Víctor Vela
Miércoles, 20 de abril 2016, 19:05
Hay un grito de rebeldía (que también es de coraje, de valor y libertad) en uno de los locales de la calle Gabilondo. ¡Di no!, se llama la tienda. «En esta vida siempre decimos a todo que sí por infinidad de razones», explica Cristóbal Martínez:el trabajo, los compromisos, la familia, el qué dirán. Hay que aprender a decir que no. Ene o. Una sola palabra que pronunció Cristóbal hace unos años, cuando decidió cambiar de vida. Le dijo adiós a la empresa de maquinaria, a comer kilómetros de carretera, a miles de horas en el coche, fuera de casa, en la autovía y la nacional. Pisó el freno, se bajó del vehículo y montó una cafetería que ya se llamaba así, ¡Di no!, en la calle Gamazo. Hoy está cerrada. Hay un cartel por allí que todavía la recuerda. Hace años, Cristóbal decidió mutar de piel (de nuevo, otra vez) y montar esta tienda de manualidades de la calle Gabilondo donde hay pinceles, brochas, pinturas, papeles decorativos, tarros de miel... Un momento, ¿tarros de miel?
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Hay voces que llegan de la trastienda, del reverso del local. Allí hay alumnas que preparan marcos, que decoran figuritas, que tunean mesillas. Vienen varios días a la semana (en horario de mañana o de tarde) para participar en unas clases de manualidades que imparte Ana Amiguete, quien junto a Cristóbal regenta un negocio que hace cinco años también dijo que no. Cuando la crisis lanzó su peor aliento, cuando la cosa parecía condenada al cierre, Cristóbal y Ana decidieron darle un cambio a la tienda. Bye, bye espejos. Fuera marmolinas, lejos las resinas. Y bienvenida sea la madera. Fue entonces cuando la tienda se llenó de taquillones, de mesillas, de zapateros, de mil ideas para decorar, decapar, colocar transferencias, papeles de decoupage. La manualidad convertida en un arte al alcance de todos. «Es bien sencillo, cualquiera puede hacerlo», asegura Ana mientras presume de escaparate.
«La tienda ha remontado gracias al escaparate», asegura. Lo cambia cada semana con una exposición de los trabajos que realizan las alumnas en los talleres. ¿Alumnas? Sí, porque casi todas son mujeres. «Es un sector básicamente femenino. Ojalá que se animaran más hombres». ¿Por qué?«Las mujeres somos más prácticas; ellos, más caprichosos. Fíjate, por ejemplo, con el bricolaje. Los hombres son capaces de comprar mil herramientas, tener todos los materiales alrededor, aunque luego solo utilicen uno». El escaparate exhibe ahora un zapatero, detalles para la primera Comunión, percheros...
Pero volvamos a lo de la miel. ¿Qué hacen los tarros aquí, en esta tienda de manualidades?«¡Ah, bueno, es que tenemos colmenas!», explica Cristóbal. Son apicultores. Miel artesana de Castilla y León. Con la marca Tierra de Sabor. Más de 400 colmenas repartidas por Palencia. «Las abejas pican, tienen mala leche, requieren cuidados especiales...», enumera Cristóbal. Pero todo eso no es nada si se compara con el beneficio posterior de la miel tradicional.
Desde La Alberca
Hay un enjambre de jamones que cuelga del techo de la charcutería La Alberca. Los perniles como estalactitas. Yel resto de la tienda, repleto de conservas, legumbres, turrones en temporada, una estampa de la Virgen de la Peña y aperos traídos del pueblo.«Todo eso que parecía condenado a la basura, que la gente tiraba, ahora tiene especial valor». Y muestra los cuartillos, la colmena de corcho, los aperos de labranza que, como elementos decorativos, lucen en esta tienda que es un pequeño tesoro para la vista... y para el gusto. Javier Hoyos, detrás del mostrador, es la tercera generación de un negocio que nació en La Alberca. Sus abuelos trabajaban la tierra y preparaban el embutido que luego vendían en un local junto a la Plaza Mayor de la localidad charra. La familia decidió en 1984 establecerse en Valladolid. Primero, con una tienda que permaneció abierta en la calle de la Salud hasta 2010. Después, con esta de Gabilondo (en 1999). Desde 2012, también en la plaza de la Rinconada.
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Los sabores tradicionales tienen una cata más en esta calle Gabilondo, donde está el despacho de la panificadora tudelana. Los padres de Valentín Díez ya trabajaban la harina en Burgos, en Mambrilla de Castrejón, un pueblo cerca de Roa donde tenían el horno para preparar el pan que luego repartían por los municipios de la comarca. Primero con caballo. Luego, con furgoneta. Hace 40 años, su hijo Valentín decidió coger la ruta del Duero y bajar hasta Tudela, donde montó una panificadora. Allí, en el corazón tudelano, está el obrador de un negocio que prepara el pan para muchos restaurantes de la capital (La Criolla, Miguel Ángel,Caballo de Troya...)y también para los vecinos del entorno del Paseo de Zorrilla, quienes se acercan hasta aquí para llevarse, veamos los estantes:riches, baguetes, panecillos, pulgas, bastones, barra gallega, chapata, sin sal... «Aquí en Valladolid gusta mucho la rústica, pero hay variedades para todos. Ahora se llevan mucho los panecillos pequeños. Porque hay gente mayor que vive sola. Porque hay familias que quieren distintos tipos de pan...», reconoce Amparo Martínez ella dice que suele apostar por la chapata, quien recibe con sonrisa a todos los clientes.
Qué me cuentas, jefe.
Más cositas, nena.
Qué me dices, niño.
Qué te pongo, reina.
Y en el escaparate, un cartel de respaldo a Lauki. «Mi yerno trabaja allí. Hay que apoyarlos como sea», dice, y la mirada se le escapa a un estante de la tienda donde vende la leche.
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La última parada (de esta semana) por la calle Gabilondo es en repuestos Morán, la tienda que José Román abrió hace casi 50 años llegaron a ser más de diez empleados y que ahora atiende solo su hijo, con recambios y accesorios para el automóvil. «Tenemos más de 20.000 referencias. Muchas son de hace años, así que son muy útiles para la restauración de coches antiguos», asegura Román, quien resalta su papel histórico en rodamientos para industria.
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