiación que sigue desprendiendo el mortífero reactor número 4 de planta ucraniana. «Es una obra para la humanidad», recalca Sonia Matilla, el alma máter de la logística de esta complicada misión castellana y esposa del dueño. Y es que, nunca antes, ejercer de enterrador había tenido tanta relevancia para tantos. «Es emocionante», apuntala Lozano.

Tinlohi es la única firma española involucrada en este megaproyecto de ingeniería, en este sepelio a la propia muerte, en el que participan más de dos mil expertos de 21 países, capitaneados por el consorcio francés Novarka y que se oficia con la colaboración económica del G-7, la Unión Europea y el gobierno ucraniano. Y Valladolid contribuye con cuatro gruistas experimentados, capaces de alzar con milimétrica precisión la Bronto, una máquina finlandesa de 101 metros de brazo, al cielo de esta cúpula de acero, de 32.000 toneladas de peso y 108 de altura, con la que se quiere cerrar, con garantías y durante un siglo, el desastre que aquel 26 de abril de 1986, hace ahora tres décadas, marcó un antes y un después en la percepción de la energía nuclear. Medio centenar de muertes directas, cuantificó la ONU. Más de 200.000 en estos treinta años, según los estudios de Greenpeace .

Diego López de Frutos, Florencio Alonso, Iván del Tío y Javier Fernández son protagonistas en un hito constructivo con un coste que supera los dos mil millones de euros. Cuatro profesionales de primer nivel en lo suyo a los que este histórico reto ha ayudado a vencer sus lógicos miedos. «Cuando recibimos la llamada para proponernos este trabajo lo primero que nos generó es muchísima incertidumbre; para nosotros lo primero era asegurar en qué condiciones íbamos a trabajar y luego encontrar a cuatro empleados que lo aceptaran», relata Sonia. Fue Alberto, el jefe, el primero en explorar un territorio maldito. Los dos días de estancia en Chernóbil fueron básicos para planificar el desembarco. «Vas con precaución, pero cuando llegas allí te das cuenta que en este proyecto lo primero son las personas, su seguridad y salud», relata. Esa sensación le devolvió el estado de tranquilidad. Sentirse arropado por un equipo de profesionales y comprobar, cómo no, que los niveles de radiación que recibió en las dos jornadas eran similares a los emitidos «por una radiografía en un brazo».

Cuatro controles y monitorización de los trabajadores

  • La misión a Chernóbil ha estado precedida de mucho trabajo organizativo, pero especialmente de rigurosos análisis de salud a los cuatro enviados. «Cuando solicitábamos las pruebas que había que hacerles antes del viaje los médicos de aquí nos preguntaban que a dónde les íbamos a mandar, se quedaban asustados», explica Sonia Matilla. Los cuatro gruistas se han desplazado a Chernóbil después de comprobar que contaban con «una salud de hierro». «No se admitía ni que tuvieran colesterol», añade. Ya en el destino los controles son exhaustivos. Dos fronteras militares para acceder a la zona de exclusión y, ya dentro, un auténtico ritual, que les obliga a pasar por dos esclusas de seguridad para dejar la ropa de calle, ponerse el mono de trabajo e incorporar en su cuerpo los aparatos de monitorización personal en los que se registran sus constantes vitales y los niveles de exposición a la radiación. Hasta ahora todo ha ido perfecto. Todos residen en un hotel regentado por el Consorcio francés que dirige la obra. Hay traductores las 24 horas para mantener en contacto a las divisiones de esta megaplantilla internacional, que trabaja en un ambiente de «gran compañerismo». Todos son conscientes de que están compartiendo «algo grande».

¿Por qué alguien se fijó en un negocio familiar de La Cistérniga? La llamada llegó de Intergrúas 2000, una firma referente en el sector, y apuntó a otra empresa puntera de la que puede presumir Valladolid. «Cuando compramos la Bronto, hace ya ocho años, ni se nos pasaba por la cabeza que podríamos hacer este trabajo; pagamos 1,5 millones por ella y solo la habíamos utilizado para reparaciones en molinos eólicos, que es para lo que la adquirimos», explica el propietario de la empresa. De hecho, asegura que llegaron a pensar que no habían acertado con la inversión, a pesar de que en Europa solo hay cuatro máquinas de ese calibre. Ahora en Tinlohi ese peso se ha convertido en negocio, pero sobre todo en ilusión. La grúa viajó en barco hasta Polonia y de ahí un largo trayecto por carretera la colocó bajo el techo de este féretro, que sustituirá a su malogrado antecesor, un sarcófago de hormigón, que se levantó a toda prisa al calor de la tragedia y que es incapaz de retener el peligroso polvo radiactivo con garantías.

Desde hace una semanas en dos turnos diarios de ocho horas los cuatro gruistas son los encargados de subir hasta la cubierta de esta tumba de acero a los compañeros de otros países que trabajan en ella. «Están colocando aparatos de medición en toda la superficie de la cúpula para conocer en tiempo real los niveles de radiación, la posible erosión de los materiales y otra serie de variables», explica Sonia Matilla. La Bronto se puede manejar bien desde el camión de gran tonelaje en el que se asienta este brazo con plataforma área, bien desde la propia cesta de transporte. Los cuatro vallisoletanos están acostumbrados a las alturas. No tanto a la sensación de estar inmersos en un tajo en un lugar peligroso. «Se sienten orgullosos y emocionados por participar en un proyecto tan importante, estar trabajando con las mejores empresas del mundo al mismo tiempo no se vive todos los días», acota Alberto.

Esta enorme estructura, cuyas obras comenzaron en 2010, se está montando a unos trescientos metros del reactor número 4. Cuando se concluya se desplazará sobre unos raíles hasta cubrir el que fue epicentro de la explosión y ahí se sellará. Será en 2017.

Durante los próximos cinco meses Tinlohi tiene puesta la vista a muchos kilómetros de distancia. Es su trabajo estrella, tanto por su repercusión histórica como por los ingresos que supondrá para su cuenta de resultados. Alberto Lozano destaca la «seriedad y profesionalidad» del equipo humano con el que comparten tajo, al mismo tiempo que reconoce que los preparativos no han sido fáciles. «Las ampliaciones que nos han obligado a hacer las compañías de seguros son muy importantes», pone como ejemplo. Pero para esta firma de La Cistérniga el esfuerzo merece la pena. No todos podrán decir que contribuyeron a sepultar los efectos de la catástrofe nuclear más dañina de la historia, junto con la de Fukushima, a ponerle la frontera a una muerte que espera sigilosa y tenaz a encontrar una salida del reactr 4 de la planta Vladimir Ilich Lenin.

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