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Soraya Estrada coloca varias cajas, en la mercería que lleva su nombre .

Los aromas de Gabilondo

Mercerías, peleterías y salones de manicura animan la vida comercial de una arteria con 1.400 vecinos

Víctor Vela

Miércoles, 27 de abril 2016, 14:30

Si abres la puerta y entras en la Mercería Soraya, tal vez podrías fijarte en tanto osito, tanto elefante, tanto cervatillo bordado en pijamas de color pastel. Podrías, quizás, detenerte en el retablo de bobinas de hilo, en las cajas con promesas de lencería, en las cintas, los cordones, los leotardos, etecé. Podrías pasear la vista por todos estos estantes de pijamas y ropita de bebé. Pero hay otro sentido que reclama tu atención:el olfato.

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¡Qué bien huele la tienda!

Soraya Estrada da primero las gracias y confiesa después que son varios los clientes que ensalzan el entrañable olor a bebé que aprecia el visitante nada más entrar en esta tienda de la calle Gabilondo. Una mercería que ha incorporado a su catálogo ropa de niño.

¿Y cómo fue para montar este comercio?

La respuesta de Soraya es directa:«No quería trabajar en festivos». Cuenta que durante toda la vida ha visto a su familia sacrificar los días de descanso para atender el negocio. Tenían el Asador del Duero, en la calle Marqués del Duero y no había domingo tranquilo ni puente de vacaciones. Una suerte de esclavitud detrás del mostrador que Soraya no quería perpetuar. «Era algo que tenía claro. Los festivos, para disfrutar de la familia». Y lo de la mercería vino después. Cuenta que fue casi una casualidad. Que no solía pasear a menudo por esta calle pero que un día, hace doce años «no sé, tal vez pasé con el coche» vio un cartel que gritaba se traspasa. Y Soraya se decidió.

Ahora atiende un negocio donde no es habitual que entre un hombre. «Es verdad, el 90% de los clientes son mujeres. Compran para ellas, para los hijos, los nietos... y también para los maridos. Todavía hay hombres que no se compran su propia ropa interior». Explica Soraya fuente de simpatía detrás del mostrador que una de las especialidades de su tienda siempre han sido las tallas grandes... aunque los fabricantes cada vez juegan más al despiste con esto. «El patronaje ha disminuido. No te puedes fiar de lo que marca el producto y hay que probárselo. Es la única manera de que confirmes que te sienta bien.Aquí vienen mujeres que siempre han llevado 90 de pecho y ahora se encuentran con que la 85 les sienta como un guante», indica Soraya.

Hay otros negocios en esta calle Gabilondo como la mercería de Soraya en los que la mayoría de visitantes es femenina. Ocurre también en Ginails, el salón de manicura y pedicura que Gina Pérez abrió nueve meses atrás. Explica que en su país natal, Colombia, es habitual el arreglo de las uñas. «También entre los hombres. Allí se cuida mucho este aspecto.Por ejemplo, todos aquellos que están en un puesto de atención al público, digamos, en un banco, llevan las uñas perfectamente arregladas». Y no es un farol. Una excursión por Internet a la página web de la BBC, sin ir más lejos permite descubrir que el 27% de los hombres colombianos acuden a centros de manicura para arreglarse las uñas. También el 14% de los brasileños, el 9% de los argentinos, el 5% de los chilenos. No son tantos los españoles. Sí que acuden varones de avanzada edad, explica Gina, pero no tanto por coquetería como por pura necesidad:los problemas de movilidad obligan a que otras personas les corten las uñas.

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Aquí ofrecen estos servicios, pero también los puramente estéticos. «Hay muchas personas que se muerden las uñas, que no las cuidan como es debido». Las someten a agresiones, las agreden con productos químicos, las quiebran, se las cortan sin precaución. Y luego están las extensiones, las uñas esculpidas, las soluciones para aquellas manos en las que el esmalte no suele resistir. «Hoy en día hay mucha variedad de colores, de formas, de decoración», apunta Gina.

Restauración peletera

Hay una Olivetti blanca, Pluma 22, sobre el mostrador deCRP (Centro de Reparación de la Piel) que dice Martín Rosales que todavía utiliza, antes de pasar luego las notas al ordenador. Este taller de peletería funciona desde hace 30 años y es un hospital para las prendas de piel. Transformaciones, arreglos, limpiezas... «Todos los materiales nobles requieren un cuidado especial, unas labores habituales de mantenimiento:limpieza, roces, cambio de formas, modelos que se quedan antiguos y que pueden actualizarse a las modas». Dice Martín que Valladolid es una ciudad habituada a las piezas de piel.«Hay tradición de uso. Sobre todo por el frío. No es lo mismo una prenda de pura piel que una sintética», explica. Yuna puerta abierta permite vislumbrar cómo hay personas en la sala contigua que cambian forros, que cortan larguras, que arreglan piezas.

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El paseo por Gabilondo encuentra una parada más en Persianas Arenas, la aventura empresarial que Marisa Martín y Carlos Arenas iniciaron hace cuatro años y medio. «Empezamos en lo más duro de la crisis y hemos conseguido salir adelante», indica Marisa, quien entiende que el «boca a oído» ha sido fundamental. «No hay nada como que un cliente te recomiende a otro», aseguran en esta tienda que ofrece servicios de venta e instalación de toldos, mosquiteras, estores, barras de cortina... y sobre todo persianas. Tanto manuales como, cada vez más, automáticas. La domótica gana peso. «Pero también están las más tradicionales, las persianas alicantinas, de madera, que gustan mucho, sobre todo, para viviendas en los pueblos», concluyen.

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