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Roberto Gil, con una selección de las cervezas que ofrece en su bar Astoria.
Santa Clara, donde la variedad es la constante

Santa Clara, donde la variedad es la constante

La calle no ha cambiado de nombre en 450 años, pero comercialmente se reinventa cada día

Víctor Vela

Miércoles, 4 de mayo 2016, 17:13

«Cerveza de la semana», dicen unas letras trazadas en tiza a las puertas de la cafetería Astoria. Debajo, la recomendación: una Ohm artesana, tostada, seis grados. Y a los lados, más sugerencias:trapenses belgas, birras de barril, catálogo de lúpulos para todos los paladares. Hay una pila de revistas junto al periódico del día, el Mujer de hoy de la semana que se llama Bar&Beer y que incluye reportajes vinculados a la hostelería y a aquellos locales que se han especializado en la venta de cervezas. El Astoria es uno de ellos. Una cafetería clásica de la calle Santa Clara que abrió Seve, luego atendió Floren, hace 31 años cogió Pedro Gil (antiguo albañil que antes ya trabajó en hostelería, junto al colegio del Salvador) y ahora regenta su hijo Roberto, quien ha reservado un espacio especial del bar para los zumos de cebada.

«Si ofreces variedad, al final la gente te lo va pidiendo.Empiezas poco a poco, te van conociendo, vas aprendiendo los gustos de los clientes... y puedes sugerirle diversos tipos de cerveza». ¿Por ejemplo? Roberto se acerca al barril. Allí no están las marcas habituales, los clásicos de la mayoría de los bares, sino que los grifos disparan productos artesanos, como La Pirata, o procedentes de Bélgica, como la Gulden Draak. Y además de la cerveza, el café. En una vitrina, entre las mesas de los clientes, está expuesta una antigua cafetera, marca Rancilio, que dejó de prestar servicio para convertirse en pieza de exposición. «La tuvimos que quitar porque le costaba mucho calentar, tenías que gastar mucho grano... no era práctica». Pero la máquina en sí era tan bonita que merecía un lugar destacado en este bar que nació con la expansión del barrio, cuando la zona de Santa Clara y la avenida de Palencia comenzó a sumar nuevos edificos y vecinos al norte de la ciudad.

Y esto incorporó nuevos negocios a la zona. Un ejemplo es Confecciones Moro. Belén Roldán comenzó a trabajar como empleada (de otra Belén) en esta tienda en la que se puso al frente hace seis años. Hay unos mostradores largos, enormes, de madera, «como de Cuéntame», en este local de mil perchas que vende pijamas, babis, mandiles, muchas batas de mujer para faenar en el hogar, fajas y ropa interior. «El tiempo influye mucho», dice Belén este abril loco de lluvias.Ymás en una ciudad como Valladolid, en la que pasamos de la bata de andar por casa al bikini de conquistar piscinas en apenas un par de semanas (o menos). Esta misma mañana, por ejemplo, hay mujeres que se prueban bañadores en Confecciones Moro mientras ahí afuera llueve.

Acción comercial

El recorrido por Santa Clara permite descubrir con tristeza locales vacíos y tiendas con carteles que anuncian liquidaciones para no volver a abrir. Pero hay otros puntos donde se ve la alegría del comprador, movimiento de clientes que entran, preguntan, compran y salen con bolsas. Es el caso de Azabache. Su nombre no es extraño porque son varias las tiendas así conocidas en Valladolid. La aventura de Marina García (antes estuvo en un restaurante de Simancas) y Agustín Bello (antiguo empleado de una petrolera) comenzó hace 27 años, cuando abrieron un comercio con este nombre en la calle Labradores. «Al principio era una tienda de artesanía típica española. Vendíamos mucha cerámica, piezas artesanas. Y marcos». Poco a poco abrieron el abanico e incoporaron todo tipo de regalos. El negocio creció con nuevas tiendas en la avenida de Segovia, en la plaza de la Universidad... hasta que la economía española se constipó primero, gripó después. La crisis se cebó con el pequeño comercio y en Azabache tuvieron que reestructurarse. Cerraron tiendas. Trasladaron la de la plaza de la Universidad a Montero Calvo y pudieron conservar abierta esta de Santa Clara. Eso sí, por el camino han tenido que reinventarse. «Los bazares también han hecho mucho daño a los productos de regalo», reconoce Agustín.

Por eso, y aunque conservan un amplio catálogo de obsequios, ahora despachan sobre todo ropa. Para mujer. Proveedores españoles «para todo tipo de edades. Aquí se viste mi hija de 17 años y sus amigas... y también gente mayor que quiere sentirse joven», indica Agustín y subrayan los responsables de un negocio que etiqueta todos sus productos con un I love Azabache. «Tener un comercio es una lucha constante contra la burocracia. Cada vez lo ponen más difícil. Mucho papeleo. Llevamos un mes intentando cerrar unos contratos de formación y no hay manera».Así, aseguran, no se ponen fáciles las cosas. YBelén Roldán volvemos a su tienda de confección aporta un argumento más:«También sería necesaria más unión entre todos los comerciantes, colaboración conjunta, por ejemplo, para montar las luces en Navidad, que hace años que no conseguimos que esta calle esté iluminada esos días».

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